El engaño del ‘ho tenim a tocar!’
Marta Rovira parecía enfadada el sábado con Carles Puigdemont cuyos 948.000 votos –de entre 4,3 millones– le dan derecho, al parecer, a prolongar un desafío al Estado, a mantener a Catalunya bajo el 155 y a creer que los ciudadanos no tenemos otras cosas que hacer.
Del discurso de la dirigente de ERC, una frase: “No queremos generar falsas expectativas”.
¿Ya sabrán vivir en el futuro? Es una pena –y lo digo de corazón– que ERC haya tenido que descubrir tan tarde lo que muchos sabíamos y no por listos sino por realistas: a un Estado de derecho con siglos de existencia no se le puede chulear con tan poca fuerza electoral. No sólo era de esperar, sino que muchos avisamos.
“No queremos generar falsas expectativas”. Es una pena que hayan tenido que pasar tantas desgracias –y que algunos duerman entre rejas– para admitir implícitamente que el proceso maneja –y ha manejado– “falsas expectativas”. ¿Cuántas veces hemos oido estos años el ho tenim a tocar!?
La gente no es tonta pero tampoco
ERC rechaza las “falsas expectativas”... ¡pero si el soberanismo lleva años recurriendo a lo ilusorio!
es lista. Sin falsas expectativas, el soberanismo nunca hubiese llenado calles y ganado elecciones. Había que ilusionar y vaya si se aplicaron (en privado, menos). Cuando tantos advertíamos de la tergiversación sobre la Unión Europea, todo era desprecio: ¡sólo tienen el discurso del miedo!
Han engañado sobre las consecuencias de un proyecto atolondrado y me pregunto si, de verdad, van a dejar de crear “falsas expectativas” como en estos años yermos (¿hemos ganado algo?). Europa nunca nos daría la espalda, la economía no se resentiría –deduzco que el turismo en Barcelona no forma parte de la economía catalana ni perder la banca importa–, España nos roba –ahora es “nos humilla”– y tantas promesas sobre el alumbramiento de una República macanuda donde imperaría la verdad en mayúscula aunque fuese a partir de falsas expectativas, con aval, eso sí, de palmeros con títulos universitarios.
Carles Puigdemont no está siendo honrado ni demuestra amar al pueblo catalán. Admitió en una fugaz autocrítica que el soberanismo carecía de fuerza para imponer la vía unilateral, su elección final (convertirse en estadistas está al alcance de pocos hombres). Ese diagnóstico sigue vigente: un 53% del electorado quiere vivir en una sociedad donde las leyes sean respetadas y nadie se las pase por el forro, entre sonrisas y fotos guays de por medio. La chulería no es un defecto exclusivo de España...
Yo disculpo el silencio de la intelectualidad española y lo hago mío: la incondicionalidad de las prisiones nos desagrada. Como lo de Murcia. Pero mientras el prusesisme y su industria mantengan un desafío antidemocrático –contrario a la ley y a ese 53%–, no vamos a jalear a quienes siguen tratando de cargarse Catalunya sólo porque tenían planes de boda para ella.