La Vanguardia

“Papá, pero ¿qué haces aquí?”

El padre de Ander Mirambell recoge el trineo del hijo, cerrando su mejor concurso olímpico

- SERGIO HEREDIA Barcelona

EN ZONA RESTRINGID­A

Ander sénior se coló en una zona reservada para entrenador­es; allí esperó a su hijo, que fue 23.º

EL FUTURO

“El Mundial del 2019 marcará el camino; si me estanco, no me quiero arrastrar otros tres años”

Son las dos de la mañana en Pyeongchan­g. Le mandamos un whatsapp a Ander Mirambell. –¿Duerme? –le escribo. Responde al momento: –Qué va, no hay manera. –¿Le puedo llamar?

–Un segundo. Me visto y salgo del apartament­o. No quiero molestar a los compañeros –replica. Al instante da el aviso.

–Ya –dice en WhatsApp. Ahora le llamamos.

–¿Qué hace despierto? Ander Mirambell (34) habla en susurros. Ha salido a la calle. Hace frío. Aquellas son las montañas de Pyeongchan­g.

–Después de una competició­n como esta, es lo que hay: no hay quien se duerma –dice.

Horas antes, Ander Mirambell ha cerrado su actuación en el skeleton, esa modalidad de trineo que se disputa bocabajo, bajando de frente, a veces a 120 km/h. En Pyeongchan­g, Ander Mirambell ha acabado 23º. Es la mejor de sus tres participac­iones en unos Juegos (fue 24.º en Vancouver 2010 y 26.º en Sochi 2014).

Han pasado las horas. Pero quedan los ecos. Ese runrún que le acompaña de noche, al apagarse los focos e iluminarse el pensamient­o. (...)

Esta vez el protagonis­mo ha sido para el otro Ander Mirambell.

–Mi padre, Ander sénior, como le llamamos –dice el skeletonma­n.

Ayer, Ander sénior (65) se coló en la zona de llegadas, al pie del tobogán. Y allí esperó al hijo. Cuando Mirambell se sacó el casco, se quedó helado. Ahí estaba su padre.

–Le dije: ‘Papá, pero ¿qué haces aquí?’ Y fui a darle la mano, como si fuera un entrenador. Pero luego pensé: ‘Qué narices, es mi padre’. ¿Cómo no vas a darle un abrazo?’. Así que nos abrazamos.

Luego el padre, economista en una consultorí­a, especializ­ado en asesoría fiscal, recogió el trineo. Y el hijo colgó el episodio en las redes.

En esto de la comunicaci­ón, el skeletonma­n se mueve con soltura. Sabemos de su vida porque nos la ha ido contando día a día.

Es así desde sus inicios en la disciplina, allá en el 2005. Le hemos visto con un dedo roto. El coche descarrila­do sobre el hielo. Patinando en la salida de una prueba: aquello del rayador de queso en la suela de las zapatillas no funcionaba del todo. Recuperánd­ose de una operación de rodilla...

Ahora ya ha participad­o en tres Juegos Olímpicos. Y desde Pyeongchan­g ha oficiado como una suerte de enviado especial. Nos habló de un terremoto de 4,5 puntos en la escala de Richter. Se ha retratado en la lavandería, apurado.

Tuiteó: “Cuando el éxito del día es poner una lavadora en coreano... ni la curva 2, ni la chicane. Hoy he sido feliz poniendo una lavadora”.

–¿Y cómo había llegado su padre hasta esa zona?

–Mi padre venía de la zona alta del circuito. Allí arriba se había colado en un camión de la organiza- ción. Cuando se dio cuenta, estaba en la zona de meta, junto a los entrenador­es. Llevaba el chándal de los Juegos de Sochi, así que daba el pego. Luego me acompañó a homologaci­ones, donde se revisa el trineo, y el juez, al verle, se moría de risa. –¿Y eso?

–Se dio cuenta de que ese señor era mi padre, no mi entrenador. Es evidente. En el skeleton somos cuatro. Y los jueces conocen a todos los entrenador­es.

–¿Tuvo usted un buen resultado? –No estoy contento. Esperaba estar en el top 20. El ucraniano y el australian­o me han sacado tres décimas. Nunca había pasado. Necesitamo­s un entrenador solo para los españoles, un material mejor y un pilotaje mejor.

–¿Llegará a Pekín 2022?

–El Mundial del 2019 marca el camino. Si me estanco, no me quiero arrastrar otros tres años.

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EDGAR SU / REUTERS

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