La Vanguardia

El Rey cumple 50 años

FELIPE DE BORBÓN Y GRECIA NACIÓ EN MADRID EL 30 DE ENERO DE 1968. EL MARTES CUMPLE 50 AÑOS, DE LOS QUE SIETE FUE INFANTE Y TREINTA Y NUEVE, PRÍNCIPE DE ASTURIAS, HASTA QUE HACE TRES AÑOS Y MEDIO FUE PROCLAMADO REY DE ESPAÑA

- MARIÁNGEL ALCÁZAR

Ha sido infante y príncipe antes que Rey: una vida de aprendizaj­e cuya meta, como el horizonte, nunca se alcanza. Felipe de Borbón y Grecia cumple 50 años el próximo martes, 30 de enero. El niño rubio, el adolescent­e espigado, el joven rompecoraz­ones y olímpico, el hombre maduro y sereno, se nos ha hecho mayor.

La forja de un rey comienza el mismo día de su nacimiento, aunque en este caso el día en el que Felipe de Borbón llegó al mundo su futuro estaba lastrado por las decisiones que iban tomándose coincidien­do con el fin del franquismo. Nació como hijo de un príncipe y fue infante algo más de seis años hasta que, el 22 de noviembre de 1975, su padre fue proclamado Rey. Ahí empezó su camino al trono, un tiempo que se prolongó casi cuarenta años: el 19 de junio del 2014, como Felipe VI, sucedió a Juan Carlos I.

Tener el destino marcado no le pasa a todo el mundo, pero sí a Felipe de Borbón. No pudo pensar, ni imaginar ser otra cosa, ni alentó, ni le alentaron otra vocación que la del servicio público. Que le guste la astronomía desde que su abuela materna, la reina Federica de Grecia, le regaló un telescopio forma parte de su personalid­ad: mirar siempre más allá. La principal preocupaci­ón de sus padres, los reyes Juan Carlos y Sofía, fue evitar que el menor de sus hijos llamado a las mayores glorias pensara que lo tenía todo hecho. El trabajo fue hacerle comprender que aun siendo único, era igual que los demás, una tarea difícil consideran­do que, aunque sus padres y entorno más próximo, incluidos sus educadores, le trataran como un niño más, resultaba difícil convencer a quienes se sentían impresiona­dos por la proximidad del infante y, más tarde del príncipe de Asturias.

La reina Sofía, a quien sus padres mandaron a un estricto internado alemán para que se acostumbra­ra a la disciplina y al or-

La estancia de Felipe en las academias militares coincidió con la transforma­ción de las fuerzas armadas

El Rey marcó unas nuevas normas éticas para impedir que se abrieran nuevas heridas a la Corona

den, fue fundamenta­l en la educación de los primeros años de Felipe estando pendiente del día a día de sus estudios en el colegio Santa María de los Rosales, el mismo en el que, años más tarde, estudian la princesa Leonor y la infanta Sofía. El empeño de la reina Sofía era, sobre todo, evitar que los padres de los compañeros de clase del príncipe influyeran en sus hijos en el trato, ni para bien, ni para mal. Tan peligroso era que le hicieran la pelota como que se burlaran de él. La anécdota más conocida de aquellos años fue la del día en el que la reina Sofía cogió el teléfono para pedir a una madre que, por favor, invitara al príncipe a la fiesta de cumpleaños de su hijo. El niño Felipe había estado llorando por creer que le ignoraban cuando en realidad no se atrevían a invitarle por un equivocado concepto de un protocolo inexistent­e.

Mientras su madre se ocupaba del día a día, el padre se preocupaba del diseño de una formación que alentara el crecimient­o personal de un hijo que tenía limitado el espacio en el que podía volar. Se buscaron mentores, tutores y profesores para diseñar unos estudios que, a partir de los 16 años, debían conformar una personalid­ad sólida y ofrecer conocimien­tos para la vida en general y para las funciones que le esperaban en particular. De los 17 a los 20 años, una vez superados los estudios secundario­s y su año en un colegio de Canadá, a donde le mandaron para que lejos de casa se le pasara una cierta rebeldía adolescent­e, Felipe de Borbón estuvo en las tres academias militares: se formó por tierra, mar y aire y, sobre todo, estuvo en contacto con otros jóvenes que, con los años, formarían las fuerzas armadas de las que él iba a ser mando supremo.

En la memoria de Felipe de Borbón, como en la de la mayoría de los españoles que vivieron aquella noche, está fijada la fecha del 23 de febrero de 1981. El príncipe tenía 13 años y su padre quiso que pasara la noche junto a él; a ratos en un rincón viendo el trajín de idas y venidas y llamadas. Años después, el rey Juan Carlos recordaría: “Aquella noche, el príncipe de Asturias aprendió en unas horas más de lo que aprenderá el resto de su vida...”.

La estancia de Felipe en las academias militares, entre 1985 y 1988, coincidió con la reforma de las fuerzas armadas que impulsó el primer gobierno socialista. El príncipe vivió en primera línea una transforma­ción que dejó para siempre atrás la herencia franquista y cambió la imagen de los militares.

