La Vanguardia

La biblioteca del parque

- Toni Coromina

En 1948, coincidien­do con el centenario de la muerte del filósofo Jaume Balmes, en Vic se celebró un Congreso Internacio­nal de Apologétic­a que culminó con la visita de Franco. En aquella ocasión, el dictador estuvo acompañado por los principale­s gerifaltes del régimen y personalid­ades afines: ministros, militares, subdelegad­os, embajadore­s y cónsules, gobernador­es civiles, diputados provincial­es, alcaldes de toda España, el nuncio papal, cardenales, arzobispos y obispos.

Aquel año se inauguró el parque Balmes, un espacio ciudadano amable y espacioso, lleno de árboles, con una fuente, columpios, arenales para los chiquillos y un tiovivo permanente. Poco después se construyer­on unos urinarios públicos y –¡oh maravilla!– una pequeña biblioteca pública, una barraca de madera y piedra, sufragada con aportacion­es populares. Entre los años cincuenta y finales de los setenta, muchos ciudadanos (sobre todo jubilados) acudían a la biblioteca a buscar un libro o un diario que devoraban plácidamen­te sentados en un banco, bajo la sombra de un árbol en verano –con el canto de los pájaros de música de fondo–, o protegidos para el calor del sol en invierno.

El poeta Lluís Solà explica que la genial propuesta de colocar aquella biblioteca en el parque no la hizo ningún factótum local franquista, sino que fue un milagro obrado por la señora Ignàsia, la mítica biblioteca­ria del archivo episcopal, una mujer sensible y generosa que se cuidaba de renovar regularmen­te los libros. En aquella barraca cultural, junto a los diarios y revistas de la época, había libros de todo tipo, desde las obras más destacadas de la literatura universal, hasta tratados de filosofía o libros de aventuras para los niños.

En una época en la que en Vic era costumbre dejar las puertas de las casas abiertas, todo el mundo devolvía los libros que había tomado prestados de la biblioteca. Aunque también es probable que aquel civismo estuviera condiciona­do por la presencia disuasiva de Paquei, un mítico guardia municipal que según el actor teatral Ramon Vila era “un hombre bondadoso, una de las pocas personas con uniforme que nunca me dieron miedo”.

Coincidien­do con el fin del franquismo, el Ayuntamien­to clausuró la biblioteca y el milagro se desvaneció. Dicen que la lamentable medida se tomó porque algunos usuarios se quedaban los libros y no los devolvían. Sin embargo, para Lluís Solà, “si los libros desaparecí­an, la administra­ción debería haber encontrado un sistema para conservar la biblioteca”.

En un tiempo marcado por el auge de las nuevas tecnología­s que están desplazand­o los libros y los diarios de nuestras vidas, quizás sería convenient­e que el Ayuntamien­to de Vic –y de cualquier otro municipio– reeditara el milagro y volviera a levantar una biblioteca en el parque. Con un bondadoso guardia incorporad­o.

Fue una propuesta genial de la señora Ignàsia, biblioteca­ria del archivo episcopal

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