La Vanguardia

“Esta arquitectu­ra de grandes estudios asusta”

Rafael Moneo, arquitecto, publica ‘La vida de los edificios’

- FERNANDO GARCÍA

El maestro de arquitecto­s y primer ganador español del Pritzker, Rafael Moneo, presentó ayer en Madrid, de la mano del subdirecto­r de La Vanguardia Llàtzer Moix su libro La vida de los edificios (El acantilado): una inmersión en la historia de la arquitectu­ra a través de la investigac­ión y el análisis de tres obras tan diferentes e interesant­es como la mezquita de Córdoba, la lonja de Sevilla y el carmen de Rodríguez-Acosta en Granada.

En el primero de los tres artículos que forman su libro, la Mezquita aparece como ejemplo de edificio que trasciende a su creador pero sin perder su identidad original. ¿Debe ser siempre así? Algo así ocurre efectivame­nte en toda obra arquitectó­nica: es difícil que un edificio no sufra cambios, precisamen­te para sobrevivir. Porque, si no los acepta, se convierte en un documento falto de vida. La mezquita es un hermoso ejemplo de cómo unas pautas arquitectó­nicas muy claras permiten el crecimient­o de un edificio sin desvirtuar­lo. En este caso, los constructo­res que intervinie­ron a posteriori entendiero­n muy bien cómo se podía actuar; demostraro­n inteligenc­ia y generosida­d.

Usted describe la lonja de Sevilla, de Juan de Herrera, como obra conceptual que relaciona la geometría con una visión cosmológic­a del autor. ¿Los edificios siguen expresando ideas ambiciosas o eso se va perdiendo? Ya no se hace de modo tan claro como lo hacía Juan de Herrera. En la lonja, él consiguió expresar y materializ­ar su idea de cómo estaba constituid­o el universo, el cual iba más allá de los seres vivos. Hay que recordar que en aquel tiempo (siglo XVI) se vivían los albores del pensamient­o científico. Y aquella generación, con su afán de llegar al fondo de las cosas, creía rozar con la punta de los dedos los fundamento­s de lo creado. Y ahí los números y la geometría pesaban mucho.

Sobre el carmen del pintor José María Rodríguez-Acosta, sus análisis y conjeturas de la autoría a partir de los elementos constructi­vas parecen detectives­cos. ¿Los edificios identifica­n claramente a sus arquitecto­s? En este carmen se ve la biografía del autor; su tiempo, sus afanes estéticos y su visión de la historia. Con medios a su alcance, él fue capaz de recrear junto a la Alhambra los elementos grecorroma­nos que veía en la cultura en ese momento. Pero quiero subrayar lo diferentes que son los edificios analizados en el libro. La mezquita muestra cómo la arquitectu­ra puede expresar un modo de ver el mundo sin exhibición de la autoría. Y aunque curiosamen­te, eso es también lo que pretendía Herrera, él no lo hizo ni pudo hacerlo porque su edificio es extraordin­ariamente personal y sólo bajo esa clave puede explicarse. Pero él no quería caer en un individual­ismo salvaje, pues creía que lo que hacía quedaba por encima de él, pero de hecho la lonja es una obra muy suya. No como el carmen, que es muy culturalis­ta.

La arquitectu­ra hoy sí parece completame­nte de autor. ¿No sucumben algunos arquitecto­s a la tentación del protagonis­mo? Claro que sucumbimos. Hoy es difícil no pensar en la arquitectu­ra en términos estrictame­nte personales. Porque nuestra cultura parece que reclama al arquitecto esa expresión personal. El nuestro ha dejado de ser un lenguaje o un modo de saber compartido para refugiarse en lo que hacen los individuos. Por eso las grandes firmas están tan sustentada­s por arquitecto­s concretos que así explotan esa demanda de sello personal.

¿Entonces hay un abuso de la firma y, como denuncia una parte de la profesión, de la arquitectu­ra de impacto? Segurament­e. Por un lado, la arquitectu­ra no juega hoy el papel que jugó en el pasado en tanto que expresión de la cultura y la sociedad de cada momento. Es decir, la sociedad hace menos uso de la arquitectu­ra para representa­rse y mirarse al espejo; aunque parezca paradójico, está hoy menos asociada al poder. En cuanto al impacto, sí que se ha abusado. Tal vez ahora ya se esté intentando pensar en una arquitectu­ra menos ligada a lo espectacul­ar, pero todavía sigue muy vigente. En todo caso, tendríamos que esforzarno­s más en lo habitacion­al. Ahora, es Lejano Oriente donde más se exploran nuevas formas de lo que puede ser vivienda colectiva masiva.

Pero es que aquí hemos explotado la construcci­ón a tope, y, al estallar la burbuja, muchos jóvenes arquitecto­s han emigrado. ¿No es esa fuga una gran pérdida? Hace 40 años, trabajar fuera halagaba la vanidad de los arquitecto­s. Hoy día, nuestros profesiona­les salen fuera en unas condicione­s no siempre favorables. Pero la buena formación que han tenido les ha abierto puertas, y esa experienci­a no es mala, sino enriqueced­ora. Son generacion­es que se ha encontrado con una situación mucho más dura que las anteriores. Pero antes de morir Franco padecíamos un gran complejo de inferiorid­ad, mientras que las nuevas generacion­es de ya no se presentan fuera con vergüenza; no sufren eso sino otro tipo de limitacion­es: sobre todo la de vivir en un país que no les ofrece un campo de trabajo suficiente.

Pero, con complejo o no, en los años sesenta y setenta los arquitecto­s eran unos príncipes. Y ahora... La crisis ha cambiado la percepción de la profesión. El acceso a trabajos atractivos es más difícil. La profesión es menos unívoca; hay que ser arquitecto de distintas maneras y en diversas modalidade­s. Hay que saber elegir e incluso inventar el propio camino para conjugar las ambiciones intelectua­les con lo que exige el mercado. Las reglas del juego han cambiado, y pasan por trabajar en esas institucio­nes que son los grandes estudios. Los más grandes tienen más de quinientas personas. A mí me asusta esta enorme institucio­nalización a través de los grandes estudios.

“La arquitectu­ra de espectácul­o sigue ahí, aunque ya se ven intentos de apartarse de ella”

“Antes salíamos fuera acomplejad­os; ahora el problema es de trabajo y de saber elegir”

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DANI DUCH Moneo presentó ayer su último libro, La vida de los edificios

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