Teoría del adoquín
Creo que la resentida, oportunista y breve resurrección sin corbata de uno de los hermanos de Pasqual Maragall no tiene que ver con esta Catalunya oficial de ahora mismo. Esta Catalunya oficial de unos cuantos que quieren acabar con todos los que no pensamos como ellos dicen que piensan. Así es la ley principal del rebaño. Y en esta tierra nuestra sabemos mucho de rebaños y de gossos d’atura. Creo, pues, que la breve resurrección de ese hermano de Pasqual Maragall, de ese hombre aparentemente abrumado por todas las frustraciones, tiene que ver con el mitificado Mayo del 68, que es como todos conocemos a aquella revuelta de hijos de la burguesía parisina que se fotografiaban con un adoquín en la mano. Revuelta que el próximo mes de mayo cumplirá 50 años y que ahora algunos de sus principales protagonistas ya han dejado de llamar revolución. Y ese hombre, uno de los hermanos de Pasqual Maragall, es una de las dos caras de aquel Mayo del 68, la más lúgubre, la más gris, la que más deprime. Porque aquel otro jeta, el francoalemán Daniel Cohn-Bendit, que se hacía llamar Dani el Rojo, he de reconocer ahora se llama pijo a cualquier cosa, es imposible serlo si uno no ha nacido en una familia burguesa y, por supuesto, adinerada. O sea que, entonces, cuando el hijo de algún albañil andaluz se ligaba a una pija barcelonesa, el orgasmo no acababa de llegar porque, entre los nervios de él y las fotografías del Mayo del 68 de ella, la cosa se descomponía bajo un cartel que reproducía el Gernika de Picasso.
Mayo del 68 fue lo mismo de antes, pero con muchas más palabras, que eso es la propaganda. Y sobre todo con mucho parvulario e irresponsabilidad personal y colectiva. Mayo del 68 sólo ha servido para que algunos inútiles con bufanda roja, prenda muy parisina, hayan llegado a la jubilación sin trabajar. Muchos de esos charlatanes universitarios con bufanda roja han fingido ser políticos, urbanistas, sociólogos, economistas y ecologistas.
Y sus herederos directos, aquí, en Barcelona, son, por ejemplo, la mezzosoprano Ada Colau y el barítono hispanoargentino Gerardo Pisarello. Y en Madrid, el aprendiz de jesuita, Pablo Iglesias. Ni una idea política propia, pero una tonelada de palabras. Algo muy grave y muy oneroso para el erario público porque esa ausencia de