La Vanguardia

Toponimia subterráne­a

El mapa del metro me hacía pensar en los sistemas circulator­io, muscular y nervioso de los modelos de anatomía

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Hace medio siglo de la llegada del metro a Horta. Joan Termes i Roig, un histórico luchador por los derechos de los discapacit­ados en Horta, prepara una monografía llena de fotos de época. El tramo de Sagrera a Horta, aprobado en 1953, no se completó hasta 1967. En mi memoria infantil (nací en 1963 en Virrei Amat) el metro ya era una realidad. La foto de una torre de extracción de tierras en el paseo Maragall en 1957 me provoca una sensación similar a un grabado sobre las obras de las pirámides egipcias. De niño, dividir la ciudad en paradas unidas por líneas de colores me daba más seguridad que atravesarl­a en bus, siempre sufriendo por no pasarme de parada. Cuando empecé a viajar solo en metro el billete costaba cinco pesetas y recuerdo que tardó mucho en subir a seis, y que entonces tenía que llevar un duro y una pela por si no había cambio. Termes explica que el metro ya llegaba a Vilapicina en 1964, pero que tardaron tres años en construir el tramo que le uniría a Horta. Cuando, por fin, el 5 de octubre de 1967 inauguraro­n la parada, el billete costaba dos pesetas y sólo asistieron cargos técnicos. Ni el obispo Modrego ni el alcalde Porcioles ni ninguna de las autoridade­s franquista­s que salen fotografia­das en Virrei Amat. Al día siguiente sólo La Vanguardia se hizo eco de la noticia en una gacetilla, escribe Termes.

La llegada del metro modificó al antiguo pueblo de Sant Joan d’Horta, agregado a Barcelona desde 1904. Las obras obligaron a derribar unas cuantas masías pero el cambio principal fue en el paisaje humano. El incesante flujo subterráne­o del metro tuvo un influjo claro en la superficie. Los metros incluso generan toponimia, no siempre coincident­e con la tradiciona­l. En la línea azul, el barrio de Indians se vio sepultado por la denominaci­ón coyuntural de “Viviendas del Congreso” (Eucarístic­o, de 1952). En cambio, la entonces reciente urbanizaci­ón del Turó de la Peira no se impuso, sepultada por una denominaci­ón más antigua: Vilapicina. Horta mantuvo su identidad, reforzada hasta hace cuatro días por ser el final de trayecto de un extremo de la línea V. El primer mundo que exploré era azul. Iba de Pubilla Casas a Horta, con alguna incursión roja vía Sagrera. Recuerdo que el mapa de las líneas de metro (roja, azul y verde, que la amarilla no se inauguró hasta 1973) me hacía pensar en los sistemas circulator­io, muscular y nervioso de los modelos de anatomía que estudiábam­os en ciencias naturales. En vez de un cuerpo humano, un ser de contornos difusos, el cuerpo de la ciudad. Mientras preparaba el prólogo para el libro de Joan Termes, pesqué un volumen impagable para fisgar en la anatomía de muchas ciudades: Atlas de metros del mundo, de Mark Ovenden (Capitán Swing-Nórdica Libros). Están, dicen sus editores, todas las líneas de metro del mundo. De Barcelona reproducen cuatro planos de cuatro épocas y en dos Horta es final de trayecto. Finismetro.

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