Bendito patrimonio
El legado cultural impregna nuestra sociedad, tanto si lo observamos con delectación como si lo miramos distraídamente al pasar, aunque lo festejemos con alegría o lo compartamos a desgana, y también cuando juzgamos sus huellas con los ojos de la modernidad, que no son siempre ecuánimes al escrutar lo antiguo. La herencia cultural está ahí; y lo sensato es preservarla y, sobre todo, conocerla. Así, la Unión Europea ha designado este 2018 como año europeo del Patrimonio Cultural, para animar a los ciudadanos a descubrir el legado cultural europeo, a implicarse en su protección y promoción, y a reforzar el sentido de pertenencia al espacio común del continente.
El patrimonio cultural está formado por monumentos, obras de arte, libros, ropa, maquinaria, yacimientos arqueológicos y ciudades históricas, pero también se expresa de modo inmaterial: prácticas sociales, tradiciones orales, artes escénicas o saberes artesanos. También lo digital forma parte de nuestro legado cultural, y asimismo el patrimonio natural: paisaje, flora y fauna. Con esa amplitud lo definen los expertos, quienes recalcan que preservar el patrimonio no consiste en mirarlo como una foto fija del pasado. Al contrario, el patrimonio evoluciona en función del uso que hacemos de él.
En este año europeo dedicado a la cuestión, la Iglesia católica tiene una inmejorable ocasión para desplegar su patrimonio arquitectónico y artístico, asegurarse una mayor visibilidad e invitar al público secular a adentrarse en recintos religiosos.
Esta semana en Bruselas, la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (Comece) –organismo católico que desde 1980 estudia las iniciativas legislativas de la UE y aporta sugerencias o alerta de riesgos– abordó en una conferencia la promoción del patrimonio cristiano de Europa. “La Iglesia tiene una dimensión espiritual, pero también es un actor clave en el desarrollo de la cultura”, argumentó el dominico francés Olivier Poquillon, secretario general de la Comece, invocando su antigüedad como institución de fe, que además continúa activa.
En Europa hay medio millón de edificios religiosos (iglesias, sinagogas, mezquitas, templos), la mayoría con larga historia. Según un estudio realizado en el 2014 por encargo de Future for Religious Heritage (FRH) –red europea no confesional para la protección de lugares históricos de culto–, el 84% de los europeos cree que tales inmuebles son esenciales para la vida de la comunidad, y que se debe fomentar su conocimiento entre el público secular. (La encuesta se hizo a 6.000 europeos de Alemania, Bélgica, España, Francia, Países Bajos, Polonia, Reino Unido y Suecia.)
La UE ha designado el 2018 año europeo del Patrimonio Cultural, una ocasión para relanzar los edificios religiosos como acervo común
De ese estudio se desprende también que los europeos valoran que se dé uso a los edificios religiosos más allá de su función de lugares de culto. El 87% de los encuestados apoyó que se abran al turismo si contienen tesoros artísticos o arquitectónicos. Y el 72% respaldó que alberguen actos culturales no religiosos (conciertos, conferencias, exposiciones) si eso ayuda a financiar su mantenimiento.
En el acto bruselense, la Comece presentó ejemplos de realce del patrimonio religioso, como la restauración de la capilla de San Martín en Stari Brod (Croacia); los himnos de Samogitia (Lituania), o la catedral francesa de Chartres, que alberga foros de diálogo.
Tómese nota, porque el tirón turístico de la arquitectura levantada por la fe es innegable. La basílica de la Sagrada Família en Barcelona y la catedral de Santiago de Compostela atraen a multitudes, pero también inmuebles de menos relumbrón internacional poseen su propio potencial. En ese sentido, es de destacar el proyecto Catalonia Sacra, una iniciativa de las diez diócesis de Catalunya, que comenzó en el 2012, para dar a conocer el patrimonio arquitectónico y artístico vinculado a la Iglesia, y generar actividad económica para el propio mantenimiento de los bienes culturales. Y sobre el uso polivalente, es notable el caso del antiguo seminario de Tarragona, un edificio de finales del siglo XIX que la archidiócesis remodeló a inicios de la presente década, y que funciona como centro cultural, además de albergar organismos diocesanos.
Pero es preciso estar atentos. En Bruselas, el secretario del Pontificio Consejo de Cultura del Vaticano, Paul Tighe, alertó de cómo, en el actual contexto de creciente analfabetismo religioso, existe el riesgo de perder claves de interpretación de nuestra propia cultura. Está bien hacer el Camino de Santiago o el Camino Ignaciano por motivos deportivos o de superación personal, acudir a la romería del Rocío a disfrutar de la fiesta, o ir a las procesiones de Semana Santa sólo por su belleza. Pero es importante que la ciudadanía comprenda su significado religioso para insertarlo en un legado cultural que es de todos.