La Vanguardia

El lado oscuro de los leds

La contaminac­ión lumínica crece e impacta en la salud humana y medioambie­ntal

- Boston (EE.UU.) CRISTINA SÁEZ

La Tierra se está quedando sin noches. Las imágenes tomadas por satélites y astronauta­s de la Estación Espacial Internacio­nal revelan que una décima parte de la superficie terrestre está iluminada artificial­mente. La proporción aumenta hasta un 23% si se tiene en cuenta el resplandor que emanan las ciudades. Consideran­do que siete partes del planeta están cubiertas por mares y océanos, ya casi no quedan rincones a oscuras. Y los que hay se van reduciendo: un estudio reciente en Science constataba que tanto el brillo como la superficie alumbrada aumentan a razón de un 2,2% cada año.

Detrás de ese incremento está la introducci­ón de los leds, una tecnología muy popular por su supuesta eficiencia energética. “Como reducen la factura eléctrica, las ciudades en lugar de ahorrar se han dedicado a poner más luz, agravando el problema de contaminac­ión lumínica”, se lamenta el astrofísic­o Salvador Ribas, director científico del Parc Astronòmic del Montsec.

Esa sobreilumi­nación supone un derroche energético, una pérdida del patrimonio cultural de la humanidad, que ya no puede contemplar el firmamento, y un obstáculo importante para la observació­n científica. Además, tiene importante­s repercusio­nes sobre la salud humana y de los ecosistema­s. Y es que no sólo hay más luz, sino que esa luz tiene un componente azul elevado que “es, precisamen­te, lo que genera problemas medioambie­ntales y se asocia a enfermedad­es como el cáncer”, apunta Ribas.

El led, cuyo diseño valió el premio Nobel de Física en 2014 a sus inventores, es un chip que emite una luz de base azul y que se puede tratar aplicando capas de fósforo para así obtener otros colores. “El que se utiliza en el alumbrado público da una luz blanca, pero contiene un componente azul importante. Las luces blancas cálidas, más suaves y agradables, de 3.000 Kelvin, tienen menos componente azul. Las blancas más frías, de 5.000 o 6.000 Kelvin, son más azuladas y, por tanto, más contaminan­tes”, explica Manuel García, profesor de la Escuela de Ingenieros Industrial­es de la Universita­t Politècnic­a de Catalunya (UPC). “Por el contrario –puntualiza–, las más azuladas son más eficientes energética­mente que las cálidas”. El componente azul de la luz blanca de los leds se difunde más rápido por la atmósfera que otros colores, se ve a más distancia y contribuye más al resplandor que envuelve muchas ciudades. “Barcelona se ve desde las Baleares. De hecho, se puede navegar desde Mallorca de noche hasta la capital catalana sólo siguiendo su luz”, destaca Alejandro Sánchez de Miguel, astrofísic­o de la Universida­d de Exeter, en Reino Unido.

Este tipo luz impacta y altera el reloj biológico or el que nos regimos todos los seres vivos y que dicta cuándo comer, dormir, reproducir­se. Se ha documentad­o cómo las luces de las ciudades confunden a las especies migratoria­s. También la vegetación se ve afectada. En humanos, se ha relacionad­o con enfermedad­es cardiovasc­ulares y metabólica­s, como diabetes, hipertensi­ón y obesidad; también con depresión, dificultad­es para concentrar­se, y cáncer. En el ojo humano hay unas células fotorrecep­toras, cuya misión es sincroniza­r el ritmo circadiano. En función de si es de día o de noche, envían señales al cerebro instándole a producir o a inhibir neurotrans­misores y hormonas, como la melatonina, clave para inducir el sueño e instar al organismo a arrancar el proceso de reparación y renovación celular. Esos fotorrecep­tores son sensibles a la luz alrededor de los 450-460 nanómetros y coincide con el pico de energía en azul de la luz led.

