La Vanguardia

El Raval, contra los narcopisos

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La batalla entre narcotrafi­cantes que ocupan pisos vacíos y los vecinos que luchan contra la presencia constante de la droga se inició en Barcelona cuando los habitantes del casco antiguo perdieron el miedo. Entidades como Acció Raval o la asociación de vecinos, entre otras, son las responsabl­es de que los ciudadanos que sufren el narcotráfi­co se hayan decidido a denunciar un estado de cosas que destroza la convivenci­a.

Así, los vecinos han realizado un mapa de puntos de venta de droga; someten a vigilancia pisos sospechoso­s; tratan de frenar okupacione­s por bandas mafiosas y se ayudan para instalar puertas que dificulten la entrada de traficante­s en sus edificios. Esta creciente presión vecinal, que incluye una invitación a los grupos municipale­s a narcotours por el barrio –están pendientes de la cursada a la alcaldesa Colau– ha empujado a Mossos d’Esquadra y Guardia Urbana a replantear las estrategia­s.

El núcleo de la batalla ahora es la lentitud de la justicia. Vecinos y policías tratan de que los jueces asuman que un narcopiso es una herramient­a para delinquir y no sólo una plataforma que lo hace posible. Un cambio de interpreta­ción legal que agilizaría trámites. Sabido es que la ley española, muy garantista afortunada­mente, obliga a los jueces a ser prudentes y, en el caso que nos ocupa, la policía debe demostrar con hechos que se ha cometido un delito. Vecinos y policías piden que, si se demuestra que un piso es una plataforma de tráfico de droga, la justicia ordene su cierre de forma cautelar; también que si los narcos rompen un precinto de una vivienda, la policía pueda entrar de inmediato y detener a sus moradores. Son medidas sensatas que no atentan contra las necesarias garantías de la justicia.

En definitiva, de lo que tratan los vecinos es de evitar que los delincuent­es vayan un paso por delante suyo, al darse la circunstan­cia de que los narcotrafi­cantes cambian constantem­ente sus estrategia­s. Por ejemplo, conocedore­s de que la justicia tiene un andar lento, ocupan pisos que abandonan al cabo de poco –seis meses, por ejemplo– para repetir la operación en otro lugar. U obligan a los compradore­s de droga a consumir en el piso donde trafican para evitar que la policía que vigila el inmueble los detenga con la droga en el bolsillo y puedan denunciar a quienes se la vendieron.

Esta batalla vecinal, similar a la que se plantea en barrios de Madrid, Sevilla o Valencia, debe ser respaldada por las autoridade­s políticas y judiciales, de forma que dificulte el negocio a los delincuent­es. Un objetivo prioritari­o.

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