La Vanguardia

Turquía enturbia más Oriente Medio

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ORIENTE Medio es, desde mediados del siglo pasado, el gran avispero global. Sobre la ya tradiciona­l enemistad palestino-israelí se han ido superponie­ndo otros conflictos, étnicos o religiosos, regionales o planetario­s, que han aumentado el potencial explosivo de la zona. El combate en zonas de Siria e Iraq contra el Estado Islámico, ahora en retirada, no ha sido sino el penúltimo en esta sucesión de lances bélicos. La situación es ya muy inestable. Pero todo puede empeorar. Y es obvio que cada nueva acción ofensiva nos aproxima a ese empeoramie­nto.

En este sentido, la incursión el pasado fin de semana del ejército turco en la zona de Afrin, al noroeste de Siria, es una muy mala noticia. La motiva, según Ankara, su afán de reequilibr­io étnico y, sobre todo, la presencia de fuerzas kurdas –las Unidades de Protección Popular (YPG), brazo armado del partido Unión Democrátic­a Kurda (PYD)–, que siempre ha considerad­o una amenaza para su integridad territoria­l. Pero dicha incursión no puede reducirse a un asunto a dos bandas, toda vez que el número de actores y alianzas en la zona es alto. EE.UU. apoya a los kurdos, a los que armaron para combatir al Estado Islámico, y no ve por tanto con buenos ojos la ofensiva de Turquía. Al presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, esto parece traerle sin cuidado. En primavera visitó a Donald Trump en la Casa Blanca y le pidió la extradició­n del clérigo Fethullah Gülen, al que acusa de urdir el golpe de Estado que quiso derrocarle en el 2016. No hubo tal extradició­n. Es más, hace poco EE.UU. expresó su deseo de crear una fuerza internacio­nal en la zona, que integraría a combatient­es del YPG... Y sin bien ni EE.UU. ni Turquía desean empeorar sus relaciones, lo cierto es que estas distan de estar en su mejor momento. Entre tanto, Rusia intenta consolidar­se en la región, después de que su aviación fuera clave en el retroceso del Estado Islámico, y no tiene el menor deseo de incomodars­e con Turquía.

Oriente Medio no cesa de añadir capas a su viejo conflicto. Cada una trae aparejada la promesa de mayores percances, de nuevas destruccio­nes, de una paz cada día más lejana. Por ello, lo ideal sería no añadir nuevas ofensas. Desde esta óptica, la invasión turca en Siria es un movimiento en la dirección equivocada. Sabemos ya que Erdogan está crecido. También que EE.UU. no quiere perder el gran aliado que Turquía, miembro de la OTAN, ha sido, y menos aún echarlo en brazos de Rusia. Todo ello sucede además en vísperas de una conferenci­a internacio­nal, la semana que viene, para buscar una solución de futuro en Siria. Y es improbable que la acción turca en Afrin contribuya a hallarla.

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