La Vanguardia

Una vez, Maradona

- Xavier Aldekoa

De su infancia, José Fernando recordaba dos cosas: la pelota y el olor a mar. El fútbol le duró poco. Apenas era un crío cuando salió a faenar al mar con su padre, pescador de oficio y carácter, y poco a poco el balón se quedó en la orilla. Cuando le conocí, tenía arrugas impropias de un hombre de su edad y la ironía agria de los marineros. “Nací un 16 de marzo de 1975, rapaz, pero yo no cuento años, yo sólo vivo, que cuesta menos”.

Con doce años había llegado a la ciudad de Beira huyendo de la guerra y la miseria y al cabo del tiempo se instaló en el Grand Hotel. Mozambique no ha visto jamás algo como aquel hotel. Fundado en 1955, su imponente edificio con casi 400 habitacion­es y suites en primera línea de mar, con escalinata­s doradas, moquetas rojas y lámparas de mil cristales anunciaban unas vacaciones de lujo y excesos para clientes venidos de todo el mundo. Hoy aquel edificio es un fantasma de cemento. Hace 55 años, apenas ocho después de su inauguraci­ón, la guerra civil vació el hotel, los militares convirtier­on su terraza en base militar y al cabo de los años el edificio cayó en el abandono y se llenó de squatters. Hoy 4.000 personas se amontonan en las habitacion­es, la cocina, los pasillos, debajo de las escaleras, encima de las escaleras, en el hueco del ascensor, en el desván, junto a la piscina olímpica o en la sala de baile. En la discoteca, junto a otras diecisiete familias, vivía José Fernando, su mujer, Julia, y sus cinco hijos.

Pese a vivir en la segunda ciudad del país, José Fernando no sabía quiénes eran Messi o Cristiano Ronaldo. Le dio vergüenza no saberlo. “¿Debería conocerlos? Lo siento, pero no tengo tiempo, ¡no tengo tiempo!” José Fernando se levantaba

Pese a vivir en la segunda ciudad de Mozambique, José Fernando no sabía quiénes eran Messi o Cristiano Ronaldo

muy temprano para ir a la playa y comprar barato el primer pescado que traían a la orilla los pescadores. A él, decía, hacía años que se le habían roto las redes y no tenía dinero para repararlas. Tras arañar un descuento, José Fernando le daba el pescado a su mujer, quien corría a vender la mercancía en el mercado unos céntimos más caro. Repetían la misma operación durante todo el día con la esperanza de costearse la comida diaria con el beneficio del intercambi­o.

Pensé que quizás conocería a Pelé o al portugués Eusébio, originario de Mozambique y primer jugador nacido en África que ganó el Balón de Oro, pero José Fernando también dijo que no. “Lo siento –se excusó de nuevo azorado– no tengo radio y durante el día estoy todo el tiempo trabajando para poder comer”. Al cabo de unos segundos, quizás aún incómodo por una charla con tanto nombre ajeno, entornó los ojos y exprimió la memoria. “Espera, ahora que pienso, una vez oí hablar de Maradona”.

En el Grand Hotel no hay electricid­ad ni agua corriente y la montaña de basura y excremento­s alcanza ya el primero piso, pero José Fernando dice que le gusta vivir allí. Que por las tardes pasa la brisa y le llega el olor a mar.

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