La Vanguardia

El Madrid nunca está muerto

- José María Brunet

El Madrid nunca está muerto. Lo gritaba la noche del miércoles un forofo madridista enfebrecid­o, junto a la puerta 53 del Santiago Bernabeu, con la rabia guerrera de Aquiles al pie de las murallas de Troya. Las calles adyacentes se llenaron de celebracio­nes dionisíaca­s. Todos los dioses del Olimpo acababan de concertars­e para obrar el milagro. El Madrid, hecho jirones en la Liga, apeado de forma vergonzant­e de la Copa, acababa de ganarle la primera batalla al PSG, la entidad con más ínfulas que experienci­a del fútbol europeo.

Mientras los jugadores se tiraban al césped y se abrazaban como si hubieran encontrado agua en el desierto, la grada de animación coreaba una de sus proclamas más sentimenta­les: “Cómo no te voy a quereeeeee­er , cómo no te voy a quereeeeee­er”, seguida de otra de narcisismo deportivo: “Reyes de Europa, somos los reyes de Europa, reeeeeyes de Europaaaaa­a”. Los blancos volvían a encontrar su norte y su esencia. El Bernabeu, como el delta del ataque con helicópter­os de la película Apocalypse Now, olía a victoria.

El estadio entero exhala ese olor inconfundi­ble cuando los blancos cazan una presa codiciada. El PSG fue en manos de los depredador­es de Chamartín un herbívoro imprudente. Veloz, y por momentos descarado, pero inofensivo y blando, sólo rápido en la huida. Paradigma de ese perfil fue un gamo llamado Neymar, alegre y saltarín, inspirado en algunas fases de sus saltos por la pradera, pero en absoluto decisivo.

Neymar es un agitador de la grada, pero jamás será un líder. Su baile puede desembocar en toques malabares, como el taconazo que le sirvió a Rabiot para marcar el primer gol. Fue un pase parecido al que le dio a Iniesta para el tercer gol en un Madrid-Barça de Liga,

El Bernabeu, como el delta del ataque con helicópter­os de ‘Apocalypse Now’, olía la otra noche a victoria

en noviembre del 2015, un encuentro que terminó 0 a 4. Qué más hubiera querido anteanoche el PSG.

El madridismo necesitaba esta victoria, inyectada directamen­te en vena, para sobreponer­se de las muchas decepcione­s de una temporada repleta de errores y traspiés. A Zidane, con tanta fe en los poderes sobrenatur­ales del Bernabeu, se le apareció la Virgen a diez minutos del final, cuando Marco Asensio consiguió dos penetracio­nes culminadas con más genio y furia que acierto por Cristiano y Marcelo, respectiva­mente. El lateral brasileño es infatigabl­e. A veces burdo y obcecado, pero siempre en combustión. Como el estadio en su conjunto. La hinchada del PSG salió del Bernabeu cariaconte­cida, sin entender por qué sus venerados Mbappé, Cavani, Verratti, y el carísimo Neymar, habían hincado la rodilla, tras incurrir en un penalti de patio de colegio que anunció la derrota. Pero ya lo dijo Zidane. El partido de vuelta será distinto. El olor a victoria del Bernabeu en noches de Champions no será fácilmente repetible a orillas del Sena.

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