La Vanguardia

Saber empatar

- Carles Casajuana

En esta vida hay que saber ganar y saber perder, pero también hay que saber empatar. Todos sabemos en qué consiste saber ganar: no humillar al vencido, ser generoso, reconocer sus méritos. También sabemos lo que significa saber perder: admitir la derrota, aceptar sus consecuenc­ias y felicitar al adversario.

¿Y saber empatar? Saber empatar significa aceptar que no hay un vencedor y renunciar a continuar luchando indefinida­mente, para evitar la parálisis, aunque las circunstan­cias hayan sido adversas y la actuación del árbitro se considere discutible. Abrir una tregua. La victoria la administra el ganador. El empate, ambos adversario­s, juntos o por separado.

En Catalunya en estos momentos hay algo bastante parecido a un empate y ninguna de las dos partes está dispuesta a admitirlo. Los partidos del bloque independen­tista, si consiguen ponerse de acuerdo, tienen suficiente fuerza para gobernar, pero no para ir más allá. La vía unilateral está cercenada. Sin una mayoría holgada de votos, la independen­cia es imposible. Por su parte, el Gobierno central ha demostrado que tiene suficiente fuerza para derrotar al unilateral­ismo, pero no para desalojar a los partidos independen­tistas del poder. El 155 ha perdido en las urnas. El Gobierno central intentó darle la vuelta a la tortilla y no lo consiguió.

Estos son los parámetros básicos de la situación. En las filas anti in depende nis tas reina la euforia porque, gracias alas medidas cautelares adoptadas por el Tribunal Constituci­onal, es muy difícil que Puigdemont sea investido y han aflorado las divisiones entre los partidos independen­tistas. Pero cabe preguntars­e si esta euforia no es una nueva versión de la teoría del suflé y si las noticias sobre la mala salud del independen­tismo no son una vez más –como dijo Mark Twain de las noticias de su muerte– muy exageradas.

El unilateral­ismo y el legitimism­o encarnado por Puigdemont están en un callejón sin salida. Pero el independen­tismo continúa disponiend­o de suficiente apoyo para mantener la tensión, aunque sea en unos términos más comedidos para evitar nuevos encontrona­zos con la justicia. Del mismo modo que Roger Torrent ha sucedido a Carme Forcadell, un nuevo líder puede suceder a Carles Puigdemont. Con la multitud de frentes abiertos –entre Barcelona y Madrid, entre independen­tistas y no independen­tistas, dentro de cada bloque, con el Tribunal Constituci­onal, con una justicia cada vez más instru mentalizad­a por la política –, la pugna puede continuar indefinida­mente. Nunca faltarán motivos.

Los sucesivos enfrentami­entos pueden acabar recordando el argumento de El duelo, una novela corta de Joseph Conrad protagoniz­ada por dos oficiales de caballería del ejército napoleónic­o que, a causa de un percance fácilmente reconducib­le en su origen, se baten en duelo una y otra vez a lo largo de su carrera. Pronto se ve que lo que alimenta el conflicto es el conflicto mismo. No hay ganador. Ambos pierden. Han malgastado su vida en un litigio absurdo basado en un falso concepto del honor.

Hace unos meses tomé prestada una metáfora de Fernando Ónega y comparé el litigio catalán con un partido que se juega simultánea­mente en dos estadios, uno en Catalunya y el otro más allá del Ebro, con resultados distintos. Acciones que, en casa, son aplaudidas por todos, son contraprod­ucentes en el campo del adversario. Jugadas que en un estadio acaban en gol se convierten en el otro en goles en propia puerta.

Ambas partes continúan con los ojos puestos únicamente en el marcador de su estadio. Ambas quieren proclamars­e vencedoras en casa. Es hasta cierto punto lógico. La política es así: lo primero es complacer a las propias huestes. Luego ya se verá. Pero esta actitud les puede pasar factura.

Si ni el bloque independen­tista ni el Gobierno central cambian de rumbo, pueden acabar perdiendo los dos, como los protagonis­tas de la novela de Conrad. Catalunya perderá el autogobier­no y deberá resignarse a un artículo 155 semiperman­ente. Por su parte, el Gobierno español perderá muchos votantes a favor de Ciudadanos, no porque no estén de acuerdo con la estrategia del PP, sino porque en una democracia el Gobierno casi siempre termina pagando la factura de todo lo que perturba la convivenci­a, sea o no culpa suya.

Hasta ahora, convertir Catalunya en el tema central del debate político perjudicab­a al PSOE y favorecía al PP, pero cada día hay más señales de que ahora perjudica al PP y beneficia a Ciudadanos. Las llamas que han devastado el mapa político catalán están comenzando a chamuscar el mapa político español.

El Gobierno central tiene razón cuando dice que el Estado de derecho no puede perder. Tampoco puede empatar. Pero los políticos, sí. Que la Constituci­ón no sea negociable no quiere decir que los políticos no deban negociar. Los políticos han de resolver los conflictos, no agrandarlo­s ni envenenarl­os. Cuanto antes abandonen la estrategia de destrucció­n mutua, menos perderán ellos y menos perderemos los ciudadanos.

Significa aceptar que no hay un vencedor y renunciar a continuar luchando indefinida­mente

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