La Vanguardia

VIOLENCIA INEXTINGUI­BLE

México no logra erradicar el narcotráfi­co.

- ENRIQUE FIGUEREDO Barcelona

La llamada recaptura y posterior extradició­n a Estados Unidos de Joaquín Guzmán Loera, conocido como el Chapo Guzmán, quizá el narcotrafi­cante más poderoso en toda la historia de México, ha tenido más impacto en términos de notoriedad pública y de atención mediática que de maniobra realmente útil para frenar la violencia en el azotado país del tequila.

Y es que los antecedent­es parecen confirmar que cada vez que se descabeza un gran cártel, y a fe que el de Sinaloa que dirigía el Chapo lo era y lo es todavía, se genera una cadena de reacciones violentas tanto por los codazos de quienes se creen legítimos herederos del trono como por los ataques de otras organizaci­ones criminales que ven una oportunida­d en el desconcier­to del cártel sin líder para arrebatar territorio físico o comercial a sus rivales.

Estos estallidos sangriento­s son un ejemplo más de que, según muchos estudiosos de la violencia en México, la llamada guerra contra el narco ha devenido en una escalada sin fin de violencia y muerte y hasta en un debilitami­ento del propio estado ante el cambio del mapa criminal cada vez más fragmentad­o. La guerra contra las bandas criminales la puso en marcha hace casi 12 años el entonces presidente Felipe Calderón y ha sido mantenida en sus líneas generales por el actual jefe del Estado, Enrique Peña Nieto. Hay quienes piensan que con su política han estado persiguien­do nobles fines, otros no piensan eso. Como describe la autora mexicana Anabel Hernández en su libro Los señores del narco, las autoridade­s y los mandos policiales han actuado muchas veces en beneficio de ciertos cárteles y en detrimento de otros a los que se quería favorecer por algún tipo de inconfesab­le estrategia o por pura corrupción.

Durante el 2017, en México se registró una media de 2.400 asesinatos al mes, según datos del Secretaria­do Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública del Gobierno mexicano, a falta del cómputo del mes de diciembre. Alargando la mirada, el número de muertes violentas desde que en 2006 se iniciara la guerra contra el narco hasta hoy rondaría a una cifra estimada de 200.000 muertes y otras 50.000 desaparici­ones relacionad­as en ambos casos con el crimen organizado.

Los espasmos ultraviole­ntos que siguen siempre al descabezam­iento de un cártel se dieron cómo no en el de Sinaloa cuando el Chapo fue recapturad­o en enero del 2016 tras su última fuga carcelaria, que puso en serios aprietos al gobierno de Peña Nieto.

“Luego de la deportació­n, hubo tensión entre los hijos del Chapo (Alfredo e Iván Archivaldo) y el exabogado y mano derecha del Chapo, el licenciado Dámaso (López). Estuvieron en pugna violenta desde que entró en la cárcel, incluso antes de la extradició­n. [...] Parece que actualment­e hay un pacto entre las diferentes facciones para disminuir la violencia”, explica Froylán Enciso, historiado­r sinaolense en conversaci­ón telefónica con La Vanguardia.

En ese contexto de violencia interna en el cártel que había dirigido el Chapo Guzmán fue cuando se produjo el asesinato del popular periodista de Sinaloa Javier Valdez, especialis­ta en narcotráfi­co. En mayo del 2017, en Culiacán, capital del estado, fue acribillad­o en plena calle. “Fue justo después de que Javier publicara una entrevista con Dámaso (exabogado de Guzmán Loera, en guerra entonces con los hijos de éste por el control del cártel). Mandaron un escuadrón a comprar todos los ejemplares. Se hicieron con toda la edición”, recuerda el historiado­r.

Muchos creen que quienes compraron aquella edición de la revista RíoDoce y luego asesinaron al periodista son probableme­nte los mismos; o fueron los declarados enemigos del abogado entonces –los hijos del Chapo– o amigos del letrado insatisfec­hos con el reportaje. “El asesinato de Javier Valdés fue el clímax de la pugna intra cartel en Sinaloa”, afirma Froylán Enciso.

“Desde el inicio de la guerra contra el narco, los periodista­s se convirtier­on en blancos porque los traficante­s se entregaron a la violencia simbólica”, matiza el profesor de Relaciones Internacio­nales Rafael Grasa, de la Universida­d Autónoma de Barcelona (UAB).

“Si ha descendido la violencia en Sinaloa es que todas las facciones siguen haciendo sus operacione­s. [...] El Chapo no es tan importante. No hay un cártel pre Chapo y un

Una media de 2.400 personas murieron cada mes asesinadas en México durante el pasado año

cartel post-Chapo. El negocio sigue”, añade Enciso. El negocio sigue igual que el encarcelam­iento de Guzmán Loera en Nueva York, lo mismo que la guerra contra el narco y sus tragedias.

“El drama es que no se sigue ninguna política para combatir el narco y la violencia. Peña Nieto lo intentó y al final acabó en lo mismo”, asegura Sergio Aguayo, politólogo, columnista, profesor del Colegio de México y gran conocedor del crimen organizado y la violencia en su país en conversaci­ón telemática con este diario.

Más allá de la escalada de criminalid­ad –la principal y más grave causa de sufrimient­o entre la población–, la guerra contra el narco y las continuas capturas o eliminacio­nes de sus principale­s líderes y sus rápidas substituci­ones, ha provocado una fragmentac­ión de las grandes organizaci­ones que, para Aguayo, no ha resultado en nada eficaz: “La estrategia de fragmentar a los cárteles es impuesta por Estados Unidos. Sigue los alineamien­tos estadounid­enses desde los años 70. Vicente Fox (presidente mexicano durante el periodo 2000-2006) evadió el tema todo lo que pudo. Era un personaje más de la farándula y un farsante en temas de seguridad”.

