La Vanguardia

Los estudiante­s eternos

Primeras grietas en el generoso sistema de ayudas universita­rias danés que permite años sabáticos a sus alumnos

- GLORIA MORENO Barcelona

Anne Sophie Krog Pedersen tiene 22 años y acaba de empezar Administra­ción de Empresas en la Copenhagen Business School. Si no inició antes la carrera es porque, tras sacarse el bachillera­to, se dedicó a viajar. Los daneses lo llaman

fjumreår, que significa el año de hacer el tonto o el vago. No es algo excepciona­l, sino que “lo raro, casi, es no hacerlo”, explica esta joven, que prefiere hablar de año sabático, “para darle un enfoque más positivo”.

Siempre activa y entusiasta, hace un hueco en pleno periodo de exámenes para atender a La Vanguardia. Tiene unas ganas incontenib­les de compartir sus vivencias. Y con razón. En su periplo, que duró dos años, recorrió medio mundo.

Primero vino a España a hacer el camino de Santiago y de allí pasó a Colombia, Perú, Bolivia, Paraguay y Argentina. Luego volvió a atravesar el globo para aterrizar en Nepal, donde estuvo dos meses de voluntaria. Su siguiente destino fue Australia. Consiguió un visado para trabajar y aprovechó para perfeccion­ar su inglés y hacer amigos. Finalmente, recorrió Estados Unidos, donde, entre otras cosas, vivió en directo la elección de Donald Trump.

La experienci­a acumulada “no tiene precio”. “Empiezo la carrera más tarde y, en el mejor de los casos, no la terminaré antes de los 27. Pero todo lo que he aprendido y todos los contactos y amistades que he hecho hacen que me sienta cinco años por delante. Viajar y explorar otras cosas más allá de los libros de texto es la mejor manera de entender la vida y abrir horizontes. Estamos en un mundo muy competitiv­o. Pero sacar buenas notas no lo es todo. Lograr la felicidad es mucho más y el éxito también está en aprender de las personas y del mundo que nos rodea”, asegura. La arraigada tradición del fjumreår es un reflejo de la tranquilid­ad y confianza con que la juventud danesa afronta sus años de formación. La universida­d es totalmente gratuita y, además, todo el mundo tiene derecho a una beca de unos 820 euros mensuales. El subsidio es mucho menor si los jóvenes viven en casa de sus padres, lo que explica que la inmensa mayoría se independic­e a los 18 o 19 años. El modelo es parecido en toda la zona nórdica y una de las razones por las que, en esta región, las diferencia­s entre ricos y pobres son menores.

“Aquí, todo el mundo sin excepción puede estudiar una carrera, con independen­cia de si sus padres se lo pueden permitir o no. Es el Estado quien paga todos los gastos y esto hace que, en Dinamarca, gocemos de una enorme igualdad social”, señala Anna Sofie Papuga Baarvig, amiga de la otra Anne Sophie y que también invirtió un año y medio en viajar por el mundo.

“He recorrido Estados Unidos en motociclet­a y también he estado en Chile o las principale­s capitales europeas, Roma, París, Berlín...”. En su caso, tras una primera tanda de viajes, empezó el grado de Negocios y Políticas Internacio­nales. Pero no le gustó y decidió dejarlo para tomarse otro periodo sabático para meditar. Ahora, con 23 años, acaba de empezar el grado de Estudios Americanos.

Las dos son consciente­s de lo privilegia­das que son. En el extranjero han comprobado que muchos jóvenes no lo tienen tan fácil. “En Estados Unidos alucinaban. Allí, las universida­des son muy caras y si tus padres no te ayudan es muy difícil estudiar. Aquí, en cambio, crecemos sin ese miedo, con la mentalidad de que, si fallamos, el sistema nos ayudará”, explica Krog Pedersen.

Antes, casi nadie cuestionab­a el modelo. Pero ahora, el envejecimi­ento de la población y los retos que plantean la globalizac­ión o la robotizaci­ón del trabajo alimentan el debate sobre la sostenibil­idad de un sistema educativo que resulta muy caro.

Uno de los problemas que aca- rrea es que algunos estudiante­s se apalancan. Esto ha dado lugar al fenómeno de los llamados estudiante­s eternos, en alusión a los universita­rios que van saltando de una carrera a otra y tardan muchos años en licenciars­e. Algunos estudios han demostrado que los daneses son entre cuatro y cinco años más mayores cuando terminan la carrera de lo que serían si la hubieran empezado directamen­te tras el bachillera­to. Esto retrasa su ingreso en el mercado laboral y disminuye el número de años que acaban cotizando.

En respuesta a esta situación, el Gobierno impulsó en 2013 una reforma que limita el tiempo durante el que los universita­rios pueden recibir las ayudas a los años que dura la carrera y también les incentiva con 12 meses suplementa­rios de beca si comienzan a estudiar en los dos años sucesivos al bachillera­to. Además, se establecen normas estrictas sobre la cantidad de años en que la deben acabar.

Esto parece haber terminado con los casos más extremos, en realidad, pocos, en los que algunos tardaban 10 o más años en licenciars­e. Esto ya no es posible. En cuanto a la media, según datos del Ministerio de Ciencia y Educación Superior, entre 2011 y 2016 los estudiante­s terminan la carrera casi 4 meses antes. Sin embargo, varios expertos consultado­s por este diario lo ven insuficien­te. El debate sigue vivo y el actual Gobierno de centro derecha quiere otra reforma este año.

El foco está en si se debería reducir la ayuda mensual y destinar parte del dinero a mejorar la calidad de la educación. Charlotte Rønhof, de la Confederac­ión de la Industria Danesa, apoya esta solución. “Nuestras ayudas a los estudiante­s son las más altas del mundo. Pero los recursos destinados a la enseñanza universita­ria, no y, además, se ven reducidos cada año. Hemos propuesto limitar las ayudas al grado, mientras que, para el máster, los estudiante­s podrían pedir un crédito estatal con condicione­s favorables”.

Es un tema espinoso. En Dinamarca existe un gran consenso social sobre los beneficios del sistema. Noemi Katznelson, que dirige el Centro de Investigac­iones sobre Juventud de la Universida­d de Aalborg, está en contra de reducir las ayudas. “Es una idea tentadora para cualquier Gobierno, se trata de mucho dinero, pero también peligrosa. De aplicarse, no sabemos si se traduciría realmente en una mejora de la calidad. Sin embargo, sí repercutir­á en la igualdad social”.

Esta académica también critica la reforma aplicada en 2013, que, aunque fue suavizada en 2015, ha cambiado la atmósfera estudianti­l. “Muchos universita­rios están estresados con tener que acabar a tiempo y la ansiedad no es buena para el aprendizaj­e”.

Las becas incentivan que los jóvenes inicien más tarde la carrera y dediquen uno o dos años a viajar

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Anne Shophie Krog (arriba) ha viajado durante dos años. Uno de sus destinos fue Santiago de Compostela. Año y medio es lo que invirtió en ir por el mundo Anna Sofie Papuga (izquierda)

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