La Vanguardia

Los pretextos y las causas

- Josep Maria Ruiz Simon

Alos historiado­res antiguos les gustaba distinguir los pretextos y las causas. Así lo hace, por ejemplo, Suetonio, en las Vidas de los doce césares, cuando explica el inicio de la segunda guerra civil de la República romana, la que empezó cuando Julio César decidió cruzar el Rubicón. El pretexto con el que César se justificó era la defensa de los derechos de los tribunos de la plebe, que habrían sido vulnerados por el senado. Era un motivo convenient­e, lleno de dignidad y del todo honorable. Como correspond­e a los pretextos. El vestido de justicia siempre favorece, aunque sea un disfraz. No tiene mucho sentido buscar causas simuladas o aparentes que disimulen las reales, si no se trata de quedar bien.

Como recuerda el propio Suetonio, los contemporá­neos que no se tragaban este pretexto discrepaba­n sobre las causas verdaderas que César había preferido ocultar. Pompeyo, por ejemplo, no se cansaba de decir que, como César no había podido acabar las obras que había empezado ni podía satisfacer a su retorno las esperanzas que había despertado en el pueblo, había preferido confundirl­o y trastornar­lo todo. Otros, en cambio, sostenían que, como en su primer consulado no había parado de vulnerar las leyes, tenía miedo de que, si volvía a Roma sin ejército y como un simple ciudadano, se vería obligado a explicarse ante los jueces. Finalmente, también había quienes, como Cicerón, creían que su único móvil era la ambición de un poder tiránico y la percepción que era el momento oportuno para satisfacer­la. No se trata de causas excluyente­s. Las tres podían conspirar conjuntame­nte en el corazón de César.

Las causas que movían quienes acabaron apuñalando César también eran diversas y en algún caso muy abyectas. Entre ellas también se encontraba un noble ideal: la defensa de la libertad. Pero la defensa de la libertad no era una causa para todos los conspirado­res. Plutarco explica que el deseo de reinar de César fue la causa más manifiesta del odio que acabó despertand­o y el mejor pretexto de quienes ya le eran contrarios. Lo que para unos era causa para otros fue sólo un pretexto. ¿Pero dónde situamos a Bruto? Al inicio del segundo acto de Julio César de Shakespear­e lo vemos monologand­o. Bruto se dice que no tiene ningún motivo personal que lo mueva a actuar contra César. Y sólo quiere conspirar por una causa justa y que tenga el bien público como objetivo. Necesita poderse decir que, a pesar de amar a César, aún amaba más a Roma. Su problema es que no acababa de creer que César sea realmente un peligro para la libertad de Roma. Al final de su soliloquio ya ha encontrado la solución. Ha llegado a la conclusión de que hay que considerar a César como un huevo de serpiente, que ahora es inofensivo, pero que, una vez abierto, será un desastre. La muerte de Julio César no habría sido lo mismo sin Bruto. Una traición política como Dios manda pide personajes de confianza del traicionad­o y capaces de encontrar metáforas que los permitan convertir lo que les podía parecer un mero pretexto en una causa como es debido.

Una traición política como Dios manda pide personajes de confianza del traicionad­o y una metáfora para justificar­la

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain