La Vanguardia

Turquía y EE.UU. mantienen el pulso en Siria a costa de su alianza

Ankara exige a Washington que desarme de inmediato a los kurdos sirios

- ANKARA Redacción y agencias

Las relaciones entre Turquía y EE.UU. atraviesan un momento crítico. Los dos aliados de la OTAN, amigos inseparabl­es desde la guerra fría, mantienen un pulso en Siria que es muy difícil de resolver.

El Gobierno turco exige a EE.UU. que deje de apoyar a la milicia kurdo siria del YPG, unidad que ha sido fundamenta­l para derrotar al Estado Islámico en el norte de Siria. Ankara, sin embargo, considera que el YPG es lo mismo que el PKK, el grupo rebelde kurdo turco que lleva décadas desafiando la estructura territoria­l de Turquía.

EE.UU., sin embargo, no quiere perder al YPG. Lo ha armado, entrenado y financiado, y le ha ayudado a combatir a los yihadistas con apoyo desde el aire y también con unidades de élite.

Tan mal están las cosas que los contactos entre Ankara y Washington se han multiplica­do esta semana. El miércoles, en Bruselas, se vieron los ministros de Defensa, Canikli y Mattis, y ayer tarde llegó a la capital turca el secretario de Estado, Rex Tillerson.

Canikli le presentó a Mattis “pruebas orgánicas” de la relación entre el YPG y el PKK, e insistió en que el PKK “crece y se fortalece” con el apoyo que recibe desde Siria. Mattis entiende las “preocupaci­ones legítimas” de su colega y lamenta que “la guerra sólo nos ofrezca malas alternativ­as donde escoger”.

Turquía considera que había pactado con Estados Unidos el desarme del YPG tan pronto como el Estado Islámico fuera derrotado. Estados Unidos, sin embargo, considera que los yihadistas, aunque han sido expulsados de los centros urbanos, siguen siendo una amenaza y, por lo tanto, no piensa renunciar al YPG, su principal aliado sobre el terreno.

El YPG forma parte de las Fuerzas de Defensa Sirias, alianza de varias milicias que luchan bajo la cobertura estadounid­ense. Turquía quiere que EE.UU. expulse al YPG de esta alianza y recupere el armamento pesado que le prestó. Tillerson, sin embargo, opina que “no hay nada que recuperar porque no se entregó armamento pesado al YPG”. Las posiciones están tan separadas y el asunto es tan delicado que el secretario de Estado tendrá hoy una jornada de trabajo muy complicada en Ankara.

Turquía lanzó el mes pasado una ofensiva contra el YPG en la provincia siria de Afrin y amenaza con hacer lo mismo en Manbij, cien kilómetros más al este. Allí, sin embargo, hay soldados estadounid­enses que, hasta ahora, han desoído el consejo turco para que se retiren y abandonen a su suerte a los milicianos del YPG.

La intención de Turquía es apoyarse en aliados turco sirios para crear una zona de seguridad en el norte de Siria que corte la comunicaci­ón entre el YPG y el PKK.

Siria puede, por lo tanto, hacer saltar la chispa que incendie las relaciones entre Turquía y Estados Unidos. El deterioro, sin embargo, viene de lejos. El presidente Erdogan sospecha que Washington estuvo detrás del golpe de Estado del 2016 que casi le cuesta la vida. Al frente de la conspiraci­ón coloca al clérigo Fethulah Gülen, refugiado en Pennsylvan­ia. La retórica antieurope­a y antiestado­unidense va en aumento. EE.UU. dejó de emitir visados a los ciudadanos turcos tras la detención de personal de su embajada, acusado de participar en el golpe. El mes pasado un banquero turco fue condenado en EE.UU. por violar las sanciones a Irán, un caso que destapó una trama corrupta en la cúpula del poder turco.

El Pentágono ha armado y entrenado a la milicia kurda del YPG, clave en la lucha contra el Estado Islámico

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SUSANNAH GEORGE / AP El general estadounid­ense Jarrard (izquierda) saluda al lider kurdosirio de Manbij, Abu Adil

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