Una madrastra en el punto de mira
Laeticia, la viuda de Hallyday, calla mientras los hijos pleitean
Un culebrón tiene atrapados a los franceses. El de Johnny Hallyday, rebelde rockero, icono de todo un país, que falleció de cáncer el pasado 6 de diciembre a los 74 años. Si la vida personal de Hallyday tuvo casi más rock and roll que su música, su muerte no iba a ser menos. El cantante ha excluido a sus hijos mayores de su testamento. Ni una púa de guitarra recibirán David Hallyday (51 años) y Laura Smet (34). Toda la fortuna será para su viuda, Laeticia Hallyday, de soltera Boudou (42 años), y si ella muere, pasará a sus dos hijas adoptivas, Joy y Jade.
La noticia cayó como un misil sobre Laura Smet, que en una carta post mortem aseguraba a su padre que “luchará” por recuperar lo que considera suyo. Se le ha sumado su hermano, David, y acusan a la viuda de maniobrar para quedarse con toda la herencia, calculada en unos 100 millones de euros por el diario económico Les Échos.
El matrimonio Hallyday tenía su residencia fiscal en Los Ángeles, pero los hijos argumentan que el rockero era francés, grababa para un sello francés, sus giras tenían lugar en Francia, murió y está enterrado en Francia y a sus funerales acudió hasta el presidente de la República, Emmanuel Macron. Así que les corresponde parte de la fortuna...
Laeticia de momento calla, consciente de que tiene todos los ases. Vestida con un cursi traje azul celeste y con tirabuzones en el pelo, contrajo matrimonio el 25 de marzo de 1996 con el icono francés, del que le separaban 32 años (sólo tiene 8 más que la hija mayor del rockero).
Ya entonces fue calificada por unos como el “el diablo con bucles”, y por otros como un “mirlo blanco”. Se conocieron en Miami, donde el padre de Laeticia, André Boudou, dirigía la discoteca Amnesia. La joven había dejado Francia con 16 años tras el divorcio de sus progenitores para acompañar al padre, en plena depresión.
Al parecer Hallyday se sintió seducido por el empresario, que vivía a todo tren, y que no resultó ser un buen contable –fue condenado a seis meses de prisión en 2007 por fraude fiscal y contabilidad falsificada–. Johnny invirtió en la versión parisina de Amnesia en el 2003 con su suegro, al tiempo que este le convencía de que dejara su sello Universal porque no le pagaban suficientes
derechos. Quienes conocen a Laeticia hablan de su gran paciencia para aguantar a un tipo tan problemático, que no dejaba de beber y fumar aunque ya le habían diagnosticado un cáncer de pulmón. En el 2009, Johnny fue hospitalizado de urgencias en Los Ángeles por una infección y le indujeron el coma.
Laeticia le salvó la vida al llevarlo en coche al hospital. Una mujer coraje que dicen que cambió en ese momento. Se vio como una musa de las grandes marcas internacionales de moda y empezó a dirigir la imagen y la carrera de su marido, apartando a sus colaboradores: al productor histórico de los shows del artista, a los
agentes de prensa, al fotógrafo... Acogió en su casa a Elyette, su abuela, Mamie Rock, de la que se sirvió para controlar Pimiento, la sociedad que gestiona los derechos de edición, una mina de oro.
“En términos de imagen, ella aprendió todo de Johnny, y el alumno ha ido más allá del maestro...”,
comentaba L’Express. Algunos describen a una joven inteligente, muy cercana a su familia, pero muy derrochadora, fascinada por su propia imagen y capaz de enfurruñarse espectacularmente. Tanto, que Hallyday tenía que ver a su hija Laura a escondidas... Laeticia, se lo lleva todo y de momento, calla.