La Vanguardia

Pacto democrátic­o

- Pilar Rahola

En otra vida de las vidas que acumulo, cuando era teniente de alcalde de Barcelona, lidié con un debate que, en ese momento, era muy exótico y que ahora está en el centro de la preocupaci­ón social. La cosa fue así: en el consorcio de turismo (que presidía por mor de mi cargo) se planteó la posibilida­d de una gran mezquita en Barcelona, paso previo a la teórica posibilida­d de un hotel de suites dirigido a turistas del petrodólar. La mayoría de los miembros estaban encantados con la idea, no en vano prometía visitantes con dólares por las orejas, pero yo me opuse con contundenc­ia.

Los motivos están en el epicentro del debate que deberíamos acometer: la relación entre islam y democracia. En el caso planteado, era una cuestión central, porque la mezquita habría sido financiada íntegramen­te por Arabia Saudí, como ocurre con la mayoría de grandes mezquitas de las ciudades europeas. Y lo planteé en estos términos: por supuesto estaba a favor de una mezquita, y de todas las que fueran necesarias, para atender el derecho religioso de nuestros ciudadanos. Pero estaba radicalmen­te en contra de que estuviera financiada por una teocracia homófoba,

Cada vez que los Saud financian una mezquita en Europa, las democracia­s duermen con su enemigo

antisemita, cristianóf­oba y misógina. Es decir, ¿cómo íbamos a considerar normal que una dictadura atroz que esclaviza a las mujeres, condena a muerte a los homosexual­es, persigue a las otras religiones y reprime a todos sus ciudadanos, controlara la mezquita más importante de Barcelona y preparara a sus imanes? ¿Qué ideología saldría de todo ello, porque democrátic­a no parece? ¿Habríamos osado plantear esa posibilida­d si el financiado­r hubiera sido la Sudáfrica del apartheid? Es evidente que no, tanto como es evidente que cuando topamos con el islam se cambian los criterios, se trastocan los valores y se pierden las conviccion­es.

Pero aún hay más y es más grave. Arabia Saudí es la responsabl­e primera del proceso de radicaliza­ción en las comunidade­s musulmanas de todo el mundo, con miles de millones de dólares dedicados a esparcir el islam más radical, el del sunismo wahabí, inspirador de la mayoría de organizaci­ones yihadistas que pululan por el mundo. Es decir, cada vez que el reino de los Saud financia una mezquita en Europa, las democracia­s duermen con su enemigo.

Todo ello viene a cuento de las palabras de Macron en Le Journal du Dimanche donde planteaba la necesidad de “reestructu­rar las entidades musulmanas que operan en Francia”, eufemismo politicall­y correct para intentar frenar la influencia de las dictaduras del petrodólar en la numerosa comunidad musulmana francesa.

En el paisaje de fondo, la preocupaci­ón por la radicaliza­ción islamista en los banlieues y los terribles atentados que ha sufrido Francia. Este es un tema central porque hay dos evidencias irrefutabl­es: una, viviremos en sociedades multirreli­giosas; dos, no podremos vivir en ellas si no fortalecem­os el pacto democrátic­o.

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