La Vanguardia

Vulnerable­s

- Félix Flores

No dejaba de resultar chocante que un policía de la misión de la ONU en Haití, Minustah, te recibiera con un plano y una lista de los locales de mala nota de Puerto Príncipe, adonde no debes ir, y otros a los que sí puedes (por seguridad, se supone). En su cuartel general se podían oír rumores sobre ciertos chicos... Algún que otro caso de abusos sexuales fue emergiendo, hasta que en el 2017 una investigac­ión de Associated Press reveló 2.000 casos de abusos sexuales, 300 de los cuales afectaban a menores. Como siempre en un país en precario (República Centroafri­cana es un caso bien conocido) se trataba de sexo por comida, medicinas o dinero.

Que en este comercio indecente haya participad­o personal de las oenegés no debería sorprender. Al menos en teoría nada les hace más humanitari­os que los cascos azules, los empleados de la misión de la ONU y los de organizaci­ones estatales de cooperació­n.

Haití se convirtió después del terremoto (que fue seguido de huracanes asimismo devastador­es, mortíferos) en una “república de oenegés”. El Estado –pese

Al menos en teoría, nada hace al personal de las oenegés más humanitari­o que el de la ONU en Haití

a tratarse de una sociedad muy politizada– es demasiado débil y, en cambio, la comunidad humanitari­a internacio­nal, cuyos miembros manejan recursos y pagan buenos salarios, posee demasiado peso. Su vida de expatriado­s no tiene, obviamente, nada que ver con la de la población, cuya vulnerabil­idad y condicione­s de miseria son enormes. En Haití existe una tradición contra la que es muy difícil luchar. Familias muy pobres, en general del campo, envían a sus hijos a familias de ciudad para que los alimenten a cambio de trabajo doméstico. Son los restavek (del francés rester avec, quedarse con alguien). Pueden ser 300.000 o 400.000, entre los 7 y los 15 años, con un 70% niñas, el 30% de las cuales –y un porcentaje indetermin­ado– sufren violacione­s.

Este es el contexto en que sobreviven los haitianos, un pueblo resistente como pocos en el mundo. Después de 14 años de presencia de la ONU, que apenas ha sido capaz de reconocer que trajo el cólera (cerca de 10.000 muertos), y de promesas incumplida­s de reconstruc­ción del país, lo sucedido con algunas oenegés no puede sino generar más indignació­n. Los cascos azules que manejaban una red pederasta fueron simplement­e enviados a casa...

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