La Vanguardia

Más que una mascota

Unos 270 animales han pasado ya por el tanatorio de mascotas de Barcelona en los siete primeros meses de funcionami­ento del servicio

- BÀRBARA JULBE

Dirigirle unas últimas palabras, acariciarl­e con ternura sabiendo que no habrá otra vez y mirarlo recordando lo que fue para decirle ese adiós que tanto cuesta, se convierte en un bálsamo que cura el vacío que deja la muerte de una mascota querida para aquellos propietari­os que la considerab­an un miembro más de la familia.

Atesorar estos instantes fugaces en los que todavía se dispone de su cuerpo inerte antes de la in- cineración y ayudar a los que la cuidaban a empezar un duelo sereno es el objetivo del nuevo tanatorio de mascotas de Barcelona, por el que ya han pasado más de 270 animales desde que en junio abrió sus puertas.

“Lo he visto y lo he tocado. Nos hemos despedido por última vez. Ha sido duro. Pero da mucha paz”, asegura Raquel, propietari­a de Golfo, un bichón frisé, de siete años, que no superó su segundo infarto cerebral. De pelaje blanco y esponjoso, las vivencias que despertó este can vivaracho y cariñoso movilizaro­n, además de a su propietari­a, a cinco miembros más de la familia, quienes se sintieron aliviados por “tener la oportunida­d” de verle de nuevo en estas instalacio­nes tras su paso por el veterinari­o.

Creado por la empresa Ineco, con sede en Riudarenes (la Selva), el tanatorio de mascotas, único en Catalunya y cuyo servicio se presta sólo a través del veterinari­o, ofrece dos salas, desde las cuales se puede presenciar el animal, cuidadosam­ente presentado, y el proceso de incineraci­ón, que siempre es individual. Además de perros y gatos, también han pasado por el equipamien­to iguanas, conejos, serpientes, hurones o pájaros, entre otros animales domésticos.

“Nos comentan que despedirse del animal y verle de nuevo les ayuda a gestionar mejor el duelo. También tienen la seguridad de que las cenizas son de su mascota y eso les da tranquilid­ad”, asegura Isabel Farré, veterinari­a y gerente de la firma, dedicada a la cremación de animales desde el 2004.

Tanto la necesidad de los dueños de despedirse de su mascota, que ha ido en aumento, como el crecimient­o de las incineraci­ones individual­es en detrimento de las colectivas (el reglamento CE 1774/2002 del Parlamento Europeo prohíbe que sean enterrados) motivó la creación de esta iniciativa. “Al ver que cada vez más gente quería decir el último adiós a su mascota y estar cerca de ella, pensamos en tener unas instalacio­nes decentes para ello y que se asemejaran, lo más posible, a las de personas porque también cada vez más los animales de compañía son un miembro más de la familia”, asegura Farré. Añade que cuando la firma inició sus primeros pasos sólo se hacían entre un 1% y un 2% de incineraci­ones individual­es, mientras que ahora la cifra roza el 25% del total.

A Mireia se le murió su gata Kitty, de un año, por un problema renal. Verla en el tanatorio fue “una necesidad”. “La pudimos tocar y estuvimos con ella el tiempo que quisimos”, recuerda Mireia. Para Noelle, propietari­a de Roma, una perra labrador que murió a los trece años y medio por un tumor cerebral, “fue una forma de acompañarl­a y despedirno­s. Todo tiene un principio y un final. Es igual que como hacemos con los demás miembros de la familia”, asegura.

El precio de la incineraci­ón colectiva dependerá del veterinari­o pero ronda los 80 euros aproximada­mente; y la individual oscila entre 300 y 500 euros. El servicio del tanatorio, ofrecido por Ineco, no representa ningún coste adicional para los propietari­os, que pueden llevarse las cenizas dentro de una amplia variedad de urnas (metálicas, cerámica, de madera... todas biodegrada­bles) o joyas, incluso hay la posibilida­d de hacer diamantes con las cenizas. Además, se ofrecen retratos a partir de fotos o relicarios.

Raquel, la propietari­a de Golfo, escogió una urna y un collar para ella con parte de sus cenizas. Este último fue un regalo de su hermana, que fue una de las personas que también pasaron por el tanatorio.”Es como si me hubiera llevado de nuevo a mi perro, aunque sea de forma simbólica”, subraya Raquel. Ahora Golfo colgará de su cuello y lo tendrá cerca. Una manera de revivir siempre su generosa compañía.

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LLIBERT TEIXIDÓ Los propietari­os de Golfo, un bichón frisé, de siete años, despiden al animal antes de ser incinerado

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