Libros usados, huchas y conciertos
Dar dinero a caridad forma parte de un carácter británico a mitad de camino entre el capitalismo y el Estado social
Dar dinero a causas caritativas forma parte del talante británico, reflejo de una sociedad a mitad de camino entre el liberalismo económico puro de los Estados Unidos y una tradición de Estado social que ayuda (o ayudaba, porque los sucesivos gobiernos conservadores de Cameron y May lo han dejado en los huesos) a los menos favorecidos. En todos los barrios hay tiendas de Oxfam. Y a la entrada de todos los partidos de fútbol y rugby hay siempre varias personas con huchas, pidiendo para combatir el cáncer de próstata, las enfermedades infantiles o el shock post traumático de los veteranos de guerra. Parte del paisaje navideño son los voluntarios del Ejército de Salvación cantando villancicos y solicitando donaciones.
Oxfam (Comité de Oxford para combatir el hambre) nació hace 76 años en la ciudad universitaria, cuando un grupo de ciudadanos concienciados –en su mayoría cuáqueros e intelectuales– se reunieron en la iglesia de la Virgen María para persuadir al gobierno británico de que hiciera llegar alimentos a la Grecia ocupada rompiendo el bloqueo de los aliados. Hoy es una de las principales organizaciones benéficas entre las 160.000 que hay en el país, y ha ampliado su territorio prácticamente a la totalidad del planeta. Tiene un total de 630 tiendas, que generan 22 millones de euros al año, y constituye el segundo mayor comercio europeo de libros de segunda mano.
Empresarios británicos e irlandeses han liderado la organización de grandes conciertos musicales benéficos como Live Aid, y el gobierno del Reino Unido es uno de los pocos en el mundo que dedica –como recomienda las Naciones Unidas– un 0,7% de su PIB a ayuda internacional (el año pasado, 16.000 millones de euros, una décima parte canalizada a través de oenegés). La primera ministra Theresa May ha reiterado que seguirá siendo así a pesar del impacto del escándalo en el que ahora se ve implicado Oxfam, y que ha hecho saltar a primer plano todo un alegato de acusaciones sobre el funcionamiento del sector: abuso de poder en situaciones de miseria, ostentación, prostitución, acosos sexuales a nativos y a voluntarias, ineficiencia, despilfarro, perpetuación de la miseria, connivencia con gobiernos y líderes guerrilleros corruptos, pago de sobornos, destinación de dinero a terroristas o genocidas, salarios descomunales de sus ejecutivos, explotación, falta de independencia y transparencia, alquiler de suntuosas mansiones, viajes en primera…
El desencanto con el funcionamiento de las organizaciones benéficas llevaba tiempo fraguándose en el Reino Unido, pero ha estallado con la actual crisis, hasta el punto de que cien mil lectores del diario ultraconservador Daily Express han firmado una carta a Downing Street pidiendo que el gobierno reconsidere los fondos de ayuda exterior y los casi 40 millones de euros anuales que entrega a
Incentivos fiscales estimulan a los millonarios a contribuir a causas benéficas diversas
Oxfam. A pesar de la tradición británica de dar dinero a las oenegés, cada vez más gente piensa que se han convertido en un gigante descontrolado. Si el sector fuera un país, se trataría de la quinta mayor economía del mundo. Desde la izquierda se le ataca por sus vínculos con el establishment, el Fondo Monetario y el Banco Mundial. Desde la derecha, como un enemigo del capitalismo global, por sus críticas a la austeridad, los subsidios sociales y los contratos basura, y por un altruismo que es anatema para los defensores del darwinismo económico. Oxfam y organizaciones hermanas están ahora en la picota por la tolerancia cero con los abusos sexuales. Pero también por la descarnada guerra cultural que progresistas y ultraconservadores libran en Occidente.