El homenaje de Messi
Aparentemente esta es una semana difícil para Leo Messi, cargada de emotividad. Javier Mascherano, amigo, confesor y por encima de todo argentino, se le marcha nada menos que a China. En su despedida institucional del miércoles, Messi aparcó los tejanos y se puso traje y corbata para subrayar la solemnidad del momento. Hace años que Leo se ha hecho mayor, que ya no necesita como antes la tutela de algún jugador más experimentado en el vestuario para aconsejarle y protegerle. Vuela solo el astro, pero igualmente echará de menos al central. No ha sido ese el único impacto emocional que ha conmocionado de alguna forma a Messi y su particular universo. Ha habido otro adiós, este repleto de simbología. No hablamos de Ronaldinho, otra persona vital para entender la biografía del mejor futbolista contemporáneo. Hablamos de Pablo Aimar que, con 38 años, acaba de colgar las botas definitivamente. Cuando Messi era un pibe quería ser como el payaso Aimar, un jugador que en su plenitud enamoró a Johan Cruyff. Cada vez que Messi juega los honra a todos. A Mascherano, a Ronaldinho, a Aimar y a Cruyff... Ayer lo volvió a hacer. El Espanyol trató de enjaularle como en Cornellà, pero la empresa le resultó imposible. Su partido fue una locura. Siempre lo es. El argentino ha hecho de la excepcionalidad, rutina.
Antes de entrar al campo en su último partido Aimar se hizo rodear por los futbolistas de Estudiantes de Río Cuarto, su ciudad, el equipo donde empezó antes de dar el salto a River Plate. Le escucharon con atención y dijo esto. Ninguna de sus palabras tiene desperdicio: “Les voy a decir dos cosas. Esas nueve mil o diez mil personas que están acá quieren ser uno de ustedes. Yo mismo quiero ser uno de ustedes mañana. Los voy a envidiar con maldad. La sensación que vamos a sentir ahora al salir a una cancha llena no está en otro lado. No está en la farlopa, no está en la noche, no está en las minas, salir a una cancha llena no tiene igualdad. Disfruten y háganme disfrutar a mí”.
Posiblemente sea el discurso menos retórico hecho por un argentino. Messi está también en ese discurso.
Se van Ronaldinho, Aimar, pero sigue Messi, y todavía Iniesta, otro elegido ayer sustituido por Coutinho, en un relevo que anticipa el futuro. Coutinho lleva el 14 en la espalda, metáfora tras metáfora, y en su primera acción individual en el Camp Nou dejó un caño como tarjeta de presentación. Pertenece a la tribu el brasileño. Es de los que se saltan la cantinela del periodo de adaptación. Los buenos hablan todos en el mismo idioma. No necesitan prólogo o manual de instrucciones. En la zona de tres cuartos de ataque ya se asoció con Messi.
El derbi es desigual, dicen, pero lo pueden equilibrar las emociones. Sucedió así en Cornellà, donde el Espanyol supo leer por donde igualar las fuerzas, llevando el partido al terreno de la pasión, el sacrificio y el orden, culminándolo con el tanto de Melendo, el chaval de la casa. Pero el derbi se siente también en la caseta blaugrana, más de lo que se cree. El núcleo duro, el que mamó la Masia y los derbis en las categorías inferiores, el formado por Messi, Piqué, Busquets, Alba y Sergi Roberto, sintió aquella derrota como una afrenta. Por eso Messi jugó como lo hizo ayer, añadiendo un plus pasional en su juego, decidiendo la eliminatoria, verticalizando las jugadas en la primera parte y achatándolas en la segunda en ocasiones para conservar el balón, siendo objeto de faltas reiteradas, durmiendo la eliminatoria. Estuvo a un gol el Espanyol de pasar a semifinales, pero la distancia pareció mayor esta vez, la que marcó Messi. La marca siempre.
Se van Mascherano, Ronaldinho y Aimar, pero se queda el mejor para honrarlos a todos
Entró Coutinho por Iniesta y dejó un rondo como aviso para navegantes: pertenece a la tribu