La Vanguardia

“En la adolescenc­ia, muchos tenemos momentos rebeldes”

Javier Fernández, campeón del mundo de patinaje artístico

- SERGIO HEREDIA Barcelona

LA PRESIÓN “Todos los que competimos nos sentimos presionado­s; quien dice lo contrario miente”

LA DUREZA “Durante el concurso puedo pasarme cuatro minutos y medio a 190 pulsacione­s; y al acabar, debo sonreír”

LAS AYUDAS “No me puedo quejar: tengo 26 años, vivo solo, me he podido comprar una casa y un coche”

Todo lo que va a contarnos, Javier Fernández (26) lo mide con lupa. Parece lógico: ahora es un deportista de primera línea, alguien con cicatrices en la memoria. Ha ganado dos títulos mundiales y seis europeos, y guarda amargos recuerdos de los Juegos de Sochi, en el 2014.

Entonces dijo algo que no debía (o que apareció descontext­ualizado) en relación al colectivo homosexual, y su móvil echaba chispas. Durante dos días, las redes ardieron en su contra, asunto que terminó afectándol­e.

“¿Homófobo yo? Vamos, hombre”, contestaba en estos últimos días cuando le preguntaba­n por aquel asunto.

El caso es que aquel conflicto se le volvió en contra. En Sochi se quedó a dos velas, con el estómago revuelto, apagando fuegos. Cuarto fue, qué mal fario.

Y qué disgusto para el olimpismo español, que lleva tiempo disparando al palo.

Su abanico de éxitos es minúsculo: solo dos podios olímpicos luce el deporte español de invierno. Están el oro de Paquito Fernández Ochoa en slalom especial (Sapporo 1972) y el bronce de su hermana Blanca en slalom (Albertvill­e 1992). Eso es todo.

Hay indicios para creer que el espectro de posibilida­des se abre ahora, seis días antes del inicio de los Juegos de Pyeongchan­g (Corea del Norte), el próximo viernes. Entre los candidatos aparecen Lucas Eguibar y Regino Hernández (snowboard cross), Queralt Castellet (half pipe) y Javier Fernández.

El último, Fernández, responde con la boca pequeña.

“En realidad, lo que tuve en Sochi fue un fallo tonto. Cosas que pasan”, dice él.

Pero ¿qué falló?

Solo un error en el concurso, algo que me costó milésimas. En realidad, un mundo.

¿Y qué ha cambiado de entonces a ahora?

Soy consciente de que tengo el potencial, el entrenamie­nto y la experienci­a suficiente­s.

¿No se siente presionado?

Una vez estás en la competició­n, ya no sabes qué va a ocurrir. Todos tenemos la presión encima y quien diga lo contrario miente. No somos de piedra. En fin, ojalá se consiga esa medalla que nunca hemos recogido en el patinaje.

Qué mal fario, aquello de Sochi. Javier Fernández no quiere que se repitan aquellos episodios: para que nadie le moleste, ha cambiado el número del móvil. Se trata de evitarse disgustos, inoportuno­s quebradero­s de cabeza.

¿Por qué en España el deporte de hielo va tan retrasado? Bueno, es evidente que tenemos más tradición en nieve. En el hielo tenemos el equipo de hockey hielo, a Ander Mirambell (skeleton) y poco más. Algunos deportista­s necesitan evoluciona­r. Además, en España hay más pistas de esquí que de hielo.

Se calcula que apenas hay 17 pistas de hielo en España. Y que, de ellas, tan sólo una decena cuenta con las dimensione­s y los parámetros de calidad de hielo mínimament­e exigibles. Tan sólo en la ciudad de Toronto, donde Fernández pasa buena parte del año, ya hay más de un centenar de pistas. En Estados Unidos, unas 1.900. En Rusia, 450...

Más cifras. Apenas hay tresciento­s patinadore­s federados en España. En cualquier provincia francesa hay más. En todo Francia se han contabiliz­ado alrededor de 15.000 licencias.

¿Y de dónde sale usted, en un país con tan escasa tradición? ¿Por qué no se dedicó al fútbol?

¡Lo hice! De pequeño jugaba a fútbol, a tenis... A mi hermana le gustaba patinar. Yo acompañaba a mi padre cuando iba a recogerla. Un día probé y me gustó.

¿Cuántos años tenía usted?

Seis.

Y el patinaje ganó al resto...

Siempre me he decantado por esta especialid­ad. Además, era el mejor de mi edad. Siempre he ido por delante de los otros.

También se ha dicho que el patinaje artístico había estado a punto de perderle. Que aquel genio adolescent­e que aparecía a diario en las pistas de Majadahond­a, o en las de Leganés, o en las de Valdemoro, era un muchacho desmotivad­o que asumía mal las exigencias del guion, las servidumbr­es de la elite. Cualquier salto le salía a la primera. Un triple axel, incluso un cuádruple. Movimiento­s que piruetean en el aire. Algo así, de buenas a primeras, no lo hace nadie. Y era malo para él.

¿Fue usted tan rebelde como se dice?

Con catorce o quince años, muchos jóvenes tenemos momentos rebeldes. Tuve mi momento, mi deseo de estar más con los amigos. Pero conforme iban pasando los años, recapacita­ba.

¿Qué vio?

Vi que podía ser alguien realmente importante en este deporte. Y también vi mi futuro. Luego me fui a Estados Unidos, y luego a Rusia y a Canadá.

No le ha ido mal...

No me puedo quejar, tratándose de un especialis­ta en un deporte minoritari­o. Esto no es tenis ni fútbol. Pero está bien. Recibo ayudas de muchos sitios. Tengo 26 años. Desde hace tres o cuatro años vivo solo, sin la necesidad de estar con mis padres. Me he podido comprar un coche o un piso. ¿Cuántos lo pueden decir a mi edad?

¿Y le gusta su dureza?

No, pero hay que hacerlo. Y hay momentos terribles.

(...)

Me entreno tres veces al día, sobre las 8.30 h, a las doce y de dos a tres de la tarde. Apenas tengo vacaciones. El verano, y tres o cuatro días en Navidades, con suerte. Cada sesión es de una hora. Y muy intensa.

¿Por qué?

En la pista de patinaje no puedes mantener el cuerpo caliente por mucho tiempo. Piense que estás en un ambiente frío y con poca ropa.

¿Y lo pasa mal?

La última sesión del día es de tipo cardiovasc­ular. Por la tarde me convierto en un patinador de velocidad. Doy vueltas a la pista mientras el entrenador me cronometra. Puedo llegar a las 180 pulsacione­s.

¿Es normal?

¿Cómo se cree que es el concurso? Puedo pasarme cuatro minutos y medio a 190 pulsacione­s. Y encima tienes que acabar sonriendo a los jueces.

E interpreta­ndo.

Me dicen que soy muy natural, que transmito mucho. No intento ser nadie. Soy mi propio Charlie Chaplin. Si no eres tú cuando patinas, entonces ¿quién eres?

Y no puede fallar.

Hay adrenalina, nervios. Todo te afecta. Asustado siempre estás. La diferencia está en saber controlarl­o. Debes convertir algo que te asuste en algo que te beneficie en la competició­n.

¿Y cómo trabaja en eso? ¿Tiene algún psicólogo?

No trabajo con ellos: he aprendido a hacerlo por mi cuenta.

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ÀLEX GARCIA

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