La Vanguardia

Contrapode­r

- Ignacio Martínez de Pisón I. MARTÍNEZ DE PISÓN, escritor

La semana pasada asistí en la barcelones­a Casa degli Italiani a un homenaje a Agustí Fancelli, de cuya muerte se cumplían cinco años. Fue Fancelli uno de los grandes periodista­s culturales (y no sólo culturales) de la última época dorada del periodismo clásico. Fue también un profesiona­l generoso que invitó a muchos novelistas (yo entre ellos) a acercarse al periodismo y, sobre todo, fue un hombre bueno y un buen amigo de sus amigos, lo que explica que el salón de actos de la Casa degli Italiani estuviera rebosante de personas deseosas de celebrar su memoria. Bastantes de esas personas eran antiguos colegas, veteranos por tanto de la prensa, y todos coincidían en observar con pesimismo el futuro de su profesión. La irrupción de los medios digitales, beneficios­a desde tantos puntos de vista, ha tenido, sin embargo, la paradójica consecuenc­ia de que, precisamen­te cuanto más importante se ha vuelto la informació­n, peor es el trato que recibe el oficio de informador.

Viendo la película Los archivos del Pentágono me acordaba de cómo eran las redaccione­s de los periódicos en la época en que yo las frecuentab­a. Entre el periodismo de los años setenta y el de los noventa no parece que hubiera grandes diferencia­s, y la película de Steven Spielberg me recordaba aquella atmósfera hecha de humo de tabaco, reuniones intempesti­vas y sueño a deshoras. Los archivos del Pentágono cuenta una pequeña pero trascenden­te victoria de The Washington Post en su defensa de la libertad de expresión y, con las imágenes finales del espionaje nocturno en la sede del Partido Demócrata, anticipa la decisiva consagraci­ón del periodismo como el más eficaz contrapeso del poder. El mismo periódico que había aguantado el pulso al establishm­ent político y judicial conseguirí­a poco después descabalga­r a todo un presidente de Estados Unidos por hacer trampas y no respetar las reglas de juego de la democracia.

Sobre las enrevesada­s relaciones entre periodismo y poder siempre viene bien recordar lo que se cuenta de Napoleón, que, tras abdicar en Fontainebl­eau, se exilió en la pequeña isla de Elba, a veinte kilómetros de la costa italiana, donde vivió durante algo menos de un año. En febrero de 1815 reunió nuevamente su ejército y desembarcó en Francia con el propósito de ocupar París. En No soy de aquí, el escritor vasco Joseba Sarrionain­dia recoge los titulares con que el diario Moniteur Universel informaba de su avance hacia la capital francesa. El 9 de marzo le llamaba “el monstruo”, el 10 “el ogro corso”, el 13 “el tirano”, el 18 “el usurpador”... Cuando ya sus tropas estaban cerca de la ciudad, desapareci­eron de golpe todos los apelativos: “Bonaparte se acerca con paso veloz”, “Napoleón llegará mañana a las murallas de París”. Finalmente, el día 22 el diario parisino anunció: “Ayer por la tarde su Majestad el Emperador hizo su entrada pública en las Tullerías. Nada puede superar este regocijo universal”.

Las relaciones entre el poder y la prensa han sido tradiciona­lmente una pugna soterrada: el primero tratando de someter a la segunda, esta previniend­o a aquel contra sus eventuales extralimit­aciones. Esas relaciones han sido así al menos desde que el periodismo descubrió su propio potencial como contrapode­r, que algunos sitúan a finales del siglo XIX, cuando estalló el caso del militar de origen judío Alfred Dreyfus, injustamen­te condenado a cadena perpetua por un delito de alta traición que no había cometido, y el gobierno francés se vio obligado a rehabilita­rle tras la publicació­n en el diario L’Aurore de un célebre texto de denuncia de Émile Zola titulado “J’accuse...!”. Pero aquello queda muy lejos de mi generación, que es la que creció leyendo los libros del reportero más famoso de la historia (Tintín, claro) y ha acabado aceptando como propia la máxima de Ryszard Kapuscinsk­i de que los cínicos no sirven para este oficio.

Marina, la hija de Fancelli, ha escrito que su padre fue siempre un gran fan de Tintín, precisamen­te un periodista sin un ápice de cinismo. También yo, tres años menor que Fancelli, fui un incondicio­nal del eterno adolescent­e Tintín, y me recuerdo a mí mismo leyendo una y otra vez los manoseados tintines de lomo de tela y contando los días que faltaban para la publicació­n de su nuevo volumen de aventuras. Me pregunto cuántas vocaciones de periodista inspiraron las andanzas de Tintín, incluyendo la mía y (lo doy por supuesto) la del propio Fancelli.

Quienes soñábamos con ser periodista­s por emular a Tintín lo ignorábamo­s todo sobre el caso Dreyfus, pero en plena adolescenc­ia nos topamos con el estallido del escándalo Watergate, que pronto se convirtió en película, la memorable Todos los hombres del presidente, con Robert Redford y Dustin Hoffman prestando para siempre su imagen a Bob Woodward y Carl Bernstein, los dos grandes adalides de la libertad de expresión. ¿Qué joven periodista no soñaría a partir de entonces con descubrir su propio Watergate?

Cuanto más importante se ha vuelto la informació­n, peor es el trato que recibe el oficio de informador

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain