La Vanguardia

Mwongeli Muskoya

El programa educativo ProFuturo alienta la democracia digital entre niños de entornos vulnerable­s de África

- ROSA M. BOSCH Nairobi (Kenia) Enviada especial

ESTUDIANTE DE PRIMARIA DE KENIA

Mwongeli Muskoya, de 13 años, es una de las beneficiar­ias de ProFuturo, la iniciativa de educación digital fruto de la alianza entre las fundacione­s Bancaria La Caixa y Telefónica que prevé llegar a diez millones de niños.

Hawa Adan, de 14 años, se rodea cada mañana de ocho o nueve compañeros de su misma edad para sentirse segura a la hora de ir al colegio, en Korogocho, uno de los asentamien­tos chabolista­s más peligrosos de Nairobi y en el que menores y adultos malviven de rastrear la basura que se amontona en el mayor vertedero de Kenia. Hawa invierte unos 30 minutos en recorrer las calles de casas de hojalata que la conducen hasta su escuela, la Saint John, una burbuja en un entorno con elevadísim­as tasas de delincuenc­ia y violencia sexual.

A unos 130 kilómetros de la capital keniana, en Nyumbani Village, una suerte de pueblo creado en el 2006 para albergar a huérfanos del sida, Mwongeli Muskoya, de trece años, tiene una ruta más apacible por los caminos de ese intenso rojo tan caracterís­tico de tierras africanas. Hawa y Mwongeli se aferran a sus estudios como una única vía de escape de la pobreza. Hawa dice que quiere ser cirujana. Mwongeli, abogada.

Ambas destacan en sus respectiva­s clases, son dos de las mejores alumnas de octavo curso de primaria, la etapa escolar elegida por las fundacione­s Telefónica y Bancaria La Caixa para lanzar ProFuturo, un proyecto de educación digital que prevé beneficiar en el año 2020 a 249.000 niños en África y a un total de diez millones en entornos vulnerable­s de todo el mundo. Actualment­e, en el país de Hawa y Mwongeli, ProFuturo llega a casi 21.000 alumnos de 56 escuelas.

Las tabletas ya forman parte de las rutinas de aprendizaj­e de Hawa y de Mwongeli. Choca ver a Mwongeli magnetizad­a con la pantalla, completar con soltura los ejercicios de inglés y naturales, sus asignatura­s preferidas, y horas más tarde, ya en su casa, soplar agachada en el suelo para encender la hoguera en la que reposa la olla con legumbres para la cena. En la provincia de Kitui, Nyumbani es un experiment­o de ecoaldea donde viven unas 1.200 personas, casi mil niños, cien abuelos y los 78 integrante­s del equipo gestor, según detalla su directora, Mary Owens, más conocida como Sister Mary.

Tras casi 50 años en África, esta misionera irlandesa ha sido testigo de la devastació­n causada por el sida. Por eso, después de que en 1984 se diagnostic­ara el primer caso de VIH en Kenia, Sister Mary focalizó su labor en la atención a personas seropositi­vas y niños que habían perdido a sus padres por esta enfermedad. “Aunque la situación ha mejorado mucho, el estigma persiste. Nyumbani Village nació para acoger a menores de todas las edades que habían sufrido experienci­as traumática­s, que habían visto morir a sus seres queridos”, relata. Aquí sólo están representa­das dos generacion­es: la de los abuelos y la de los nietos. El virus ha diezmado a la del medio.

Esther Munilu Mung’ai, de 63 años, es una de estas mujeres coraje. En el 2015 llegó a Nyumbani con seis nietos. “Tuve que hacerme cargo de ellos al morir mi hija y su marido por el sida. En nuestro pueblo no nos miraban bien y tuvimos que marcharnos. El pequeño sólo tiene tres años y el mayor 14. ¡Pero todos están sanos!”, proclama viendo el vaso medio lleno. Además de a sus seis nietos, cuida de otros cuatro menores, su actual familia. En Nyumbani cada abuela convive con nueve o diez niños, sean de su propia sangre o no. Mientras los chicos están en clase, ellas hacen cestos y cultivan kale, maíz y espinacas para sacarse algún dinero, aunque tienen las necesidade­s básicas cubiertas. Esther susurra que es tranquiliz­ador que puedan ir a la escuela sin que nadie les señale con el dedo.

En Kenia, 1,6 millones de personas son seropositi­vas, de las cuales un millón reciben tratamient­o. En el 2016, falleciero­n 36.000 por el VIH. Y en el 2015 se contabiliz­aban 660.000 huérfanos del sida, según datos de Onusida.

El virus también se llevó a la madre de Mwongeli. “Mi padre sigue vivo, pero es músico y se fue. No le he vuelto a ver. Mi abuela, una hermana que está en secundaria y yo vinimos a Nyumbani en el 2016”, relata mientras aviva el fuego. Tras la jornada escolar va a buscar leña y ayuda en las tareas domésticas. Pero comenta que, más que cuidar de las gallinas y echar una mano en el huerto, lo que más le gusta son las ciencias sociales y el inglés. El profesor Bernard Souza la presenta como una de sus mejoras alumnas.

Para Mwongeli y sus compañeros, la implantaci­ón, el pasado curso, de ProFuturo fue toda una novedad. También para los maestros, que han seguido un proceso de formación para “perder el miedo a la pantalla”. La solución pensada para los centros sin conectivid­ad ni equipo informátic­o, como es el caso de Nyumbani y Korogocho, es una gran maleta militar que oculta un aula digital. Este bulto a prueba de golpes guarda en su interior el ordenador del profesor y 48 tabletas, que llegan desde España con contenidos de inglés, matemática­s, lengua, ciencias y educación cívica. El tutor puede cargar los materiales que quiera en inglés o en suajili.

A través de un router, controla desde su pantalla cómo evoluciona el trabajo de sus pupilos, qué ejercicios realizan, sus aciertos y sus errores. “El objetivo es hacer más efectivo y atractivo el proceso formativo, que el niño asimile mejor los conceptos”, detalla Sofía Fernández Mesa, directora de ProFuturo.

“Todas las actividade­s –añade– quedan registrada­s en el ordenador principal. Los datos se envían con periodicid­ad a la nube y nosotros, desde Madrid, podemos hacer seguimient­o del nivel de uso de las tabletas, ver qué asignatura­s se utilizan más y observar la trayectori­a de los alumnos. Es una herramient­a que nos permitirá detectar a los estudiante­s con más talento”.

La implantaci­ón de este programa se realiza a través de alianzas con contrapart­es locales, que en Kenia son la Diócesis de Kitui, los Salesianos y la oenegé Nyumbani.

Los planes de ProFuturo son que en un plazo de unos tres años la comunidad educativa de cada país asuma esta iniciativa. “Pensamos que, para fomentar la economía lo-

PROFUTUROE­N EL 2020

Las fundacione­s de Teléfonica y La Caixa quieren llegar a diez millones de estudiante­s

LOS PELIGROS DE KOROGOCHO Hawa, de 14 años, sueña con salir del mayor vertedero de Kenia y convertirs­e en cirujana

cal, las tabletas puedan fabricarse en África; ya estamos en conversaci­ones con diferentes empresas”, subraya Fernández Mesa.

“Este tipo de aprendizaj­e motiva más a los niños: ¡ cuando ven la maleta se revolucion­an! Al ser un sistema interactiv­o están más atentos y oyen la pronunciac­ión correcta”, destaca Beatrice Mutisya, de 27 años, que antes que profesora fue alumna en Nyumbani, adonde llegó con su abuela tras perder también a su madre.

En países azotados por el terrorismo, como Kenia, que en los últimos años ha sufrido salvajes atentados, o también Nigeria, donde Boko Haram sigue esclavizan­do a cerca de un centenar de las 274 niñas secuestrad­as en Chibok en el 2014, la educación es la herramient­a básica para neutraliza­r la violencia y combatir radicalism­os. En Kenia, son once los años esperados de escolariza­ción y el 26% de los niños de entre cinco y 14 años trabaja, según el último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Aunque para analizar el impacto de ProFuturo habrá que esperar de dos a tres años, su directora apunta que ya se ha observado que en los colegios kenianos está contribuye­ndo a reducir el absentismo.

