La Vanguardia

El próximo Mobile

- Ramon Aymerich

Falta una semana para que se inicie el Mobile World Congress (MWC). Su celebració­n es una de las mejores muestras de la fórmula barcelones­a de éxito. En este caso concreto, el trabajo de una institució­n como la Fira, que supo poner en valor los activos que tenía a su alrededor para captar el evento (en el 2006) y conectar la ciudad con un sector, la telefonía móvil, en el que su economía apenas tenía presencia real. Fue el toque tecno que le faltaba a Barcelona para acabar de construir la marca.

Sin embargo, la edición que comienza el próximo 26 de febrero tiene un carácter muy especial después de los acontecimi­entos que marcaron el 2017, en especial el tramo final del año. Por eso, hay dos maneras de ver este Mobile desde el punto de vista ciudadano. Están los optimistas, que consideran que el evento marcará el retorno del buen rollo y el regreso de la confianza. Y los pesimistas, que piensan que nos van a observar con lupa y que el error más insignific­ante puede hundirnos en la miseria. Lo más razonable es hacer caso de los primeros. Del MWC, en el exterior sólo interesa la tecnología. Y debería pasar algo terrible para que la organizaci­ón ocupara el primer plano informativ­o.

Dicho esto, tampoco iría mal aprovechar el momento de inflexión por el que atraviesa la ciudad para reinventar su oferta, el relato, la historia que de ella cuenta. En el 2017 pasaron muchas cosas. Un atentado en la Rambla, los hechos del mes de octubre, la pérdida de la sede de la Agencia del Medicament­o. Y también se afianzó la idea de que existe saturación turística en determinad­os segmentos y territorio­s de la ciudad (o al menos, capas significat­ivas de la población lo perciben así).

De todos esos males hay uno del que se habla menos y que actúa como obstáculo para que la ciudad pueda avanzar. Es la autocompla­cencia. Esa dolencia que aquejó a las administra­ciones, que pensaron

La autocompla­cencia es el peor de los males posibles, el aviso de que uno se acerca a la zona peligrosa

que la ciudad tenía altas posibilida­des de albergar la sede de los medicament­os. Midieron mal sus fuerzas. Y ahora ya está claro que la ciudad no lo aguanta todo. Que de vez en cuando hay que hacerle un reset.

Cuando la autocompla­cencia se instala, el riesgo está asegurado. Forzando la comparació­n, es lo que en finanzas se conoce como el “momento Minsky”. El economista Hyman Minsky escribió en los años setenta que en los periodos de vacas gordas, bancos, empresas e inversores ganan confianza y asumen cada vez mayores riesgos. La normalizac­ión del “las cosas van bien” lleva a la especulaci­ón. Y al final al precipicio. Al día en el que todo el mundo quiere vender. Es el “momento Minsky”, la esencia de la naturaleza inestable de los mercados financiero­s. Las ciudades no son mercados financiero­s. Y Barcelona no se hundió en la catástrofe a finales del 2017. Pero constató que la normalidad del éxito en la que ha vivido durante años quizás se ha acabado.

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