La cultura ayuda a vivir juntos
Se daban en el Saló de Cent los premios Ciutat de Barcelona de Cultura y en los diecinueve discursos de los premiados había una palabra que se repetía más que las de cultura y Barcelona.
Aparecía de forma insistente, constante, dicha como en voz baja, sin levantar la voz ni cambiar la entonación para arrancar aplausos. La palabra que se repetía era
libertad. La dijo Marina Garcés, premio de ensayo por Nova il·lustració radical, hablando de prisiones que no son metáforas, sino prisiones reales que capturan voces y encierran ideas y canciones. La dijo Max Besora, premio de novela en lengua catalana, por un libro en la tradición del caballero Kosmas, cervantino y volteriano,
Aventures i desventures de l’insólit i admirable Joan Orpi, conquistador i fundador de Nova Catalunya,
rechazando la censura y la autocensura y citando a Joao Guimaraes Rosa para reivindicar el papel de la literatura como agitador de convenciones. La insinuó Dolors Udina, premio de traducción por Els dimonis de Loudon, al hablar de la inquisición en tiempo de fanatismo y caza de brujas y concluir, rotunda y seca: “No sería difícil encontrar paralelismos”.
Estaba claro que los premiados no entienden una cultura sin libertad, pero tampoco entienden una cultura que no sirva para “aprender a vivir juntos”. Las otras palabras que más se repitieron, a parte, claro, de las protocolarias, fueron convivencia, conocimiento, educación, comunicación, respeto al otro. Hasta en el premio de ciencias experimentales y tecnología, Hugues de Riedmatten, hablaba de sus investigaciones para mejorar la red de comunicaciones, teniendo en cuenta que “en cuántica las partículas pueden estar en lugares distintos a la vez”. Y otra clase de comunicación, la de los cuerpos por medio de la compañía de danza Mal Pelo. “Cuando a mi hija le preguntaron en el colegio, ‘¿en qué trabajan tus padres?’ La niña respondió: ‘mis padres no trabajan, sólo bailan’”. Reflexiones también sobre los cuerpos fue la referencia de los trabajos de Joan Morey, que le valieron el premio de artes plásticas.
Carla Simón, tan premiada por su Estiu 1993, confesó que lo que más le había sorprendido de su éxito es el poder del cine como herramienta comunicativa, esa capacidad de que su película pudiera verse a voluntad en cualquier pantalla de cualquier rincón del mundo. Los periodistas de 5W, las cinco uve doble del periodismo, recordaron que “ante nuestras costas mueren cada año 3.000 personas” y reivindicaron un periodismo que no habla de víctimas, sino de personas, un periodismo que “nos explique las cosas que no queremos saber”.
Ingrid Guardiola, del comité ejecutivo del Consell de Cultura, ya dijo al empezar el acto que estos premios son otra cosa, no son premios que halagan el star system ni la cultura del espectáculo, pues cree que este tipo de premios “no hacen sino empobrecernos”. Por eso, los Ciutat de Barcelona premian al estudio Harquitectes, que han rehabilitado para el barrio de Sants el edificio de la Lleialtat, requisado a los cooperativistas después de la Guerra Civil. O al colectivo Sindihogar-Sindillar, de mujeres emigrantes del hogar y del cuidado.
“El tiempo mata, la poesía nos salva”, dijo Juan Luis Ramos, premio de poesía por Con pájaros que ignoro, de la exquisita editorial Ultramarinos.
Los premios Ciutat de Barcelona priorizan los trabajos que ayudan a la convivencia y el respeto a los otros