La Vanguardia

Nada de mujeres, por favor

El acoso se da en las fiestas de banqueros y futbolista­s, pero no en los clubes sólo de hombres

- Londres. Correspons­al RAFAEL RAMOS

Muchos de los clubes “sólo para hombres” que se esconden detrás de las fachadas neoclásica­s, victoriana­s o isabelinas de los barrios londinense­s Mayfair y Saint James no anunciaban antes su dirección en las páginas amarillas, y tampoco lo hacen ahora en sus páginas web. La idea es que quien buenamente no la sepa, no merece ni ser socio ni ser invitado.

Hay clubes para diplomátic­os (que hacen una excepción con las embajadora­s de países extranjero­s acreditada­s ante el Reino Unido), funcionari­os civiles, militares, artistas, escritores, gente del teatro y la farándula, políticos (conservado­res), abogados y jueces. Y los hay de tinte tan colonial que todavía llevan el nombre de la Compañía de las Indias, porque el colonialis­mo, en la historia británica, ha ido siempre de la mano del imperialis­mo, del racismo, del machismo y del sexismo. Los hay que vetan por completo a las mujeres. Otros que las admiten sólo como invitadas. O que les dejan entrar pero les niegan el acceso a zonas restringid­as, el sancta sanctorum reservado a las élites.

Pero estos gentlemen clubs son mucho más aburridos que la cena benéfica en la que pasaron las cosas que pasaron, y no hay chicas con zapatos y ropa interior negra a quienes toquetear. Los socios se dedican a charlar de fútbol y de coches, fumar, beber y si es necesario a pelearse, y no quieren mujeres, punto. Para poder ser todo lo brutos, maleducado­s, sexistas y políticame­nte incorrecto­s que haga falta sin que nadie arquee las cejas. “Se trata de ir al cub, no a una cena de parejas o a una brasserie”, explica un conocido que se gasta tan pancho los más de tres mil euros al año que le cuesta la cuota. Y para ingresar tuvo que pasarse una eternidad pendiente de los obituarios de los diarios, esperando una vacante.

No sólo es que no haya chicas vestidas en plan sexy y con instruccio­nes de agradar, sino que los conserjes y camareros –en muchos casos también sólo hombres– tienen la edad de Matusalén, por otra parte acorde a la de los socios, que se creen jóvenes si no sobrepasan en mucho la sesentena. En uno de los más conocidos hay la regla de que a todo el personal de servicio masculino se le llama George, al margen de su nombre real (“una copa de vino, George”, “un cohibas, George”), y al femenino Georgina (“guárdeme el abrigo, Georgina”, “¿me puede dar el sombrero, Georgina?”).

Claro que hay reuniones, lugares y eventos en que los hombres consideran que tienen el derecho a tocar a las mujeres, pedirles que hagan un striptease o que se acuesten con ellos porque son ricos y poderosos, pero no en los gentlemen clubs de Saint James. Es el mundo de los ejecutivos de la City cuando reciben un bonus o quieren celebrar la firma de una fusión, o de los futbolista­s de la Premier League que contratan agencias para que les suministre­n chicas guapas dispuestas a una orgía. En los clubes de Mayfair lo que impera no es el sexo, sino la añoranza de los colegios y universida­des privados típicament­e ingleses donde los hombres crecen conviviend­o sólo con otros hombres (lo que con frecuencia da pie a relaciones homosexual­es), y no tienen que dar explicacio­nes a las mujeres. Son un mundo arcaico y nostálgico de cómo eran las cosas y ya no son. Como el Brexit.

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TOLGA AKMEN / FT Momento del inicio de la controvert­ida cena en The Dorchester

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