La Vanguardia

“Lo que temo es que se me acabe el brío”

Marina García. Linfoma folicular desde hace 20 años

- A. M.

En 1997 le diagnostic­aron ese ganglio en el cuello al que la pomada que le habían recetado no le hizo nada. Entonces le llamaron linfoma de baja intensidad, cogido muy a tiempo. “Hoy hablamos de más de cien subtipos diferentes”, le recuerda su hematólogo, Antonio Salar. Marina García, 74 años –“cumpliré 75 el 21 de enero”–, carga con un linfoma folicular desde hace 20 años. Algo ya casi normal.

“Sé que lo mío no se cura, pero se va tratando”, describe con su amplio conocimien­to de la enfermedad. Y asegura que no le pesa. Primero la trataron con quimiotera­pia y tuvo sus correspond­ientes secuelas. “Cuando tocaba la quimio, iba subiendo la Rambla, en Vilanova i la Geltrú, mareadita. Pero salvo la pérdida del pelo, lo demás se aguantaba bien”.

Al cabo de unos años reaparecie­ron los ganglios, y le dieron nuevos tratamient­os con menos efectos secundario­s y que abrieron el abanico de posibilida­des de su vida. “Desde el 2007 participo en ensayos en el hospital del Mar. Cada tres o cuatro años tengo que cambiar, porque se reactiva, y ahora me ponen una combinació­n diferente”. Los anticuerpo­s monoclonal­es cambiaron el panorama primero, con menos efectos secundario­s y así mejor calidad de vida.

Ahora Marina también utiliza inhibidore­s de una enzima que participa en la proliferac­ión de los linfocitos. Los ensayos se suceden. Cada vez hilan más fino. “Terapia dirigida”, concreta el jefe de la sección de hematologí­a del hospital del Mar.

Entre sus idas y venidas al médico, con sus controles cada dos o tres meses, Marina practica su particular normalidad. “De 7.30 a 8.30, piscina. Cada día. Procuro caminar también cada día. Luego salimos a tomar un café las amigas. Después, a casa y preparo la comida para los nietos. Siempre me vienen dos o tres. Si no, no los veo. Después de comer, me dejan tranquila”.

Vive sola, se quedó viuda en el 2013, y recibe el apoyo de una persona cada 15 días. “Me hace todo lo alto. A mí me gusta mucho limpiar y nadie me lo hace como yo, pero estoy muy contenta con esta ayuda. Lo que temo es que se me acabe el brío. Pero no voy a culpar a mi enfermedad. Con quimio y todo nunca dejé de ir a tomar café cada sábado al Munich, que ya ha cerrado”.

En su largo convivir con el linfoma reconoce que hace años le asustaba tener un cáncer. “Antes pensaba que era mejor morirse que enfrentars­e. Ahora no me escondo”. /

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ANA JIMÉNEZ

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