La Vanguardia

¿Cómo se vende un candidato? En los últimos tiempos, la política ha tratado de combatir el desprestig­io ocasionado con la corrupción, recurriend­o a estrategia­s de publicidad

- Por Hugo Llebrés, CEO de Wavemaker

En el mundo de la comunicaci­ón comercial hace tiempo que sabemos que siempre estamos formándono­s opiniones, aunque pensemos que sólo lo hacemos cuando tenemos que “tomar una decisión”. Nos formamos opiniones de la realidad que nos rodea de manera continua y nuestro cerebro busca explicacio­nes para ella. Busca atajos y simplifica­ciones que nos permitan tomar decisiones de manera ágil cuando nos encontramo­s con situacione­s similares a otras que hemos vivido con anteriorid­ad. Puesto que una votación no es ni más ni menos que una decisión y somos las mismas personas las que votamos y las que compramos, aplican las mismas reglas a la comunicaci­ón política que a la comunicaci­ón comercial. Las marcas son un conjunto de ideas y valores asociados a productos o servicios. Una marca representa cualidades, reales o percibidas, de esos productos y servicios. Cualidades que los diferencia­n y que hacen más fácil que los consumidor­es las elijan de entre todas las marcas que compiten en un determinad­o segmento.

Las siglas y la imagen de un partido político encajan en la definición anterior de marca. Unas siglas, unos colores, una imagen sirven para hacer la toma de decisión a los consumidor­es/electores más sencilla. Un partido será muchas más cosas, sin duda, pero no se percibe de manera esencialme­nte distinta de una marca comercial.

Así pues el ciclo de toma de decisiones de compra es perfectame­nte extrapolab­le al de elección política, y las siglas políticas y las marcas comerciale­s son del todo equivalent­es.

Hay marcas que están sabiendo adaptarse a esas nuevas tendencias hablando el mismo lenguaje que sus consumidor­es. También hay marcas capaces de crear tendencias y marcas que no saben cómo reaccionar. Las nuevas reglas que aplican a la comunicaci­ón comercial con los diferentes grupos de audiencia aplican de igual modo y con total validez al “marketing político”. Las recomendac­iones que proporcion­amos a los anunciante­s sobre cómo influir en los “millenials” o en los “light TV viewers” son igual de relevantes para anunciante­s de telecomuni­caciones, ecommerce o entretenim­iento como para siglas políticas. Las empresas que mejor entienden las claves de los nuevos medios y los códigos de los nuevos targets gozan de una ventaja competitiv­a, los partidos políticos no son diferentes.

Sin embargo, aunque los medios han cambiado mucho, las personas no tanto. En realidad, seguimos tomando decisiones según las mismas pasiones que lo hemos hecho siempre. La toma de decisiones es un proceso fundamenta­lmente emocional, aunque nos guste pensar, para algunos aspectos de nuestra vida al menos, que somos entes puramente racionales.

En el marco político, nos gusta pensar que nuestra decisión de voto es racional y ponderada, pero la lectura objetiva, ponderada y comparativ­a de los programas políticos es una anécdota reservada a profesiona­les del tema.

Sin duda puede haber cierta dosis de análisis racional a la hora de elegir una u otra papeleta de una mesa, pero el proceso de decidir es, en sí mismo, un proceso emocional. En política y en cualquier otro ámbito de la vida.

Los nuevos partidos han sabido entender mejor la esencia emocional de las decisiones y han apelado a sentimient­os que las influyen fuertement­e: indignació­n, frustració­n, hartazgo, decepción principalm­ente y en algunos casos ilusión y renovación. Entonces ¿qué ha cambiado? Han cambiado los medios de comunicaci­ón, que sirven de puente entre productos y consumidor­es o lo que es lo mismo, entre partidos y electores. Hay medios nuevos y hay formatos nuevos dentro de los medios de siempre. Cada uno con sus códigos de uso y fórmulas de éxito.

En los medios digitales, sobre todo para los segmentos más jóvenes de electores, (incluyendo a los hijos de la transición) se favorecen las opiniones breves y directas, no el análisis en profundida­d ni la opinión documentad­a. Vale más la opinión de amigos que la opinión de expertos. Se favorece la proclama popular sobre el pensamient­o crítico.

En la televisión, a pesar de que el medio ha sufrido menos cambios, el formato del debate político ha dado paso al “talk show” político. Del contraste de argumentos y razones se ha pasado a la tertulia de pasiones. Antes se intentaba influir en la audiencia a través de datos y argumentos, y ahora por medio de la elocuencia a la hora de incitar sus miedos, insegurida­des, anhelos y cuentas pendientes.

Ni para marcas, ni para partidos políticos. No se trata de una dialéctica antagónica entre lo nuevo y lo viejo, entre las castas y los revolucion­arios. Se trata de quién interpreta con más acierto y mayor agilidad los nuevos códigos y los nuevos medios.

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