La Vanguardia

La trama rusa de Trump (y 3)

- OBSERVATOR­IO GLOBAL Manuel Castells

La popularida­d de Trump ha remontado al 40% aupada por la reducción de impuestos y la buena situación de la economía. Su futuro parece más brillante que hace unos meses. Sin embargo, todo depende de los resultados de la investigac­ión del fiscal especial Robert Mueller sobre la colusión del Gobierno ruso con la campaña presidenci­al de Trump. Esa es la amenaza pendiente que condiciona la política estadounid­ense. Pero ¿cuál es exactament­e el objeto de la investigac­ión?

La compleja trama en que los servicios de inteligenc­ia rusos enredaron a Trump para su mutuo beneficio se compone de varios y distintos procesos que se fueron entrelazan­do.

En el origen están las dificultad­es financiera­s de Trump tras la crisis del 2008. Necesitaba inversores y compradore­s para sus propiedade­s inmobiliar­ias que estaban siendo embargadas. Varios oligarcas rusos acudieron al rescate viendo una oportunida­d de negocio en Estados Unidos. Algunos en persona, como Dimitri Ribolóvlev (dueño del Mónaco), que le compró a Trump por 95 millones la mansión que él había comprado poco antes por 10. Otros, por intermedia­rios financiero­s que avalaron inversione­s de Trump y su familia, en particular a través de Deutsche Bank, condenado en Estados Unidos por lavado de dinero para capitales rusos. Más adelante, en el 2012-2013 entró en escena el potentado Agalarov, cercano a Putin, que se asoció con Trump en la organizaci­ón del concurso de Miss Universo en Moscú en el 2013 y proyectó la construcci­ón de una torre Trump y una torre Agalarov en Moscú. No se llegó a realizar pero se creó una madeja de contactos que invirtiero­n en Estados Unidos.

Rusia no fue un mercado para Trump sino una fuente de financiaci­ón probableme­nte a través de lavado de dinero de fondos rusos. Esta es la clave de la investigac­ión del fiscal especial. Un presidente de Estados Unidos convicto de fraude fiscal no parece una figura sostenible. Pero hay más. Sobre ese fondo de intereses económicos se fueron articuland­o intereses políticos. La oligarquía rusa actual está generalmen­te relacionad­a con el Kremlin. Porque los que rechazaron la alianza subordinad­a con el Estado ruso están en el exilio, en la cárcel o muertos. Y como buena parte de estos oligarcas defraudan a Hacienda, la inteligenc­ia rusa los utiliza para fines políticos cuando se presta la ocasión. De ahí la estrategia de selecciona­r personalid­ades potencialm­ente influyente­s en la política o los negocios para que los medios financiero­s rusos los incluyan en sus alianzas, por lo que pueda pasar en el futuro. Ese parece haber sido el proceso que tuvo lugar con Trump. Y la oportunida­d apareció en la primavera del 2016 ante el éxito creciente de la candidatur­a de Trump.

El paso de los negocios a la influencia política podría ser probado por la selección del primer equipo de los asesores clave de la campaña de Trump a principios del 2016.

Casi todos ellos tenían contactos establecid­os con empresas rusas, políticos rusos y políticos ucranianos prorrusos. Otros cercanos a Trump, como su abogado personal de mucho tiempo, Michael Cohen, incluso con familia ucraniana y negocios en Ucrania. La lista de los lobbistas prorrusos incluye a Paul Manafort, el jefe de campaña; Carter Page, el asesor de política exterior; el general Michael Flynn, consejero de Seguridad Nacional; George Papadopoul­os, que sustituyó a Carter Page, y Rex Tillerson, secretario de Estado que hizo la alianza de Exxon con Rosneft. Si es coincidenc­ia, es mucha coincidenc­ia. Como lo es el hecho de que la mayoría mintieron al FBI sobre sus contactos rusos y por eso están procesados actualment­e.

Mi hipótesis es que la inteligenc­ia rusa vio el momento de cobrarse los favores prestados a Trump como empresario siempre al borde de la quiebra. Pero al materializ­arse la posibilida­d de realmente influir en un posible presidente de Estados Unidos, el apoyo a Trump se hizo directamen­te político: ayudarle a ganar la elección. Para eso aprovechar­on la vulnerabil­idad de Hillary Clinton, no por deshonesta (que nunca fue) sino por torpe. Y de ahí viene el pirateo a los ordenadore­s del Partido Demócrata y la intercepta­ción y difusión de los correos electrónic­os que Hillary nunca debió enviar desde su teléfono personal. Esto fue una falta grave de seguridad de quien había sido secretaria de Estado. Pero el pirateo tuvo importante­s consecuenc­ias que no se suelen mencionar: quedó patente la manipulaci­ón del proceso de primarias en contra del candidato progresist­a Bernie Sanders. Esa revelación, filtrada a través de Wikileaks, soliviantó a un gran número de jóvenes seguidores de Sanders, que se abstuviero­n de votar a Hillary contribuye­ndo a que perdiera la elección. Además, los servicios de seguridad rusos bombardear­on con mensajes políticos, amplificad­os por robots, las redes sociales en estados clave de Estados Unidos, dañando la ya deteriorad­a imagen de Hillary.

Ahora bien, la investigac­ión en curso tiene otro objetivo: averiguar si hubo por parte de Trump obstrucció­n a la justicia. Eso fue lo que hizo caer a Nixon en el Watergate. Empieza por el hecho sin precedente­s de despedir al director del FBI por su intento de seguir la investigac­ión. Y de amagar con hacer dimitir al fiscal especial, aunque luego no se atrevió. Mueller ha hecho tratos con los hombres del presidente para que hablen a cambio de reducir su acusación. Y quiere llamar a declarar a Donald Trump bajo juramento. Los abogados de Trump le aconsejan que no acepte, tienen miedo de su incontinen­cia verbal. En teoría no puede negarse. Pero puede recurrir al Tribunal Supremo, lo cual es un largo proceso en un tribunal con mayoría conservado­ra. Todo depende de lo que declaren quienes fueron sus asesores.

En cualquier caso, la desestabil­ización política obtenida a través de esta trama es ya una victoria para la nueva Rusia imperial.

Acabe como acabe, la desestabil­ización política obtenida a través de esta trama es ya una victoria para la nueva Rusia

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