La Vanguardia

“Si pierdo, lo hago yo, no vosotros”

Lucas Eguibar se postula como una rareza deportiva: figura favorito en la prueba de snowboard cross

- SERGIO HEREDIA Barcelona

EL CAMBIO

En el 2017, mientras lograba dos podios en los Mundiales, su técnico moría víctima de un ictus

EL RECUERDO

“Descubrí el snowboard viendo a Jordi Font en los Juegos de Turín, en el 2006: aquel día fue cuarto”

Puedo recordar bien aquel día.

El día de gloria de Jordi Font en Bardonecch­ia. Corría el año 2006. Aquellos eran los Juegos de invierno en Turín. Éramos unos cuantos periodista­s españoles allí arriba, síntoma de que se esperaba algo grande: María José Rienda iba a sacar una medalla en el slalom gigante.

Sí o sí.

Habían mandado a un puñado de cronistas a los Alpes italianos. Eran tiempos de vacas gordas. Los Juegos Olímpicos salían económicos. Se disputaban cerca de casa. Había presupuest­o. Y entre los olímpicos de nuestro país había opciones.

¿Qué pasó? Vaya chasco. No llegó la medalla de Rienda. Superada por el estrés y la presión, su estrella se descompuso en el día de autos.

Solo pudo ser decimoterc­era. Desnortado­s, acabamos encontrand­o consuelo en Font.

Un desconocid­o en una prueba inédita. El snowboard cross debutaba como olímpico. Poco, o nada, sabíamos de aquellos tipos que bajaban sobre sus tablas, cruzándose entre sí, dándose codazos y trastabill­ándose, de cuatro en cuatro, a ver quién llegaba el primero.

El ejercicio es asfixiante. Como un sprint de un minuto. Los esquiadore­s salen con potencia, impulsándo­se con el tren superior. Manipulan los obstáculos para ganar velocidad.

En la ruta pierden el aliento. De Font, nadie esperaba grandes cosas. Ya tenía treinta años. Y de su vivencia en Turín, mejor ni hablar. Había perdido el material en el camino: la tabla se había quedado en Madrid durante cuatro días. Para rematarlo, el hombre se había dislocado el hombro izquierdo en Bardonecch­ia, durante un entrenamie­nto. Un rival le había caído encima.

Apenas cinco días antes de su concurso, su vida era un poema. Compitió medicado.

Qué extraño es esto, lo que vino fue el flow.

Recuerdo su actuación. Jordi Font, grandullón, bajaba suave, fluido, sin cabriolas ni aspaviento­s. Avanzaba a los rivales e iba pasando las rondas.

Primera ronda, cuartos, semifinale­s... Cuando se quiso dar cuenta estaba en la final.

Cuatro esquiadore­s para tres medallas. Qué puñeta, ahí se le acabó la inspiració­n. Se desequilib­ró a mitad del descenso y se quedó atrás. Adiós al podio. Nunca se declaró entristeci­do. –Es un día para celebrarlo –dijo a quienes formábamos un corrillo a su alrededor.

Tuvo que retirarse un tiempo más tarde, amargado de todo. No llegaron los patrocinad­ores ni las ayudas, todo aquello que se le presuponía a alguien que había rozado un podio olímpico...

Lucas Eguibar (23) también recuerda aquello, el gran día de Jordi Font.

Era un niño de doce años. Ojiplático ante el televisor.

–Aquel día descubrí este deporte –me cuenta.

–¿Vio cómo Font descendía? –le pregunto.

–Ya lo creo. Y así me enamoré del snowboard. Hasta entonces, yo solo esquiaba.

Se confiesa: aquel día cambió su vida. Y le colocó en la plataforma, el punto en el que se encuentra ahora: dispuesto a subirse a un podio olímpico.

Un inciso, Eguibar se permite un apunte. Dice que practica snowboard cross, como Font. Pero el espíritu es otro.

–El suyo era un snowboard de bota dura. Había muchas curvas y pocos saltos. Aquellas condicione­s se le daban muy bien: se las apañaba en las curvas. Aquellos tipos bajaban a 50 km/h, y de cuatro en cuatro. Lo nuestro... –¿Qué..?

–Vamos de seis en seis. Las rectas son muy largas y ganamos mucha velocidad. Vamos a 90 km/h. Hay muchos más accidentes. Es otra historia.

–Pero, usted y Font ¿llegaron a coincidir?

–Ya lo creo: lo hicimos cuando yo era un crío y él era uno de los mayores del equipo. Trabajamos juntos de cara a los Juegos de Vancouver 2010. A veces aparece en alguna reunión de la federación. Ha sido padre hace poco.

Lucas Eguibar tenía dos años cuando los padres le pusieron a esquiar.

–¿Lo recuerda?

–No puedo recordarlo. Apenas había empezado a caminar...

Tampoco retiene imágenes. Si lo sabe, es porque se lo han conta- do. Era un mocoso y ya lo subían a Candanchú. O a Formigal. O a Astún. La familia tenía una casa en las montañas. Madrugaban en San Sebastián. Amanecían en la carretera, montaña arriba. Iban los padres y los tres hermanos Eguibar. Se calzaban las botas junto al coche. Cada uno se encargaba de lo suyo.

Joseja, el padre, competía. Se dedicaba al esquí alpino. Disputaba campeonato­s de España.

Lucas Eguibar hacía como el padre. Esquí alpino.

Así fue hasta que encendió el televisor y se topó con Jordi Font.

Así estuvo compaginán­dolo todo, el esquí alpino y la tabla, hasta que decidió dar el salto.

–Estaba saturado del esquí alpino. Salía fuera y no lograba grandes resultados. Nuestro nivel era muy bajo –cuenta.

Se aupó a la tabla y empezó a ganar cosas.

Apostaron por él. Los técnicos de la federación española se lo llevaron a Suiza. Una semana. –¿Quién pagaba?

–Yo mismo. Entonces no había muchas ayudas.

Dice que se caía y se levantaba. Una y otra vez. Que se sentía como un pardillo.

Hasta que dejó de caerse.

Ese día se hizo grande.

Se puso en manos de Israel Planas. En esto del snowboard, Planas era un gurú: vio algo en aquel niño y se enfrascó en el proyecto. Pasaron más cosas.

De repente, llegó un podio de la Copa del Mundo, en el 2013. Y otro al año siguiente (en los Juegos de Vancouver 2014 fue séptimo). Y varios podios más en los cursos sucesivos.

Todo iba bien, muy bien: Eguibar se había instalado allí arriba. Pero luego, vuelta a empezar. El año pasado, mientras se disputaban los Mundiales de ski freestyle y snowboard en Sierra Nevada, se apagaba la vida de Planas, víctima de un ictus. El técnico tenía 41 años. Eguibar recogería dos platas en aquel Mundial, una de ellas por equipos, junto a Regino Hernández –otro que aspira al podio en Pyeongchan­g–. Las lloró.

Simone Malusa pasó a encargarse de Eguibar.

–¿Y cómo ha ido la transición? –Malusa se ha adaptado a nosotros. Es alguien con experienci­a, con muchos años en el circuito. Hemos profundiza­do en el aspecto técnico.

–¿Y en el mental? ¿Cómo lleva usted el sueño olímpico? ¿No le agobia?

–Siempre he soñado con los Juegos. El hecho de aspirar a una medalla es un honor, algo que multiplica la motivación. Pero no lo olviden: si pierdo, lo hago yo, no vosotros.

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JULIO MUÑOZ / EFE Triunfal. Lucas Eguibar celebra su plata individual en el Mundial de Sierra Nevada, en marzo

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