Crimen y ritual en un burdel de lujo
Andreu Martín publica ‘El Harén del Tibidabo’, historia de un exclusivo prostíbulo en tiempos del franquismo
Puertas doradas, cámaras de vigilancia, cristaleras púrpura, cortinajes y tapices. Refugios para el sexo, salas clandestinas y pasadizos secretos. Andreu Martín (Barcelona, 1949) se ha lanzado a forjar una novela policíaca de factura barcelonesa con ecos de leyenda. Con evocaciones de otras décadas, sectas satánicas, rituales de vudú, clubs sadomasoquistas... Y, por supuesto, muchos crímenes.
El Harén del Tibidabo (Editorial Alrevés) sigue la senda de cómo Mili Santamarta, histriónico y único heredero de la familia que regenta el club de alterne, recibe la noticia del asesinato de su madre. “Al protagonista le consuela pensar que su madre está muerta. Porque eso significa que no le abandonó, como él creía, por un cliente”, afirma Martín para justificar la obsesión de Santamarta: saber si la madre era buena o mala. “El muerto siempre es bueno, fíjese en las necrológicas”.
El autor (¿corbata amarilla? “casualidad”), que aborrece las novelas de fórmula, reivindica la mentira pura. “Estamos obsesionados por la verosimilitud en las novelas. Y lo único que conseguimos es reprimirnos ¿Es que estamos perdiendo la perspectiva de la ficción?”, se pregunta. No quiere personajes que puedan considerarse normales. “Antes se tenía más respeto por la ficción. Que la ficción supere la realidad es nuestra obligación. Y yo, la verdad, voy en metro y toda la gente que veo en el vagón es muy rara...”.
Para informarse (“amén de mis jueces y policías de cabecera”) contactó con Mossos. “Me explicaron detalles sobre los prostíbulos sado, donde te encierran en jaulas y te dan todos los latigazos que tú pidas. Y ahora sé que en Barcelona existen, hoy, ¡23 sectas satánicas!”. Empezó a documentarse en exceso buscando una obra políticamente correcta que titularía Seguridad ciudadana y acabó escribiendo un libro “incontinente”. La culpa fue de un sueño.
“Una noche me llegó una idea peregrina, rara, que fue tomando fuerza. Haría una novela titulada Línea de puntos, en referencia a esos pasatiempos de periódico. Cada punto, un asesinato”. Y la idea se impuso. Martín, que jamás escribe un primer capítulo hasta saber el final del argumento, que incluye los personajes a posteriori y adora los estudios sobre la maldad humana, reconoce que en la novela no hay denuncia. “La moral que se saque no la controlo. Pero los malos existen”, concluye este heredero de Hobbes.
Anda metido en una nueva novela sobre yihadismo mientras sigue
“Los Mossos me explicaron que en Barcelona existen, actualmente...
¡23 sectas satánicas!”
cabreado con la industria literaria. “No soy autor de Sant Jordi ni de grandes superficies”. Dice haberse sentido expulsado de ese mundo promocional desde que con Cabaret Pompeya, la niña de sus ojos, “la editorial no hizo absolutamente nada para venderla”
Andreu Martín considera que leer, hoy, “requiere un esfuerzo violento. Por eso la imagen se nos está comiendo, porque es más fácil mirar una película tirado en el sillón que volver cansado del trabajo y ponerte a leer. Al lector le damos muchos deberes. Es él quien tiene que imaginar a la rubia imponente”. En la novela, sólo nos propone una dominatrix en bata de boatiné.