La última cena
LAS consecuencias de la última cena benéfica del Presidents Club en el Dorchester, a la que acudieron 360 personalidades del mundo de los negocios, las finanzas y la política, no se han hecho esperar. Tras la denuncia del Financial Times del acoso sexual que sufrieron las 130 azafatas contratadas (que debían ser altas, delgadas y guapas, además de vestir ropa ajustada, lencería negra y zapatos de tacón de aguja), Londres se avergonzó de ser el centro de las miradas del planeta. Por esa razón, el Presidents Club se ha disuelto, la dirección del hospital infantil Great Ormond Street devolverá los donativos recibidos, David Meller (uno de los organizadores) fue cesado de la comisión de Educación del Gobierno, el ministro Boris Johnson dijo desconocer que entre las invitaciones de la subasta había una para almorzar con él y la premier Theresa May declaró a través de su portavoz que se sentía tremendamente incómoda ante las informaciones publicadas por la prensa.
Financial Times no acostumbra a trabajar con periodistas de incógnito, lo que se considera más propio de los tabloides, pero el diario ha jugado muy fuerte con este asunto en medio del debate global sobre la desigualdad de género y el acoso a las mujeres como ejercicio de poder. De hecho, a partir de esta primavera las empresas británicas estarán obligadas a publicar información sobre las diferencias salariales entre hombres y mujeres, así como a especificar los planes previstos para equiparar los sueldos.
El artículo de Madison Marriage es el resultado de lo que presenció en la cena, pero también de las situaciones que tuvo que gestionar. Las cosas que contó a la BBC –“eran manos por debajo de la falda, manos en el trasero”– atentan contra la dignidad y la integridad moral de las personas. El relato del acoso en la fiesta del Presidents
Club produce vergüenza a quien lo escucha, es vejatorio para quien lo sufre y resulta descalificador para quien lo comete.