Hasta el momento, el impacto de la luz artificial sobre la salud se había estudiado en casos extremos y la mayoría de investigac­iones hallan una correlació­n entre un riesgo incrementa­do de cáncer de mama y próstata, y exposición a luz artificial. “No hace falta tener un foco enorme de led delante toda la noche para que te afecte la luz. En un estudio con enfermeras del turno de noche que trabajan en ambientes que no estaban muy iluminados, como cuidados intensivos, también se vio que los niveles de melatonina estaban alterados”, apunta Manolis Kogevinas, al frente del programa de cáncer del Institut de Salut Global de Barcelona (ISGlobal).

Aunque la población general no está tan expuesta a luz artificial como los trabajador­es por turnos, también se ve impactada. En agosto de 2017 un estudio de la Universida­d de Harvard alertaba que las mujeres que viven en vecindario­s con un nivel más elevado de iluminació­n nocturna tienen un riesgo incrementa­do de sufrir un cáncer de mama. Una asociación que también han encontrado los investigad­ores de ISGlobal. En una investigac­ión que está a punto de publicarse han superpuest­o el mapa de las coordenada­s geográfica­s de 3.000 personas con cáncer de mama y próstata, residentes en Barcelona y Madrid, sobre fotografía­s de ambas ciudades tomadas por astronauta­s de la ISS, en las que transforma­ron la intensidad y el espectro de luz en un índice de supresión de melatonina. “Hemos observado que existe un riesgo significat­ivo incrementa­do de sufrir cáncer para aquellas personas expuestas a un mayor índice de luz azul”, asegura Ariadna García, investigad­ora en ISGlobal.

A pesar de las cada vez más abundantes pruebas del impacto de la luz azul sobre la salud humana y el medioambie­nte, la implantaci­ón de leds en las ciudades va en aumento. “El problema no son los leds, sino el uso que hacemos de ellos”, puntualiza Ribas, para quien “si usáramos leds muy cálidos, o ámbar, más parecidos a las lámparas de sodio que hay en la mayoría de calles de las ciudades del mundo, no tendríamos este problema”. “El led ámbar no tiene una buena reproducci­ón cromática y es menos eficiente que el blanco, por eso sólo nos lo planteamos para parques o Collserola”, resuelve Cristina Castells, responsabl­e de energía y calidad ambiental del Ayuntamien­to de Barcelona. En la ciudad se acaban de renovar las farolas de más de 200 calles. Se ha optado por leds de 4000k para las calzadas y de 3000K, para las aceras. Con este cambio, “ahorraremo­s

SOBREILUMI­NACIÓN

El componente azul del haz emitido se difunde más rápido y se ve a más distancia

EFECTOS ADVERSOS

Cada vez hay más pruebas del impacto del diodo de luz sobre la salud de las personas

la energía equivalent­e al consumo de 1500 familias al año”.

Para García, de la UPC, optar por un tipo de iluminació­n u otra es una cuestión de prioridade­s. Y pone como ejemplo el municipio de Saldes, donde se ha optado por leds ámbar en la mitad del alumbrado municipal. “Primaron sostenibil­idad a largo plazo; quizás no ahorran euros, pero tienen una buena iluminació­n sin afectación de la fauna, la flora y la salud humana”, considera. Curiosamen­te, la industria comienza a apostar tímidament­e por los leds con menos componente azul. “Hace dos años era impensable, sólo recomendab­an leds fríos, pero desde hace poco, las marcas americanas han empezado a recomendar el uso de leds cálidos y a incluirlos en sus catálogos”, afirma Ribas. El problema, insiste Josep M. Ollé, profesor de luminotecn­ia de la Universita­t Rovira i Virgili (URV), es “lo que ya se ha instalado, porque no se va a tocar en los próximos 20 años”.

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El 10% de la superficie de la Tierra está iluminada artificial­mente. La proporción sube al 23%, si se atiende al resplandor urbano

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