La superioridad moral como riesgo

LA mayoría de la gente cree que es justa, virtuosa y buena moralmente. Es lo que la psicología social califica de ilusiones positivas. Esa coraza ilusoria nos facilita la convivencia con los demás, pero también permite que nos sintamos bien con nosotros mismos. Sin embargo, un porcentaje de la sociedad piensa que son moralmente superiores al resto de los humanos, como si hubieran sido ungidos para dar lecciones al resto. Sentirse así siempre resulta un peligro, porque, a menudo, nos conduce a ser desconsiderados o sectarios. No es una cuestión ligada a una ideología de izquierdas o de derechas, pero siempre son personas que se sienten depositarias de la verdad revelada, lo que les permite ser muy indulgentes consigo mismos y extremadamente estrictos con los otros.

La declaración de Mireia Boya –que fue diputada de la CUP en la anterior legislatura– ante el juez Pablo Llarena no fue guiada ni por la prudencia, ni por la mesura. En el Tribunal Supremo estuvo más cerca del mitin activista que del testimonio en legítima defensa, así que no tuvo ningún inconveniente en afirmar con rotundidad que la declaración unilateral de independencia no fue simbólica, sino un verdadero intento de romper el Estado. Sin duda, su acto fue un ejercicio de superioridad moral, que no tuvo en cuenta ni a los dirigentes independentistas en la cárcel, ni a los políticos soberanistas llamados a declarar. Para Boya, el fiscal no había pedido ninguna medida preventiva, ni tampoco la acción popular ejercida por Vox, por lo que sabía que saldría por la puerta. Jugaba a su favor el hecho de que no ha repetido como diputada en el Parlament, motivo por el cual no existía riesgo de repetición de conductas.

Habrá quien dirá que la cupera hizo un ejercicio de coherencia personal, como si la política fuera un acto onanista.

Amos Oz ya advirtió que la superioridad moral es el abono en el que crecen los fanatismos.