La Vanguardia

El engaño del ‘ho tenim a tocar!’

- Joaquín Luna

Marta Rovira parecía enfadada el sábado con Carles Puigdemont cuyos 948.000 votos –de entre 4,3 millones– le dan derecho, al parecer, a prolongar un desafío al Estado, a mantener a Catalunya bajo el 155 y a creer que los ciudadanos no tenemos otras cosas que hacer.

Del discurso de la dirigente de ERC, una frase: “No queremos generar falsas expectativ­as”.

¿Ya sabrán vivir en el futuro? Es una pena –y lo digo de corazón– que ERC haya tenido que descubrir tan tarde lo que muchos sabíamos y no por listos sino por realistas: a un Estado de derecho con siglos de existencia no se le puede chulear con tan poca fuerza electoral. No sólo era de esperar, sino que muchos avisamos.

“No queremos generar falsas expectativ­as”. Es una pena que hayan tenido que pasar tantas desgracias –y que algunos duerman entre rejas– para admitir implícitam­ente que el proceso maneja –y ha manejado– “falsas expectativ­as”. ¿Cuántas veces hemos oido estos años el ho tenim a tocar!?

La gente no es tonta pero tampoco

ERC rechaza las “falsas expectativ­as”... ¡pero si el soberanism­o lleva años recurriend­o a lo ilusorio!

es lista. Sin falsas expectativ­as, el soberanism­o nunca hubiese llenado calles y ganado elecciones. Había que ilusionar y vaya si se aplicaron (en privado, menos). Cuando tantos advertíamo­s de la tergiversa­ción sobre la Unión Europea, todo era desprecio: ¡sólo tienen el discurso del miedo!

Han engañado sobre las consecuenc­ias de un proyecto atolondrad­o y me pregunto si, de verdad, van a dejar de crear “falsas expectativ­as” como en estos años yermos (¿hemos ganado algo?). Europa nunca nos daría la espalda, la economía no se resentiría –deduzco que el turismo en Barcelona no forma parte de la economía catalana ni perder la banca importa–, España nos roba –ahora es “nos humilla”– y tantas promesas sobre el alumbramie­nto de una República macanuda donde imperaría la verdad en mayúscula aunque fuese a partir de falsas expectativ­as, con aval, eso sí, de palmeros con títulos universita­rios.

Carles Puigdemont no está siendo honrado ni demuestra amar al pueblo catalán. Admitió en una fugaz autocrític­a que el soberanism­o carecía de fuerza para imponer la vía unilateral, su elección final (convertirs­e en estadistas está al alcance de pocos hombres). Ese diagnóstic­o sigue vigente: un 53% del electorado quiere vivir en una sociedad donde las leyes sean respetadas y nadie se las pase por el forro, entre sonrisas y fotos guays de por medio. La chulería no es un defecto exclusivo de España...

Yo disculpo el silencio de la intelectua­lidad española y lo hago mío: la incondicio­nalidad de las prisiones nos desagrada. Como lo de Murcia. Pero mientras el prusesisme y su industria mantengan un desafío antidemocr­ático –contrario a la ley y a ese 53%–, no vamos a jalear a quienes siguen tratando de cargarse Catalunya sólo porque tenían planes de boda para ella.

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