Una mala tarde la tiene cualquiera
El Año Nuevo chino contribuye a mejorar la asistencia al Camp Nou para un partido que acaba con el resultado más soso: 0-0. La diferencia entre el estado de ánimo de los turistas orientales y el de los espectadores indígenas es manifiesta. No se trata de una reflexión racista. A los orientales no se los reconoce por sus rasgos sino por su actitud, que pasa por fotografiarlo todo y aplaudir incluso los gritos de independencia. Otro síntoma de la desnaturalización del Camp Nou: cuando suena el himno que oficializa el inicio de la liturgia culé, la mayoría de espectadores no se pone de pie. La grada de animación, en cambio, actúa desde el primer minuto con una insistencia invasiva y cánticos que, a riesgo de pasar por idiota (o por sordo), no entiendo. Quiero decir que no los entiendo literalmente y tengo que pedirle a mi acompañante que me los traduzca. Debo darme prisa porque, a medida que el partido avanza, mi acompañante se va poniendo de peor humor y acaba desplegando un repertorio colérico contra el árbitro y algunos de nuestros jugadores, que no están ni individual ni colectivamente inspirados. Entre las execraciones voceadas destaca “¡cagarro!” dedicada a uno de los nuestros. El juego es tan monótono que da tiempo a preguntarte si los cánticos animan realmente al equipo o sólo satisfacen el orgullo militante de los animadores. ¿De verdad resulta útil cantar contra el Espanyol o recordar a Piqué mientras empatas contra el Getafe?
SATURADOS Y EXPECTANTES. Empatar contra el Getafe subraya un problema de opulencia. Aunque nos resistimos, los culés damos por hecho que ganaremos y nos duele admitir que el juego es lento y poco preciso, que Messi baja la mirada más de la cuenta y que el Getafe es un rival ordenado y difícil. Para no hacernos mala sangre, lo atribuimos a la saturación y a un calendario extenuante. El que no se consuela es porque no quiere. Y algunos culés no quieren. Recibo un SMS que dice: “Nada. Muertos. Esta película ya la he visto”. Y unos minutos antes, del mismo emisor: “Este año no ganaremos nada”. Me abstengo de transcribir los comentarios sobre Dembélé por respeto a Dembélé en particular y a la especie humana en general. Camino de casa, me encuentro con un vecino que regresa del Camp Nou y que, resignado, me dice: “¡A ver si el PSG nos da una alegría!” Y entonces, confrontado a mis propios demonios biográficos de español nacido en París, me doy cuenta de que prefiero que gane el Madrid a que gane el PSG, que es un club que muchos parisinos tenemos el deber moral de despreciar hasta la muerte. Por suerte, los pensamientos son privados y mi solución al dilema no altera el deseo mayoritario de los culés: que Neymar hunda al Madrid en la más absoluta miseria.
BARCELONISMO PENITENCIARIO. Ayer Jordi Basté contó en RAC1 que, la noche que el Barça ganó en Valencia, los convictos de Estremera que comparten prisión con Oriol Junqueras y Joaquim Forn empezaron a golpear el metal de las celdas para manifestar su alegría. Fue una cacerolada espontánea que, según Basté, responde a un sentimiento contestatario y a entender que Junqueras y Forn son víctimas de un abuso de poder. No debe haber muchos equipos capaces de provocar este tipo de reacciones, y se entiende que el momento político facilita las instrumentalizaciones más insólitas. Otra anécdota: en la película 15.17 tren a París, dirigida por Clint Eastwood, los tres norteamericanos que protagonizaron el episodio de detención de un terrorista se interpretan a sí mismos. En una de las escenas, uno de los héroes (con permiso de la CUP) que se jugó la vida para reducir al malo viste un polo del Barça con la misma informalidad con la que uno de sus compañeros lleva una camiseta del Bayern Munich. La casuística universal de la camiseta culé (lean los artículos de Xavier Aldekoa) sigue expandiéndose. Si hace unos meses Mundo Deportivo publicó que, a causa de una guerra diplomática, los Emiratos Árabes castigaban hasta con quince años de prisión a quien llevara la camiseta del Barça con publicidad de Qatar, conviene subrayar que el polo del héroe del tren no luce más publicidad que la de ese escudo que ayer admiraron con más entusiasmo los culés extranjeros que los culés indígenas.
El deseo mayoritario del barcelonismo: que Neymar hunda al Madrid en la miseria
Para no hacernos mala sangre atribuimos el empate a un calendario extenuante