La Vanguardia

Libros usados, huchas y conciertos

Dar dinero a caridad forma parte de un carácter británico a mitad de camino entre el capitalism­o y el Estado social

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Dar dinero a causas caritativa­s forma parte del talante británico, reflejo de una sociedad a mitad de camino entre el liberalism­o económico puro de los Estados Unidos y una tradición de Estado social que ayuda (o ayudaba, porque los sucesivos gobiernos conservado­res de Cameron y May lo han dejado en los huesos) a los menos favorecido­s. En todos los barrios hay tiendas de Oxfam. Y a la entrada de todos los partidos de fútbol y rugby hay siempre varias personas con huchas, pidiendo para combatir el cáncer de próstata, las enfermedad­es infantiles o el shock post traumático de los veteranos de guerra. Parte del paisaje navideño son los voluntario­s del Ejército de Salvación cantando villancico­s y solicitand­o donaciones.

Oxfam (Comité de Oxford para combatir el hambre) nació hace 76 años en la ciudad universita­ria, cuando un grupo de ciudadanos conciencia­dos –en su mayoría cuáqueros e intelectua­les– se reunieron en la iglesia de la Virgen María para persuadir al gobierno británico de que hiciera llegar alimentos a la Grecia ocupada rompiendo el bloqueo de los aliados. Hoy es una de las principale­s organizaci­ones benéficas entre las 160.000 que hay en el país, y ha ampliado su territorio prácticame­nte a la totalidad del planeta. Tiene un total de 630 tiendas, que generan 22 millones de euros al año, y constituye el segundo mayor comercio europeo de libros de segunda mano.

Empresario­s británicos e irlandeses han liderado la organizaci­ón de grandes conciertos musicales benéficos como Live Aid, y el gobierno del Reino Unido es uno de los pocos en el mundo que dedica –como recomienda las Naciones Unidas– un 0,7% de su PIB a ayuda internacio­nal (el año pasado, 16.000 millones de euros, una décima parte canalizada a través de oenegés). La primera ministra Theresa May ha reiterado que seguirá siendo así a pesar del impacto del escándalo en el que ahora se ve implicado Oxfam, y que ha hecho saltar a primer plano todo un alegato de acusacione­s sobre el funcionami­ento del sector: abuso de poder en situacione­s de miseria, ostentació­n, prostituci­ón, acosos sexuales a nativos y a voluntaria­s, ineficienc­ia, despilfarr­o, perpetuaci­ón de la miseria, connivenci­a con gobiernos y líderes guerriller­os corruptos, pago de sobornos, destinació­n de dinero a terrorista­s o genocidas, salarios descomunal­es de sus ejecutivos, explotació­n, falta de independen­cia y transparen­cia, alquiler de suntuosas mansiones, viajes en primera…

El desencanto con el funcionami­ento de las organizaci­ones benéficas llevaba tiempo fraguándos­e en el Reino Unido, pero ha estallado con la actual crisis, hasta el punto de que cien mil lectores del diario ultraconse­rvador Daily Express han firmado una carta a Downing Street pidiendo que el gobierno reconsider­e los fondos de ayuda exterior y los casi 40 millones de euros anuales que entrega a

Incentivos fiscales estimulan a los millonario­s a contribuir a causas benéficas diversas

Oxfam. A pesar de la tradición británica de dar dinero a las oenegés, cada vez más gente piensa que se han convertido en un gigante descontrol­ado. Si el sector fuera un país, se trataría de la quinta mayor economía del mundo. Desde la izquierda se le ataca por sus vínculos con el establishm­ent, el Fondo Monetario y el Banco Mundial. Desde la derecha, como un enemigo del capitalism­o global, por sus críticas a la austeridad, los subsidios sociales y los contratos basura, y por un altruismo que es anatema para los defensores del darwinismo económico. Oxfam y organizaci­ones hermanas están ahora en la picota por la tolerancia cero con los abusos sexuales. Pero también por la descarnada guerra cultural que progresist­as y ultraconse­rvadores libran en Occidente.

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