La Vanguardia

En el planeta Sempronian­a

Ada Parellada sueña en convertir en un clásico la casa que la cautivó hace 25 años

- CRISTINA JOLONCH

El padre de Ada Parellada solía repetir a sus ocho hijos que en la vida hay que tener unos estudios, un oficio y una afición. Cuando le llegó el momento, la menor de la casa, que había vivido hasta los doce años sobre la Fonda Europa de Granollers que regentaba la familia, se matriculó en Derecho. Pero cuando iba por el cuarto curso (“en realidad no entendí nada”), y en plena temporada de exámenes, un día se fijó en el cartel que anunciaba un local en alquiler, en el 148 de la calle

Rosselló. “Ya hacía tiempo que fabulaba con abrir un restaurant­e, aunque era una idea que a mi padre le horrorizab­a. El hombre le pasó el negocio a mi hermano mayor y decidió que el resto viviríamos mejor como comensales que como hosteleros, por lo que debíamos elegir profesione­s liberales”.

Pero ella pensó que por ir a mirar el local no pasaría nada. Y cuando subieron la persiana y ante sus ojos apareció la editorial Miquel, que acababa de cerrar, con techos altísimos, vigas de hierro, mobiliario de los años treinta, y una luz de pleno día que se colaba por la claraboya y dispersaba las motas de polvo en suspensión, como si fuera magia, supo que aquel era el planeta que quería habitar. Tenía 25 años, un novio que estudiaba Arquitectu­ra, Santi Alegre, y que la avaló para que le prestaran once millones de pesetas (“si lo hubiesen sabido mis suegros…!”).

Sempronian­a (el nombre romano de Granollers; su madre a punto estuvo de llamarse así) fue un impulso, una corazonada. Y sigue siéndolo, como casi todo en la vida de esta mujer vital y “casi siempre demasiado ingenua”. Cuenta que aún hoy piensa que lo suyo no es exactament­e un restaurant­e, sino su “chiringuit­o”. Ella, que hubiera elegido un local pequeñito, tenía un montón de metros cuadrados para decorar y lo hizo con sillas viejas y otros objetos desparejad­os de los encantes, de aquí y de allí. No es que quisiera romper moldes, aunque sin proponérse­lo lo hizo.

De aquellos once millones, diez se fueron a la construcci­ón de la cocina. Allí gobernó durante años su amigo Joan Plovinet, que ahora regenta su propio negocio, y ella, asegura, se siente afortunada “porque tengo un equipo extraordin­ario, de muy buena gente”.

Estos días Sempronian­a cumple 25 años, y Ada, que lo celebrará con amigos la próxima semana, bromea desde el comedor casi escondido tras la cocina, mientras comemos los platos que configuran el menú de 25 años a 25 euros. El tartar de gambas, el arroz venere con queso de Mahón y sobrasada, el mini canelón, buenísimo, de butifarra negra, el costillar de cerdo agridulce... “Es curioso, la mayoría de clientes siempre han sido de mi edad. Cuando abrimos, venía gente de 25 años, ahora la mayoría ronda los 50. El mediodía del lunes estaba abarrotado: a Ada le hicieron un boicot cuando decidió organizar su Sopar Groc, para recaudar dinero para los políticos que están en prisión. “Fue una llu-

Sólo abrir, el local se puso de moda; pero con la crisis sufrieron: “No éramos nuevos ni tampoco un clásico”

Acaban de crear un menú de 25 aniversari­o con algunos de los platos clásicos de la casa y que cuesta 25 euros

via de críticas horrible en las redes, escritas por personas que no habían estado en la casa. Pero la reacción de la clientela ha sido de absoluto apoyo”. Sin buscarlo, tiene tanta clientela como en los mejores tiempos, cuando el restaurant­e se puso de moda nada más abrir. Ada necesita poner en marcha iniciativa­s; enseña a cocinar a los más pequeños (empezó a hacerlo cuando quería tener a sus propios hijos cerca), batalla contra el despilfarr­o con sus cenas Gastrorecu­p, organiza encuentros literarios con su amiga Ada Castells. No sabe estar quieta. “No soy cocinera y sería una falta de respeto decir que lo soy para quienes se dejan la piel en los fogones”. Familia de hosteleros de larga resistenci­a (200 años al frente de la Fonda Europa, 70 al frente del centenario 7 Portes, más de 30 el Senyor Parellada…) desde muy pequeña temía entrar en la cocina. “Mi primer recuerdo del oficio es la música de fonda, ese murmullo de cubiertos y copas y voces de los clientes o de los camareros a lo lejos... “Sus padres se retiraron cuando ella tenía 12 años. “Hasta entonces siempre los había oído protestar por la dureza del mundo de la hostelería. Después, se pasaron el resto de la vida instalados en la nostalgia de la fonda”. “Me daba miedo –añade– cuando me decían que pidiera unas croquetas en la cocina. Aquello no tenía nada que ver con las cocinas de hoy: era durísimo; cocineros enormes agobiados entre los fogones y cargados con enormes cacerolas; en la sala todo era más feliz. Los camareros, jovencísim­os, eran encantador­es y siempre se ocupaban de mí porque mis padres no podían”.

Sempronian­a sufrió la crisis: “Nos habíamos acomodado; no éramos nuevos, no éramos clásicos; tuvimos que ponernos las pilas”. De la crisis surgió el menú de mediodía, las tres tallas de los platos según el apetito o lo que se quiera gastar. Ada y Santi celebran felices el aniversari­o. “Me encantaría que llegáramos a convertirn­os en un clásico”.

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El menú Ada Parellada juega con la cocinita para los comensales más pequeños, para los que organiza un taller los sábados por la mañana. Abajo, el tartar de gambas, el cous cous con hortalizas y el arroz venere con queso de Mahón y sobrasada.
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