Como en la oca

LA política catalana tiene por delante una partida parecida al juego de la oca, donde los jugadores retroceden, pierden tiradas o vuelven a empezar, hasta que llegan al final. De vez en cuando, en las partidas de sobremesa se progresa de oca a oca, o de puente a puente, pero en la política surgida del 21-D parece que avanzar sea un reto imposible. Así, la casilla 63 resulta inalcanzable porque nadie sabe manejar los dados (o los cubiletes) para llegar a término con tanto traspiés en el camino.

Ciertamente, la oca era un juego de reyes –quizás por eso la mayoría republicana hace la partida política más complicada– porque fue un noble florentino como Francisco de Médici quien le regaló un tablero a Felipe II, introduciendo su práctica entre los cortesanos, a quienes, acostumbrados a divertimentos más violentos y arriesgados, les pareció un pasatiempo mágico porque sus golpes resultaban indoloros y los reveses de la fortuna, sin consecuencias.

Ahora nos encontramos en la casilla 19, la posada, porque hemos perdido algún turno, pero al menos no nos asomamos al pozo, la 31, de donde no se sale hasta que otro entra. No obstante, un mes y medio después de las elecciones, todavía no sabemos quién será investido president. Parece claro que nadie quiere nuevas elecciones y que el único problema es cómo encontrar una salida digna para Carles Puigdemont que no comporte que la Mesa del Parlament vuelva a tropezar con la legalidad. El objetivo debe ser no acabar en la fatídica casilla 58, que nos devolvería al principio del juego.

La partida está siendo larga, agotadora y compleja, como nunca se imaginaron los cortesanos del siglo XVI. Hay que ir paso a paso, no saltarse el manual de instrucciones y superar los obstáculos. Especialmente, la casilla del laberinto, la 42, donde hasta hace poco parecía que íbamos de cabeza. No debería ser tan difícil llegar a la casilla final con acierto y un punto de suerte. Y sin hacernos trampas.