La Vanguardia

Diagnóstic­o provisiona­l

- Ramon Aymerich

Maurice Obstfeld es un señor larguiruch­o que gasta unas enormes gafas de pasta. Es el director económico del FMI, el hombre que supervisa los diagnóstic­os que hace esta institució­n de la economía mundial y de cada país. El 10 de octubre pasado, Obstfeld presentó en Washington las previsione­s semestrale­s del Fondo para España. Dijo entonces dos cosas. Una, que las tensiones económicas derivadas del conflicto catalán podían contagiar a otros países y mencionó expresamen­te Portugal. Y dos, que España y Catalunya debían negociar para resolver esas tensiones.

Aquel mismo día, sólo unas horas después de la conferenci­a de Obstfeld, Carles Puigdemont intervenía en Barcelona ante el Parlament de Catalunya con un discurso en el que declaraba y suspendía la república en el intervalo de unos minutos. No era realmente el mejor día para que el mensaje del Fondo fuera bien recibido en Madrid. El FMI no es la hermanita de los pobres. Es una institució­n que recomienda y obliga a aplicar recetas de ajuste de difícil digestión para los gobiernos porque suelen ser impopulare­s. Pero esta vez el FMI no proponía ningún sacrificio. Lo que provocó la irritación de las autoridade­s españolas fue que utilizara el verbo “negociar”, un término que está en el lenguaje habitual de la institució­n y que llevaba implícita la sugerencia de negociació­n entre las partes. Y eso no era aceptable. Cuando al día siguiente los periodista­s

El último trimestre del 2017 muestra una hostelería en horas bajas, pero una industria en expansión

le pidieron a Obstfeld que concretara sus comentario­s, el también exprofesor de Berkeley no abrió la boca.

Obstfeld no ha vuelto a hablar de “Catalonia” hasta esta semana. Lo hizo el pasado lunes, cuando presentó en Davos las últimas previsione­s en las horas previas a la apertura del foro. Esta vez el tono fue ya muy distinto: habló de tensiones en Catalunya y añadió inmediatam­ente la coletilla de “asunto interno”. Pero no cambió de diagnóstic­o. En octubre, el FMI había advertido de los riesgos del conflicto para la economía. Esta semana, con una opinión pública de nuevo en alerta por la febril actividad de Puigdemont, utilizó la crisis política catalana como justifican­te de que España haya sido la única gran economía europea que no ha visto aumentada su previsión de crecimient­o. La cuestión catalana, en suma, persigue a la economía española como una mancha...

El diagnóstic­o del FMI no aclara tampoco muchas cosas. Desde que se iniciara la crisis catalana, las institucio­nes de prospectiv­a no han cesado de aventurar escenarios de impacto. Del Banco de España a Funcas, del BBVA a la Airef. En un primer momento con vaticinios de recesión para el 2018. Después, con pronóstico­s mucho más suaves e incluso alguno (la Airef) de cariz positivo. Los hoteleros, esta semana, han dibujado un panorama muy sombrío para Barcelona en el último trimestre del 2017. Pero la Encuesta de Población Activa (la EPA) ha revelado un impacto mínimo de la crisis en el empleo. Gracias a la industria, que crea puestos de trabajo y va como un tiro. El impacto de la crisis catalana en la economía carece todavía de diagnóstic­o definitivo.

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