La Vanguardia

Lo contrario de Billy Elliot

Bollaín rueda la vida de Carlos Acosta, que empezó a bailar obligado y llegó a la cima

- FERNANDO GARCÍA Madrid

El pequeño Carlos Acosta no quería bailar. Su padre lo llevó casi a rastras a la Escuela de Ballet en La Habana –bajo amenaza creíble de correctivo físico– para apartarlo de las calles. Pero, contra todo pronóstico y a una velocidad asombrosa, el chaval no sólo devino en portento de la danza sino en el primer protagonis­ta mulato de coreografí­as donde los papeles principale­s siempre habían sido para blancos. La historia encandiló a Icíar Bollaín, que la próxima semana finalizará el rodaje de Yuli, su película sobre Acosta.

“Carlos es lo contrario de Billy Elliot”, dice la cineasta sobre la nula vocación inicial del cubano frente a la querencia del niño inglés protagonis­ta del filme titulado con su nombre más la frase Quiero bailar. Al contrario que Elliot, Acosta se avino a tomar clases de danza “porque, si no, el papá le caía a palos”.

La forma de expresarlo no puede ser más cubana. Bollaín se ha contagiado del habla isleño en las ocho semanas de rodaje que ha pasado en Cuba. En él ha participad­o el propio Acosta como intérprete de sí mismo en el presente, a sus 44 años, mientras sendos actores lo representa­ban de joven y de niño. Ahora, cuando hablamos con la directora, la filmación transcurre en distintos escenarios de Madrid.

Pedro Acosta, cuenta Bollaín sobre el padre de la criatura, era un camionero de carácter severo que tenía muy clara la ruta que no debía seguir el menor de sus 11 hijos. La penuria siempre había perseguido al clan, y la vida callejera de Carlos en el peliagudo barrio de Los Pinos no era un buen augurio. El ballet, tan en boga en Cuba, era lo más sano y apartado de la vida pandillera a lo que un joven podía aspirar. Pedro lo vio claro. Y acertó.

“Otro aspecto que me interesó de Carlos fue su vida en paralelo a la de su país”, señala Bollaín. Y cita dos momentos en cierto modo contrapues­tos: el del shock que Acosta experiment­a cuando, tras triunfar en el English National, regresa a una isla desolada por la crisis tras la caída de la URSS, y el de los días del 2015 en que, consagrado como figura del Royal Ballet de Londres, monta su compañía “en plena época de cambios” y efervescen­cia emprendedo­ra en su tierra.

Acosta, nacido en 1973, había empezó a proyectars­e fuera de Cuba en 1989. Después de un año en el English National –y antes de entrar en el Royal– estuvo más de cinco en el Houston Ballet como primer bailarín. ¿Cómo el rebelde niño que no quería bailar terminó conquistan­do la cima de la danza internacio­nal? ¿Y cómo halló el éxito tan lejos de casa cuando sólo la insistenci­a de su padre lo convenció de que debía irse? “El ballet empezó siendo una cárcel para él, pero luego le sirvió de refugio y al final fue su liberación”, dice Bollaín.

Con texto de Paul Laverty

“El ballet empezó siendo una cárcel para Acosta pero después le sirvió de refugio y liberación”

–guionista de Ken Loach y pareja de Bollaín– Yuli es un biopic con carga de ficción centrado en una imaginaria coreografí­a de Acosta sobre su vida, con largos flashbacks de su infancia y juventud. Culmina con la escena del bailarín como primer Romeo negro en la historia del Royal.

El relevante papel de padre lo encarna Santiago Alfonso, excoreógra­fo del Tropicana. Completan el elenco actores locales conocidos como Laura de la Uz y emergentes como César Domínguez y Andrea Doimeadiós.

Yuli es, como otros filmes de Bollaín, una película “de emociones y personajes”, dice la también directora de El olivo, Te doy mis ojos o Flores de otro mundo. Lo singular de la nueva cinta, cuyo estreno prevé en otoño, reside en “el elemento visual del baile”. Y en el factor cubano, que siempre es un punto y aparte.

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EMILIA GUTIÉRREZ Bollaín y el actor que hace de Acosta joven, en el rodaje en Madrid

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