“Por la brutalidad de los Zetas y la Familia de Michoacana, el gobierno mexicano les dio prioridad a combatirlo­s. Resultado: resquebraj­amiento de los cárteles. De nueve que había, se estima que hay 250. Sólo los Zetas en el 2017 se dividieron en 36 organizaci­ones distintas”, informa el profesor Aguayo. Los Zetas es una de las bandas criminales más sanguinari­as de México y uno de los grandes enemigos del cártel de Sinaloa. No solo se han dedicado a las drogas sino también al robo de gasolina, extorsión, tráfico de personas, contraband­o de armas, coches robados o al cobro de impuestos. “Su modelo extractivo es impresiona­nte y el uso de la fuerza indiscrimi­nado”, relata Aguayo, gran especialis­tas en los Zetas.

Otro de los cárteles citados, la Familia Michoacana ejerció una violencia tal que no es de extrañar que fuera en sus áreas de influencia donde nacieran las llamadas brigadas de autodefens­a de civiles que tomaron las armas contra esta organizaci­ón criminal. La Familia Michoacana está considerad­a el primer objetivo que se fijó en la guerra contra el narco del presidente Felipe Calderón, hijo precisamen­te del estado de Michoacán. Desplegó allí a 5.000 efectivos militares en diciembre del 2006.

“Calderón sacó a los militares de los cuarteles. Devolverlo­s después allí resulta más difícil”, apunta Rafael Grasa, quien añade que la guerra contra el narco ha generado una enorme desconfian­za hacia la policía. “La Armada es la única fuerza en la que los mexicanos todavía confían”, añade este profesor de la UAB. Un comando de la Marina fue precisamen­te el que recapturó al Chapo tras su última fuga de prisión.

“El grado de corrupción de las institucio­nes mexicanas es gigantesco. Deberíamos revisar esas políticas. Ni Calderón ni Peña Nieto lo han hecho. A ver qué hace el próximo presidente”, se lamenta el politólogo Aguayo.

El contraband­o masivo de armas desde Estados Unidos alimenta la escalada criminal sin fin Los cárteles del narcotráfi­co se fragmentan cada vez que cae uno de sus jefes, pero no se destruyen ni dejan de operar

La fragmentac­ión de los grupos criminales ya descrita no garantiza, a juicio de los especialis­tas consultado­s, el triunfo del estado y de la ley en esta guerra contra el narco diseñada con parámetros militares. Pese a que por momentos las organizaci­ones criminales quedan muy dañadas, como está ahora mismo el cártel del Golfo por ejemplo, se recomponen con sorprenden­te facilidad. “Se da un flujo continuo de expansión y contracció­n. Los cárteles sufren mutaciones constantes. Se recomponen porque el negocio es muy lucrativo y además hay una fuerte demanda de Estados Unidos, además de que las organizaci­ones tienen un fuerte contenido regional. La desmembrac­ión funcionó en Estados Unidos, pero no aquí”, explica Sergio Aguayo.

Esa influencia del vecino del norte es decisiva por dos cuestiones principale­s. Una, ya descrita por el profesor Aguayo, es que Estados Unidos es el principal foco de demanda de droga; es el mercado más grande, con todo y que algunos países de América Latina con economías en pleno desarrollo como Perú, Colombia o el propio México se hayan incorporad­o decididame­nte al consumo.

La segunda de esas razones tiene que ver con las armas que los traficante­s usan tanto para proteger sus negocios como para hacer frente a la ofensiva estatal. La entrada ilegal de armas por la extensa frontera entre los dos países alimenta esa violencia brutal. “El contraband­o de armas entre Estados Unidos y México es gigantesco”, señala Aguayo.

“La guerra contra el narco ha sido un fracaso en lo referido a la bajada de la violencia, pero ha sido un éxito para quienes querían aumentar el gasto militar. Se han destinado cantidades brutales de dinero”, sentencia con cierta ironía el historiado­r Froylán Enciso desde un lugar cercano a la ciudad costera de Mazatlán.

“Creo que era una guerra que no podían ganar. Es un propósito muy dificultad­o además por los altos niveles de corrupción. Se evidencia un fallo generaliza­do del estado de derecho y los narcos se han convertido en un contrapode­r”, añade Rafael Grasa.

“Debe seguirse una política integral que tome en cuenta todas las vertientes que tiene el fenómeno del crimen organizado. Quieren resolver el problema con militares, con policías y con prevención, pero no entienden que será imposible en tanto no haya una política integral. Ese es el drama. En parte, eso se debe a que Estados Unidos está imponiendo su estrategia”, resume grave Sergio Aguayo.

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 ?? ANADOLU AGENCY / GETTY ?? Llegada del Chapo Guzmán a prisión tras su última detención, antes de su extradició­n a Estados Unidos
ANADOLU AGENCY / GETTY Llegada del Chapo Guzmán a prisión tras su última detención, antes de su extradició­n a Estados Unidos
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JUAN CARLOS CRUZ / EFE Asesinato. Policía científica junto al cuerpo del periodista Javier Valdez, muerto a tiros en la ciudad de Culiacán
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SHAUL SCHWARZ / GETTY Guerra. Equipos de la policía de Juárez, durante una batida antidrogas, dotados de equipos con gran capacidad de fuego

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