Del Bullingdon al Garret
El origen de los clubes exclusivos para hombres se remonta al siglo XVII, y en su historia está escrita la lucha de clases que forma parte de la esencia de este país. No entre pobres y ricos, sino entre viejos ricos (aristócratas, nobles y terratenientes) y nuevos ricos (la clase mercantil que prosperó con la revolución industrial). Su existencia responde al deseo atávico de relacionarse con la tribu de uno, la de quienes habían servido al imperio en India, Birmania o Tanzania, o heredado el título y el dinero por su cara bonita, o ejercido de embajadores en Roma o París (el TravellersClub exige todavía a los potenciales socios que enumeren cuatro países que hayan visitado). En Londres hay 25 gentlemen clubs. Entre los más antiguos figuran el White’s (fundado en 1693), del que es socio el príncipe Carlos; el Brook’s (1762), que ha contado entre su clientela al primer ministro William Pitt, y a William Wilberforce, que dirigió la campaña para abolir la esclavitud; el Boodle’s (del mismo año), muy vinculado al Partido Conservador; el Club Militar Naval, favorito de los miembros de las fuerzas armadas, que tiene dos entradas, una para quienes van vestidos formalmente y otra para quienes no; el Reform Club (1832), de naturaleza progresista, que acepta a hombres “de toda raza, nacionalidad y condición, con tal de que tengan personalidad y talento”; el Black’s del Soho, de espíritu bohemio; su vecino Groucho Club, refugio de escritores y periodistas; o el Garret de Covent Garden, que alberga a muchos actores y cuyos miembros votan cada equis años si cambian los estatutos para admitir a las mujeres (siempre sale que no: hace falta mayoría cualificada de dos tercios). Luego están los que ya no existen, como el Thursday, popularizado en la serie The Crown, donde se desfogaban el duque de Edimburgo, el actor David Niven y el espía Kim Philby. Pero para los dirigentes conservadores, la primera experiencia es en muchos casos el Bullingdon de Oxford, donde compitieron ya como estudiantes David Cameron y Boris Johnson.
Los clubes de hombres responden a un espíritu atávico, el de asociarse sólo con la tribu de uno