La Vanguardia

Las tribulacio­nes de Lula

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LA justicia ha prohibido al expresiden­te de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011), ausentarse del país. En una de las siete causas judiciales en las que se halla incurso el fundador y líder del Partido de los Trabajador­es (PT), la que investiga el presunto tráfico de influencia­s a favor de la empresa sueca Saab para la compra de cazabombar­deros, el juez federal ha ordenado la retirada del pasaporte de Lula en vigilias de su viaje a Etiopía para asistir a un congreso sobre el hambre en el mundo. Se da la circunstan­cia que el pasado miércoles otro tribunal le aumentó la pena de cárcel de 9 a 12 años por otro caso de corrupción relacionad­o con la compañía Petrobras.

Frente a esta ofensiva judicial contra el expresiden­te, la cúpula de su partido ha cerrado filas y le ha nominado candidato a las elecciones presidenci­ales para el próximo otoño, unas elecciones para las que los sondeos le otorgan el cartel de favorito. Lula, a pesar de los casos de corrupción que le afectan, sigue manteniend­o un notable nivel de apoyo –un 36%– en la intención de voto, muy por encima de sus posibles rivales. Y es que el expresiden­te goza de mucha popularida­d por su lucha contra el hambre en Brasil, de una parte, y porque durante sus años de gobierno creció notablemen­te la clase media urbana brasileña; aunque, lógicament­e, los casos de corrupción que le afectan le han debilitado políticame­nte.

La situación judicial de Lula es en la actualidad de condena a prisión, pendiente de recursos de segunda instancia que pueden alargar el proceso e incluso, hipotética­mente, podrían declararlo nulo. En el caso de perder esos recursos, Lula podría solicitar el habeas corpus y recurrir ante el Tribunal Supremo federal, con lo que el tiempo procesal se iría más allá del 7 de octubre próximo, fecha de las presidenci­ales, siempre en el caso de que su candidatur­a no fuese impugnada. De ganar las elecciones, Lula no iría a prisión –hasta terminar su mandato– puesto que en Brasil un presidente no puede ser encarcelad­o por delitos cometidos previament­e al ejercicio de su cargo.

Por tanto, es lógico que Lula, de 72 años, y el PT traten de alargar los recursos judiciales hasta la celebració­n de las elecciones, con opciones de ganarlas, y evitar así su ingreso en prisión. Aunque sea constituci­onal, ningún país merece tener un presidente condenado. De ocurrir, se daría la paradoja de que su sucesora, Dilma Rousseff, habría sido apartada de la presidenci­a del país por delitos similares a los de Lula, pero por una argucia constituci­onal este último quedaría temporalme­nte libre.

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