Bilbao exhibe los trabajos cortesanos de Goya
El Museo de Bellas Artes de Bilbao confronta la obra más cortesana del maestro aragonés con la de sus coetáneos
Goya llega siempre hasta el fondo mismo de sus personajes, sin juzgarlos, sólo los define y muestra lo que ve con absoluta claridad”, dice Manuela Mena, jefa de conservación de pintura del siglo XVIII y Goya en el Museo del Prado. Mena es una de las máximas especialistas en la obra del pintor aragonés y reta al público que a partir de mañana visite la exposición Goya y la corte ilustrada en el Museo de Bellas Artes de Bilbao a que se detenga frente a los retratos del general de Urrutia y el de Pantaleón Pérez de Nerín, los dos oficiales del ejército español, y trate de leer en sus rostros: la humanidad y nobleza de carácter del primero, frente a la mirada perdida y lejana del segundo, las comisuras de la boca caídas en un gesto congelado de frustración que Goya captura de forma conmovedora el mismo mes en que solicitó su baja en el servicio a causa de una depresión nerviosa.
Los retratos se encuentran al final del recorrido de Goya y la corte ilustrada, una muestra coorganizada con el Museo del Prado y la Fundació Bancaria La Caixa que, tras su paso por Zaragoza, incorpora en Bilbao (hasta el 28 de mayo) una sección propia dedicada a la extensión de la Corte al País Vasco y Navarra, con un conjunto de retratos extraordinarios entre los que sobresalen los realizados al comerciante y banquero reconvertido en editor Joaquín María Ferrer y su esposa Manuela Álvarez. Goya los pinta en 1824 durante su único viaje a París cuando, ya casi octogenario, entra en contacto con esa nueva cuna de la modernidad y se avanza a su tiempo con unos retratos –especialmente el de él– que “están en la misma frontera de Manet”, señala Mena, comisaria de la exposición junto a Gudrun Mauer.
Pero el Goya retratista es sólo una de las muchas lecturas –y placeres– que se derivan de una exposición que ayer volvía a reunir a Miguel Zugaza, actual director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, con su sucesor en el Prado, Miguel Falomir, y en la que confluyen obras maestras de Francisco de Goya (La gallina ciega, La vendimia, El otoño, El pelele ,o Carlos III, cazador) junto a las de algunosdesus coetáneos:Mariano Maella, José del Castillo, Luis Paret, Luis Meléndez o Lorenzo Tiepolo... “Estar a su lado es muy difícil, incomoda, es uno de los grandes de la historia del arte, sólo equiparable a Rafael, Miguel Ángel, Tiziano, Velázquez, Rembrandt o Vermeer”, y su éxito no fue ni fácil ni precoz, sufrió humillaciones y fue blanco de envidias, pero “era imposible que al final su talento no acabara imponiéndose”, reflexiona Mena, para quien su importancia no deja de acrecentarse y de ganar actualidad.
Goya llegó a Madrid en 1775, con veintiocho años, su mujer,su primer hijo, y un encargo que le cambiaría radicalmente la vida: formar parte del círculo de escogidos que trabajaban en los cartones para los tapices que iban a decorar en los palacios de El Escorial y el Pardo las habitaciones del rey Carlos III y de los príncipes de Asturias, el futuro rey Carlos IV y la reina María Luisa. El desembarco lo había propiciado su cuñado y máximo rival, Francisco Bayeu, que necesitaba alguien de confianza que se hiciera cargo de su trabajo mientras él regresaba a Zaragoza para realizar unos frescos que le había arrebatado al propio Goya con malas artes. Su puerta de entrada son los motivos de cacería para disfrute del monarca (que como el propio pintor era un loco de la caza); luego recreará escenas de la vida en Madrid que ilustran “ese gusto por la unión de las clases sociales que quisieron impulsar los Borbones ilustrados en el siglo XVIII”, apunta la comisaria, que pone el ejemplo de La gallina ciega ,enel que los aristócratas aparecen jugando junto a los majos y las majas, aunque el pintor deja entrever la tensión y la incomodidad que provoca este acercamiento en el gesto indisimulado de una de las nobles y en el vacío amenazante que se intuye detrás del corro de jugadores.
Mena asegura que también es el momento donde en la pintura aparece la mujer, “el nuevo papel de la mujer y cómo a través de ella se extiende una de las consignas de ese siglo, como es la sensibilidad”. Y aventura que una obra como El pelele puede considerarse como una de las primeras obras sobre el poder de la mujer: la boda de una joven campesina con un rico, pero feo y viejo cortesano. Cuatro majas lanzan al aire a su víctima, un muñeco que representa a un joven vestido a la francesa, que provoca la risa de dos de las jóvenes, mientras que las otras dos parecen envidiar a la afortunada novia.
Después de sortear no pocas rivalidades e intrigas palaciegas, consiguió ascender a pintor del cámara en 1789. “Del rey abajo todo el mundo me conoce”, le confiesa a su amigo Zapater en una de las cartas que se muestran en Bilbao por primera vez fuera del Prado. “En esa correspondencia se revela su humanidad más profunda, su firmeza y serenidad, y su sentido del humor”.
Sufrió humillaciones y fue blanco de envidias, pero “era imposible que al final su talento no acabara imponiéndose”