Nada de mujeres, por favor
El acoso se da en las fiestas de banqueros y futbolistas, pero no en los clubes sólo de hombres
Muchos de los clubes “sólo para hombres” que se esconden detrás de las fachadas neoclásicas, victorianas o isabelinas de los barrios londinenses Mayfair y Saint James no anunciaban antes su dirección en las páginas amarillas, y tampoco lo hacen ahora en sus páginas web. La idea es que quien buenamente no la sepa, no merece ni ser socio ni ser invitado.
Hay clubes para diplomáticos (que hacen una excepción con las embajadoras de países extranjeros acreditadas ante el Reino Unido), funcionarios civiles, militares, artistas, escritores, gente del teatro y la farándula, políticos (conservadores), abogados y jueces. Y los hay de tinte tan colonial que todavía llevan el nombre de la Compañía de las Indias, porque el colonialismo, en la historia británica, ha ido siempre de la mano del imperialismo, del racismo, del machismo y del sexismo. Los hay que vetan por completo a las mujeres. Otros que las admiten sólo como invitadas. O que les dejan entrar pero les niegan el acceso a zonas restringidas, el sancta sanctorum reservado a las élites.
Pero estos gentlemen clubs son mucho más aburridos que la cena benéfica en la que pasaron las cosas que pasaron, y no hay chicas con zapatos y ropa interior negra a quienes toquetear. Los socios se dedican a charlar de fútbol y de coches, fumar, beber y si es necesario a pelearse, y no quieren mujeres, punto. Para poder ser todo lo brutos, maleducados, sexistas y políticamente incorrectos que haga falta sin que nadie arquee las cejas. “Se trata de ir al cub, no a una cena de parejas o a una brasserie”, explica un conocido que se gasta tan pancho los más de tres mil euros al año que le cuesta la cuota. Y para ingresar tuvo que pasarse una eternidad pendiente de los obituarios de los diarios, esperando una vacante.
No sólo es que no haya chicas vestidas en plan sexy y con instrucciones de agradar, sino que los conserjes y camareros –en muchos casos también sólo hombres– tienen la edad de Matusalén, por otra parte acorde a la de los socios, que se creen jóvenes si no sobrepasan en mucho la sesentena. En uno de los más conocidos hay la regla de que a todo el personal de servicio masculino se le llama George, al margen de su nombre real (“una copa de vino, George”, “un cohibas, George”), y al femenino Georgina (“guárdeme el abrigo, Georgina”, “¿me puede dar el sombrero, Georgina?”).
Claro que hay reuniones, lugares y eventos en que los hombres consideran que tienen el derecho a tocar a las mujeres, pedirles que hagan un striptease o que se acuesten con ellos porque son ricos y poderosos, pero no en los gentlemen clubs de Saint James. Es el mundo de los ejecutivos de la City cuando reciben un bonus o quieren celebrar la firma de una fusión, o de los futbolistas de la Premier League que contratan agencias para que les suministren chicas guapas dispuestas a una orgía. En los clubes de Mayfair lo que impera no es el sexo, sino la añoranza de los colegios y universidades privados típicamente ingleses donde los hombres crecen conviviendo sólo con otros hombres (lo que con frecuencia da pie a relaciones homosexuales), y no tienen que dar explicaciones a las mujeres. Son un mundo arcaico y nostálgico de cómo eran las cosas y ya no son. Como el Brexit.