La Vanguardia

La tiranía del momento

- David Carabén

Hace siete años y medio vine aquí para cumplir un sueño y ya ha llegado la hora de despertar”. Más allá de la eliminator­ia de Copa y de la crisis del Madrid, esta ha sido la semana de la despedida de Javier Mascherano. Una semana antes, había colgado las botas de manera definitiva Ronaldinho. Este verano, Víctor Valdés. Y anteayer, en el Camp Nou, el cambio de Iniesta por Coutinho cogió por momentos un cierto vuelo, simbólico y emotivo, de traspaso de poderes entre una leyenda y quien nos la tendría que hacer olvidar. Hay muchas maneras de pasar página. Con el central argentino parece que por fin hemos hecho un poco bien las cosas. Pero tendremos que admitir que esta despedida sensible, tanto de la parte institucio­nal del club como de la afición, se ha podido producir porque las circunstan­cias han ayudado. El Jefecito es una persona razonable. El final de su etapa en el Barça ha caído como fruta madura, y el hecho de que se haya resuelto en la discreta calma del mercado de invierno, tan dulce para el equipo como tranquilo para la directiva, ha hecho el resto. Pero por costumbre, estas cosas, las hacemos mal.

Los clubs de fútbol tendrían que ser ejemplares en la gestión de los sentimient­os. En Inglaterra lo son. Básicament­e porque ponen al aficionado en el centro de sus preocupaci­ones. El aficionado y su memoria. Pero también porque, como vieja monarquía parlamenta­ría, saben cuál es el auténtico valor del protocolo y de la ceremonia, ni que sea para mandarlos inmediatam­ente a paseo... “God Save the Queen / She ain’t no human being” (“Dios salve a la reina / no es un ser humano”), que cantaban los Sex Pistols. Las sociedades más adelantada­s son aquellas que han sabido encontrarl­e un nuevo sentido

Con Javier Mascherano parece que por fin hemos hecho un poco bien las cosas; las circunstan­cias han ayudado

a todo aquello que hay de primario en el ser humano, que han encontrado la forma y el lugar para que exprese libremente su espontanei­dad, aunque sea aparenteme­nte conflictiv­a. Un parlamento, la barra de un bar, un estadio de fútbol, no son otra cosa. ¿Hay manera más elegante y sencilla de hacer revivir la memoria y expresar un sentimient­o que con el breve This is Anfield que leen los jugadores, en el túnel de vestuarios, antes de saltar al campo del Liverpool? Creo que no.

Recuerdo que, cuando Àngel Mur se jubiló, le preocupaba mucho que conservara­n el pequeño museo que había ido construyen­do, al lado de las camillas de masaje, a base de objetos de las glorias que habían pasado por el vestuario del primer equipo del Barça. Unas botas, unos guantes, no recuerdo. De Koeman, de Krankl, vete a saber. Explicaba que era la manera de que las jóvenes estrellas que se incorporab­an, después de rutilantes fichajes millonario­s, empezaran a bajar un poco la cabeza. Porque, más allá de la actualidad y de las portadas, está la memoria.

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