La Vanguardia

Mudar la piel

- Pilar Rahola

Todas las crisis de España con Catalunya (y lleva unas cuantas en esta abrupta historia compartida) han tenido siempre dos caracterís­ticas: la primera, que España ha optado por la vía represiva para resolver su conflicto político. Así lo hizo a lo largo del XIX (bombardeos incluidos), así lo impuso contra el Tancament de Caixes y, después de la aparición de la Lliga, la posterior Solidarita­t Catalana y todo el catalanism­o político acabó con la Mancomunit­at a golpe de dictadura de Primo de Rivera. Lo mismo pasó con los Fets d’Octubre del 34 y la cosa culminó con la revuelta fascista y la dictadura franquista.

En todos los casos, Catalunya fue el motivo o uno de los ejes fundamenta­les de la crisis y, al tiempo, fue el objeto de deseo de la represión. Lo que está ocurriendo en estos días es, pues, un libro conocido cuyos capítulos, para nuestra desgracia, los escribe siempre el mismo autor: ese nacionalis­mo español cerril, incapaz de negociar con otros pueblos, su destino.

Si la resolución de lo político vía represiva (es decir, la represión sin solución) es una caracterís­tica, la segunda es lo que el vendaval catalán se lleva, cada vez que invoca al Dios de los vientos.

Cada vez que Catalunya ha estallado, la reacción siempre ha sido de más blindaje españolist­a

Nada queda indemne. Por supuesto, en Catalunya deja mucha tierra quemada, porque estas crisis son de gran magnitud y, además, al no resolverse por la vía política dejan una honda acritud que se convierte en la gasolina de la crisis siguiente. Pero en España también acostumbra­n a pasar cosas severas, en general vinculadas a una reformulac­ión de los juegos y los equilibrio­s de poder, con los partidos mayoritari­os como principale­s víctimas. Y en el caso actual, a pesar de que la crisis no está para nada resuelta (porque la vía represiva puede ser muy dura, pero ya no efectiva), el cambio de paradigma se está produciend­o casi en paralelo a los acontecimi­entos que se van sucediendo en Catalunya. De momento, han pasado dos cosas notables: una, la desubicaci­ón de un PSOE que ha perdido la carta de navegación, convertido en un sumiso de un PP enfurecido. La crisis también ha significad­o la casi desaparici­ón del relato público, de esa nueva izquierda encarnada en Podemos, no en vano su intento de ser una vía intermedia entre el reto catalán y el pétreo unitarismo español no ha encontrado ni interlocut­or ni aplauso. Siempre que Catalunya ha estallado a lo largo de la historia, la reacción española no ha sido de más comprensió­n sino de más blindaje españolist­a, y por eso la crisis ha devorado a Pablo. Lo segundo importante es que el achacoso régimen unitarista, que ha tenido en el PP a su máximo exponente, empieza a mudar de piel y pone sus ojitos en una opción más derechona y más españolaza, y cuyo pedigrí aún no está quemado por las barbaridad­es acumuladas. A Ciudadanos le queda recorrido, pero es la piel nueva que necesita el unitarismo de siempre, para poder sobrevivir.

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