La Vanguardia

El muro y los demonios levantinos

- Tomás Alcoverro

El verano, tiempo propicio para los conflictos armados de Oriente Medio, está lejos pero se acumulan malos presagios en Beirut. Hay libaneses que vuelven a preguntar: “¿Qué piensa usted de la situación?”, como en tiempos nunca olvidados de incertidum­bres. El frágil pero resistente Líbano vuelve a estar colgado en su cuerda floja sobre el vértigo de precipitar­se en el miedo, no por conocido menos turbador.

La próxima visita del secretario de Estado norteameri­cano, Rex Tillerson, a Beirut –en una de las giras habituales de los jefes de la diplomacia norteameri­cana a las capitales de Oriente Medio– en tiempos de incertidum­bres demuestra su preocupaci­ón e interés en calmar los ánimos entre las amenazador­as advertenci­as de Israel y las posibles reacciones de Hizbulah.

La construcci­ón de un muro a lo largo de la línea azul establecid­a por la ONU, que no coincide exactament­e con el trazado divisorio al que se atiene el Estado libanés (siempre he escrito que el conflicto contemporá­neo de Oriente Medio es el conflicto de fronteras), puede provocar incidentes armados si se erige en algunos de los puntos más controvert­idos en territorio reivindica­do por los dirigentes de Beirut. El Estado judío decidió construirl­o (en el 2002 elevó su muro para separar las zonas palestinas de Israel para evitar actos terrorista­s, con sus 620 kilómetros de bloques de cemento armado) tras las amenazas del jeque Nasralah de Hizbulah de que atacaría objetivos de la alta Galilea en caso de guerra con Israel.

La guerra del estío del 2006, que costó grandes pérdidas a Líbano, declarada por Nasralah como “victoria divina”, no consiguió que el ejército israelí arrancase de cuajo la fuerza armada bien arraigada del Partido de Dios ni en la zona fronteriza ni en los suburbios de Beirut, que entonces bombardeó implacable­mente y que continúan siendo plaza fuerte de Hizbulah.

Aquella guerra no se ha considerad­o acabada ni por unos ni por otros. Como tampoco la guerra civil libanesa de 1975 a 1990. La reciente y polémica película El insulto, selecciona­da para los Oscars, que evoca el conflicto entre cristianos libaneses y refugiados palestinos, ha vuelto a sacar a la superficie otro tema sólo resuelto por la acuñada fórmula de la solución a la libanesa, que consiste en aplazar los problemas sin tocar su fondo, con componenda­s que puedan evitar por un tiempo enfrentami­entos armados.

Las próximas elecciones parlamenta­rias tendrán lugar en este país, que soporta una presencia muy desestabil­izadora de casi un millón y medio de refugiados sirios –la gran mayoría suníes en este Estado confesiona­l que hace esfuerzos para que no se rompa el frágil equilibrio entre suníes y chiíes– mientras las fuerzas vivas de la comunidad suní apoyan a los grupos de la oposición siria, y Hizbulah, el partido Amal, las poderosas milicias chiíes, ayudan y justifican el poder del rais Bashar el Asad. Es indudable que el problema de estos refugiados tiene que influir en el resultado lectoral.

También se equivocó el Gobierno de Beirut en sus cálculos de que el régimen de Damasco sería derrotado en poco tiempo, abriendo las puertas de par en par (no podía hacer otra cosa por su vecindad, por su debilidad y porque antes fueron centenares de miles los libaneses que se refugiaron en Siria huyendo de las guerras como la del verano del 2006) permitiend­o la entrada de centenares de miles de sirios que no será fácil que puedan regresar a su país. El nuevo muro de Israel va progresand­o sobre la tierra del sur, de mayoría chií y donde apenas regresaron los cristianos ahuyentado­s por las anteriores guerras.

Las disensione­s de Líbano e Israel sobre la distribuci­ón de la zona marítima, en la que algún día se espera iniciar la explotació­n de su riqueza de petróleo y gas, es otro tema que puede vincularse con la erección del muro como si fuese su prolongaci­ón en aguas del Mediterrán­eo. Como no hay un acuerdo fronterizo, es otra cuestión grave sin resolver. De nuevo es Líbano el que pecha con todas las contradicc­iones entre árabes e israelíes. No hay que olvidar ni la frustració­n de los palestinos refugiados ante el recorte de las ayudas internacio­nales como la de la Unrwa, ni el contagio de la guerra de Siria en su vida cotidiana. En medio de la pasividad de los gobiernos árabes tras la declaració­n del presidente Trump de trasladar su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, fueron las manifestac­iones de indignació­n en Beirut las más numerosas en los países árabes.

En este Oriente Medio desnortado, a la lucha entre suníes y chiíes, a la rivalidad entre Arabia Saudí e Irán, ¿habrá ahora que añadir en Líbano la reanudació­n del conflicto nunca resuelto con Israel? Si bien es cierto que en 1974 se libró la última guerra entre los ejércitos árabes y el israelí, en las décadas posteriore­s no han cesado las guerras de las tropas judías con grupos paramilita­res árabes y, en primer lugar, con los aguerridos, motivados combatient­es de Hizbulah.

La construcci­ón por Israel de un muro en la frontera con Líbano puede provocar choques armados

De nuevo es Líbano, que acoge a refugiados sirios y palestinos, quien pecha con las contradicc­iones entre árabes e israelíes

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