La mujer morena
RAFAELA DE LA VEGA BARBUDO (1911-2017) Modelo de Julio Romero de Torres
Julio Romero de Torres la pintó cuando ella contaba con apenas quince años en su cuadro La bonita del barrio, un lienzo que hoy se considera perdido. Un año después volvió a hacerlo en La niña de la tanagra, obra que un particular adquirió en una subasta celebrada en Madrid en el 2014 y por la que desembolsó 200.000 euros. Rafaela de la Vega Barbudo, la última modelo del pintor cordobés que seguía viva, acaba de fallecer en Alcobendas a los 106 años.
Rafaela era la pequeña de las cinco hijas de Ángel de la Vega Diéguez, propietario de dos conocidas pastelerías en el centro de Córdoba. Antes de las niñas que sobrevivieron, el pastelero había tenido otros cinco hijos y una hija que murieron. En esas circunstancias trágicas era lógico que guardara una protección especial sobre las niñas. Ángel de la Vega tuvo una estrecha amistad con Julio Romero de Torres, que se sintió especialmente atraído por Rafaela, a la que enseguida quiso incluir en su catálogo de sus “chiquitas buenas”, como llamaba a las muchachas sacadas del pueblo con rasgos capaces de transmitir emociones.
La idea de que su Rafaela posara para Romero de Torres no le hizo ninguna gracia al padre. Por toda Córdoba era conocida la fama de pintor de desnudos que perseguía a Julio, algo que causaba un verdadero escándalo en la ciudad. Finalmente triunfó la obstinación del artista y con quince años la pintó en La bonita del barrio, sentada y con una manzana en la mano. Un lienzo del que la familia de Rafaela, tres hijos, diez nietos y varios biznietos, no tiene ni idea de dónde se puede encontrar.
En un reportaje publicado en el Diario Córdoba con motivo de su 103.º aniversario, su sobrina y cuidadora Esperanza de la Vega recordaba que “Julio Romero le decía a mi tía: toma, llévate la manzana y te la comes por el camino. Era muy simpático”. Otro motivo para vencer la resistencia paterna a que posara para el artista.
Romero de Torres encontró en Rafaela un rostro inspirador, aunque no tan delicado como el de otras modelos y musas del pintor, pero sí “expresivo, gracioso y muy cordobés”, señalaba su sobrina. En todo caso, cargado de simbolismo y mensaje subliminal como todos los que creó un artista cuyos retratos eran muy apreciados en la España de aquellos tiempos, donde las damas de alta alcurnia alternaban con gitanillas y mujeres de la calle.
Cuando Romero de Torres terminó de pintar los cuadros en los que aparecía Rafaela, y otros donde utilizó como modelo a Rosario, la hermana cinco años mayor, envió un mensaje de agradecimiento al padre de las chicas con la promesa de que iba a pintar “unas cabecitas” de las dos niñas para que las tuvieran de recuerdo. Sin embargo, la muerte se llevó al pintor en plena madurez creativa y sólo pudo terminar la de Rosario, que terminó en su museo.
Tras la Guerra Civil, Rafaela de la Vega se casó con Pedro García González, joyero engastador, con el que tuvo tres hijos. Los rigores de la posguerra les obligaron a abandonar Córdoba y establecerse definitivamente en Madrid. Rafaela de la Vega era una gran amante de la música, pasión que compartía con su marido, que llegó a ser barítono del Centro Filarmónico de Madrid, mientras ella cantaba como solista en iglesias y saetas en Semana Santa.
Pese a doblar la esquina de los cien años, Rafaela mantuvo vivarachos sus grandes ojos negros y una sonrisa que la acompañó durante toda su vida. “Dotada de un genuino sentido del humor, en el año 2000 quiso visitar el museo de Julio Romero de Torres en Córdoba y se paró en la taquilla de entrada para preguntar: ¿El museo es gratis para las modelos?”, comentaba su sobrina Esperanza.