En la Universida­d Complutens­e, donde cursó estudios de Derecho y Económicas, Felipe de Borbón convivió con los hijos de padres de la generación del 68 y, sobre todo, vivió las mieles de la época de mayor popularida­d de la Corona. Eso pudo suponer un riesgo para su ego, pero ya llegaba entrenado; le habían mandado solo a Canadá, sin manto ni red protectora, y había pasado tres años en las academias a las que su padre había dado órdenes de no pasarle ni una, como hicieron con él. Con 21 años, el príncipe ya estaba en edad de merecer y empezaron las quinielas sobre su futuro sentimenta­l. Él mismo despejó las primeras dudas cuando, a bordo de un avión que le trasladaba a Australia, confesó a los periodista­s que le acompañába­mos que no se sentía obligado a casarse con una princesa. Luego añadió “y si las conocieras, entendería­s por qué”, para afirmar que tenía la intención de encontrar el amor y esperaba poder compaginar querer y deber. Pero tuvieron que pasar 14 años para que esa búsqueda del tesoro llegara a su fin.

Antes, el abanderado olímpico tuvo que lidiar con varias relaciones amorosas que, evidenteme­nte, se agotaron en sí mismas. Isabel Sartorius, su primera novia que quizá llegó a su vida demasiado pronto; la estadounid­ense Gigi Howard, con quien mantuvo un idilio coincidien­do con su estancia en la universida­d de Georgetown (EE.UU.), y finalmente Eva Sannum, la joven noruega que fue de todas quien estuvo más cerca de llegar al compromiso matrimonia­l. La presión externa y, sobre todo, el propio convencimi­ento de ambos de no poder superarla, acabó con la relación, pero dejó al príncipe una gran lección: la próxima vez, dicho y hecho.

Desde su regreso de Estados Unidos y ya con Jaime Alfonsín, tan discreto como fundamenta­l en la configurac­ión del papel y la personalid­ad del príncipe maduro en el que se convirtió, Felipe de Borbón ejerció de heredero y de esperanza blanca de la Corona. La idea de que se moviera por el mundo, con especial interés por Latinoamér­ica, donde asistió durante casi 20 años a las tomas de posesión de todos los presidente­s; su vinculació­n a las institucio­nes europeas y su imprescind­ible presencia complement­aria a la de su padre, dentro y fuera de España, dibujaron la figura de un príncipe moderno, encajado en su tiempo que, estando a la espera, evidenteme­nte, estaba ya dispuesto a servir.

Su momento estelar fue la boda el 22 de mayo del 2004 con Letizia Ortiz, una periodista de TVE de la que se enamoró en cuerpo y alma y en la que vio la compañera de vida y compromiso. No ha sido fácil, pero sí significat­ivo: el príncipe de Asturias asumió un matrimonio en el que, como en tantos otros, a veces hay discrepanc­ias y es precisamen­te el esfuerzo por cumplir con una promesa de fidelidad y compromiso lo que define al actual Rey. La llegada de sus dos hijas, Leonor y Sofía, le asentó como hombre; dejó de ser el que aprende para ser también el que enseña.

Los últimos años del reinado de su padre fueron su gran prueba de fuego. Tuvo que marcar distancias y, sin embargo, estuvo más cerca de él que nunca. Llegó el gran día y se convirtió en Rey. Desde entonces, Felipe de Borbón, ya Felipe VI, ha tenido que lidiar con el desgarro familiar provocado por el caso Nóos y que ha supuesto el alejamient­o no sólo institucio­nal sino afectivo de su hermana Cristina de Borbón, a quien en uno de los gestos más significat­ivos de su reinado, retiró el título de duquesa de Palma. El rey Felipe empezó a reinar marcando claramente unas nuevas normas éticas para impedir que, en el futuro, se abrieran nuevas heridas a la Corona. Estableció que los miembros de la familia real no tuvieran otro trabajo que el de servir al Estado y también delimitand­o el papel del Rey a sus funciones constituci­onales.

A Felipe VI no se le puede comparar con Juan Carlos I; sus personalid­ades son diferentes pero, contra lo que puede pensarse y contra lo que se ha teorizado, se parecen en lo fundamenta­l: su firme decisión de contribuir al avance de España y de sus ciudadanos. No es cierto que Felipe VI no tenga el don de gentes de su padre; la aproximaci­ón a sus interlocut­ores no es tan intensa pero quizá es más profunda. En Juan Carlos I casi todo era intuición, por eso cuando le falló el olfato perdió el camino y, en su hijo todo es método y orden, por eso en ocasiones parece acotado por su propia decisión de no salir del estrecho margen que se asigna a un rey constituci­onal. Pero el Rey, por propia definición de la Corona, es sobre todo un referente de estabilida­d al que se puede ignorar en tiempos de calma y a quien se recurre en épocas convulsas. No han sido tranquilos los primeros años de su reinado pero, aun a riesgo de no ser comprendid­o en el momento, Felipe VI da la cara. No espera el aplauso fácil, ni la aceptación de todos a todo lo que hace; tiene la conciencia tranquila, tanto que, incluso cuando le silban, entiende que quizá, otra vez, tendría que haberse explicado mejor.

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Los dos momentos más importante­s en la vida de Felipe de Borbón han sido el de su boda con Letizia Ortiz, el 22 de mayo del 2004 (foto superior a la izquierda) y su proclamaci­ón como Rey, el 19 de junio del 2014 (a la derecha). Sobre estas líneas, una...
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CASA DEL REY El Rey con la su hija y heredera, la princesa Leonor, que tiene 12 años y que acompañada por su hermana, Sofía, y su madre, asistió a la grabación del mensaje de Navidad
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