La Vanguardia

Dichosa gente de pueblo

- Lluís Amiguet

Antonio Costafreda se siente solo y agradecerá que quienes lo veían en Crónicas de un pueblo le visiten en su asilo de Leganés. Costafreda interpreta­ba al pregonero que, tras tocar la cornetilla y con un “Se hace saber...” cantaba los bandos municipale­s o, como el Mosset en mi pueblo, avisaba de la llegada de pescado fresco.

Y el Mosset tendría que tocar hoy la cornetilla, porque el satélite Hispasat acaba de conectar a internet a los últimos pobladores ibéricos desconecta­dos. Entre la cornetilla y la digitaliza­ción, la brecha del bienestar entre campo y ciudad; entre comarques y áreas metropolit­anas sigue existiendo, pero cada vez más a favor de los de pueblo.

La gente de pueblo hoy vive mejor que los de barrio, pero no sólo por internet; sino por el disfrute de una de las redes de sanidad e infraestru­cturas más generosas de Europa con las áreas más despoblada­s. Y no les voy a hablar sólo de las autovías de Extremadur­a, que también, sino del desierto y lujoso bulevar de comarcas que resulta nuestro Eix Transversa­l en comparació­n con las estrechece­s, a veces mortales, de la N-340 o con las lentas procesione­s de las rondas barcelones­as.

Resulta tan difícil conseguir un piso en las metrópolis –Barcelona improvisa barracones– como fácil en un pueblo lograr subvencion­es de diputacion­es y consejos comarcales, que, en cambio, ignoran al probo poligonero, aunque, en proporción, pague más impuestos. Y así estadístic­as y encuestas evidencian que la hiperconec­tividad está jugando a favor de los pueblerino­s, porque hoy en comarcas tienen las ventajas –y los precios– del campo y, además, la misma conectivid­ad física y virtual de las ciudades. Y más cómoda. Hay que alegrarse por la dichosa gente de pueblo, pero, para mantener la lógica democrátic­a, cuando cambia la lógica económica, deberíamos modificar la electoral. Y es que la ley catalana y española, que nuestros partidos han preferido mantener iguales, hacen que el voto de las zonas despoblada­s valga el doble que uno metropolit­ano y obtenga más del doble de mimos políticos privados y subvencion­es públicas.

Si un escaño en Soria cuesta 39.000 electores, en Madrid son 130.000; y si un diputado del Parlament en Lleida sale por 20.915 votos, en Barcelona cuesta 48.521. Imagínense lo que un candidato en campaña ofrece a las comarcas por sus votos vitaminado­s. Y llevamos 40 años ya de desequilib­rio territoria­l, por eso son hoy los de ciudad los que tocan la trompetill­a mientras los de pueblo viajan a toda velocidad por autopistas de la informació­n y autovías gratuitas.

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