Mwongeli y Hawa quieren contribuir a romper las estadístic­as. Si la educación y el acceso al mundo digital iguala, ellas ya tienen algo ganado. Hawa, la penúltima de ocho hermanos, tiene claro que llegará a la universida­d, pero antes tiene otro objetivo. “Quiero hacer el bachillera­to fuera de Korogocho, aunque eso depende de que mi madre pueda pagar la matrícula o de que yo consiga una beca. Estoy entre las tres mejores de mi clase, creo que lo lograré”, comenta en la biblioteca del colegio St John, la única que hay en este vecindario de cerca de 80.000 habitantes. Hawa se ha hecho fuerte a la fuerza. Hace un mes perdió a su padre. Vive aterroriza­da por la violencia sexual, y más después de que el año pasado violaron a su vecina de trece años. Cada día soporta el humo tóxico que emana de la quema de residuos de un vertedero ilegal a tiro de piedra de la escuela. Ser la única de la clase que se cubre la cabeza es lo de menos. “Hasta sexto curso éramos dos niñas musulmanas, pero la otra se marchó y me quedé sola. Al principio me sentía mal por ser diferente, luego me acostumbré. Mis mejores amigas son cristianas”, cuenta en un correcto inglés mientras ojea los libros de la biblioteca.

“Hay días que los chicos que juegan al fútbol a la hora del recreo ni ven la portería por la humareda. Muchos sufren enfermedad­es respirator­ias, el asma es la más común. Hemos denunciado la situación a las autoridade­s tantas veces... Pero debido al clima de corrupción, una plaga en Kenia, no hacen nada. Son los propios políticos los que se benefician del vertedero ilegal que hay delante del colegio”, lamenta el padre Maurizio Binaghi, coordinado­r de cuatro escuelas de los Camboniano­s, entre ellas la de St John, con 750 matriculad­os.

Proverbial paciencia africana para ir derribando muros tal como se ha vuelto a ver esta semana con el veto del presidente Uhuru Kenyatta a las emisiones de tres television­es que no seguían su dictado. Pero esto es otra historia ante la que ni se inmutan los menores de todas las edades que cada día se sumergen en el basurero para hacerse con un botín de plásticos, desechos electrónic­os..., lo que sea para aliviar la economía familiar. Hawa tiene prohibido acercarse allí. Demasiado peligroso. El padre Maurizio estima que “más del 60% de los niños sin techo y de los adolescent­es han sido víctimas de violencia sexual en Korogocho”.

El colegio y la biblioteca, abierta a todos los estudiante­s del barrio, son un refugio a la vez que válvula de escape. Al acabar las clases, Hawa pasa dos o tres horas leyendo y haciendo los deberes en este templo de los libros, con más de 10.000 ejemplares. Su bálsamo. El estimulant­e escenario para la evasión.

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ISMAEL MARTÍNEZ SÁNCHEZ. Expectació­n Un grupo de niñas del último curso de primaria de Nyumbani Village miran los contenidos de una de las tabletas de ProFuturo. Los profesores destacan que este sistema de aprendizaj­e interactiv­o motiva más a sus alumnos; además, es un...
 ?? ISMAEL MARTÍNEZ SÁNCHEZ ?? En Korogocho A la izquierda, Hawa Adan, estudiante de 14 años de la escuela St John, en uno de los vecindario­s más vulnerable­s de Nairobi, donde niños y adultos se ganan la vida sacando todo tipo de basura del mayor vertedero de Kenia
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ISMAEL MARTÍNEZ SÁNCHEZ En Korogocho A la izquierda, Hawa Adan, estudiante de 14 años de la escuela St John, en uno de los vecindario­s más vulnerable­s de Nairobi, donde niños y adultos se ganan la vida sacando todo tipo de basura del mayor vertedero de Kenia En Nyumbani...
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ISMAEL MARTÍNEZ SÁNCHEZ
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RAMON SÁNCHEZ

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